Quien llegase ayer al concierto de David Byrne en las Noches del Botánico de Madrid sin saber nada de su nuevo espectáculo se sorprendería al ver el escenario vacío. Ni un solo instrumento, ni un solo cable. Solo un pupitre y sobre él la maqueta de un cerebro humano. Poco después de las diez apareció el protagonista de la noche, descalzo y vestido con traje, que empezó a explicar a los miles de espectadores los entresijos de la materia gris mientras interpretaba Here, una de las canciones de su último disco.

A través de una cortina de filamentos brillantes poco a poco fueron apareciendo hasta once músicos en el escenario con micrófonos de diadema e instrumentos con amplificación inalámbrica atados a la cintura, formando una marching band que deambulaba por el escenario tocando, haciendo coros e interpretando coreografías, mientras el antiguo líder de Talking Heads demostraba estar en plena forma física, vocal y creativa.

La new wave, el teatro musical, los ritmos africanos y la canción protesta se fundieron en un concierto que fue una fiesta en continuo movimiento y una muestra de la espectacularidad que se puede conseguir sin grandes armatostes escénicos, simplemente con ideas brillantes, grandes dosis de teatralidad, un buen juego de luces (y sombras) y mucho, mucho talento.

American Utopia es el último disco en solitario de Byrne, compuesto junto a Brian Eno, colaborador habitual desde los tiempos de Talking Heads. El álbum, lanzado hace cuatro meses, llega 14 años después del anterior trabajo discográfico en solitario de Byrne, lo cual no significa que el polifacético músico, siempre dispuesto a las colaboraciones y a los proyectos de distinta naturaleza (por ejemplo su interesante libro de 2014, Cómo funciona la música), haya estado en la sombra todo ese tiempo.

Parece irónico el título de este nuevo álbum, pero lo cierto es que forma parte de un proyecto multimedia llamado Reasons to Be Cheerful y que pretende precisamente eso, irradiar positividad a pesar de los muchos motivos políticos y medioambientales para el desánimo. Es lo que propone, por ejemplo, Every Day is a Miracle, que anuncia que “cada día es un milagro” e incita a “amarse el uno al otro” sin caer en la cursilería (“el papa no significa una mierda para un perro”). O Gasoline and Dirty Sheets, que habla de gente apátrida y desesperada “que forma un país en mi casa” y podría ser la banda sonora perfecta para el caso de Cédric Herrou, el agricultor francés que se ha convertido en símbolo de la solidaridad con los inmigrantes.

Aunque el público estaba entregado con las nuevas canciones de Byrne, era inevitable que el momento álgido del concierto comenzara cuando el artista y su troupe no dudaron en llenar casi la mitad del setlist con algunos de los grandes éxitos de Talking Heads, como Once in a Lifetime o Burning down the House (clímax absoluto antes de los bises) sin miedo a que estos ensombrecieran el repertorio propio de Byrne.

Byrne se dirigió en varias ocasiones al público, primero para hacer apología del voto “en cualquier tipo de elecciones, hasta en las más pequeñas” (de hecho es colaborador de HeadCount, organización sin ánimo de lucro que fomenta este propósito a través de la música); después, para presentar uno a uno a sus músicos y recordar que, aunque el público no viera ni un solo cable, todo lo que se oía provenía del escenario, sin samples ni bucles pregrabados; y, por último, para anunciar el último bis, Hell You Talmbout, una canción creada por Janelle Monáe que enumera los nombres de personas afroamericanas asesinadas por la policía en Estados Unidos.

Tras su paso por Madrid, David Byrne actuará este miércoles 11 en Cascais (Portugal) antes de poner rumbo a Bilbao (día 13, BBK Live) y Barcelona (día 14, festival Cruïlla).

@FDQuijano