Sam Smith. Foto: Wilma Lorenzo para Mercury Wheels

Puede que más de uno se sintiera anoche a solas con Sam Smith. Pero lo cierto es que el cantante británico logró reunir a cerca de 9.000 personas en el estadio WiZink Center de Madrid en un concierto cercano y sobrio en el que el talento se hizo notar desde la primera nota. El artista emergió sentado en una silla a través de una trampilla y su voz empezó a sonar al ritmo de Burning. Poco después de entonar sus primeros compases se lanzó a la pista para pedir a su público que se levantara de los asientos.



El escenario triangular ofrecía una cercanía que el artista aprovechó para empatizar con su público. Smith, además de ser conocido por sus melodías más tranquilas y almibaradas, promovió mover el cuerpo de sus seguidores con canciones menos románticas y de rasgos propios del funk. "Sé que mis canciones pueden ser muy deprimentes pero quiero que todos salgáis de aquí contentos. Así que, por favor, bailad y cantad conmigo aunque no os sepáis la letra", pidió. Y consiguió que parte del público se moviera a su ritmo.



En Madrid había ganas de ver al cantante tras la cancelación de su actuación en el Dcode de 2016. Para la ocasión, Smith buscó el contacto cara a cara con su público dando protagonismo a una voz que modula a su antojo. También dejó que el público disfrutara del talento de su coro dejándolos tocar solos mientras él desaparecía momentáneamente. El artista inglés combinó canciones de su primer disco (The Lonely Hour) como I'm Not the Only One, con la que el público madrileño se volcó, y temas realizados junto a Disclosure como Omen y Latch para desperezar los cuerpos.



A punto de cumplir 26 años ha conseguido convertise en uno de los artistas con más prospección con un segundo disco, The Thrill of it All, en el que canta a la ruptura y a la soledad sin sonar demasiado deprimente y devastador. Su voz de crooner, su sensibilidad y empatía, además de la simpatía con la que trata a sus fieles, hacen de él un cantante a tener en cuenta. Con Baby, You Make Me Crazy puso en pie a su coro compuesto por cuatro voces y seis músicos, para dejar salir esas grandes baladas, como Say it First o Midnight Train, que componen su segundo álbum.



Con HIM, canción cuyo mensaje va dirigido a todo aquel que no acepte la diversidad sexual, el estadio se convirtió en una especie de misa góspel que acabó con una proyección de luces que formaban la bandera arcoiris. Hacia la mitad Smith aprovechó para decir que "esta canción sirve para lanzar un mensaje y es que el amor es amor". Le siguió la balada triste Too Good at Goobyes, que el público coreó, para volverse a sumergir en la oscuridad del escenario. No era el final, faltaban los bises.



Y no se hicieron de rogar. Sam Smith volvió a salir, esta vez con un abrigo largo gris, para subir por una escalera de caracol que surgió de una estructura que hasta el momento había servido para la proyección de imágenes, para interpretar Palace desde lo alto acompañado de una de sus coristas. Un derroche de voz sin exageraciones ni excesos. El cierre lo puso una lluvia de confetis rojos que acompañaron a Pray, también de su último disco. Tras la despedida Smith se sentó en la misma silla del principio y con la cara entre las manos volvió a desaparecer.



@scamarzana