Lindsay Kemp interpretando a Elizabeth I
Tras un día normal de trabajo y ensayos con sus discípulos, Lindsay Kemp (South Shields, Inglaterra, 1938) se apagó súbitamente la noche del viernes pasado en su domicilio italiano. Dueño de la escena y creador de toda una estética que empapó el teatro europeo de la segunda mitad del siglo XX, el actor, bailarín, coreógrafo y mimo británico deja, a los ochenta años de edad, un legado muy valioso en la escena actual. Su capilla ardiente estará abierta desde hoy lunes por la mañana y a lo largo de todo el día en el Teatro Goldoni de Livorno, ciudad donde residía.Aún con problemas de espalda y falta de visión en un ojo, Kemp seguía enfrentándose periódicamente al público y manteniendo viva, para unos y otros, la pasión por las candilejas. Bailó, siguiendo los consejos de su madre, cada día como si fuera el último; "por si acaso", explicaba. Con su mirada azul, infinita, y el estudio profundo de los rincones más íntimos de las emociones humanas, alcanzaba y tocaba prodigiosamente a miles de personas que se volvían adictas a sus montajes y rehenes de la magia de la actuación en vivo.
Hijo de un marino ahogado en el Mar del Norte y sustituto en el corazón materno de una hermana que murió muy niña de meningitis antes de nacer él, Lindsay Kemp supo mezclar todos los elementos con los que se fue cruzando, aliñándolos con esmero: la elegancia austera de los labios de su madre pintados de rojo, sus lecturas de juventud, la commediadell'arte, el jazz, el flamenco, Picasso, el teatro japonés... todo desembocó en una personalísima forma de analizar y perfeccionar el gesto como medio de expresión que cristalizó en unos montajes en los que luz, sonido y movimiento se aunaban creando momentos irrepetibles.
Tras escurrirse muy joven de la Escuela Naval en la que estudiaba, y siguiendo sus instintos teatrales infantiles, comenzó su carrera actuando en la calle y probó suerte en un teatro tradicional que enseguida encontró inadecuado a sus características, por lo que decidió pulir sus dotes como mimo y bailarín; el desánimo en las clases de danza de Marie Rambert, el estímulo de Marcel Marceau y unas tímidas incursiones en el mundo del cine le llevaron a encontrar su personaje. "Mi actuación es exactamente igual que mi vida -explicaba en sus años de plenitud- excepto que es más fabulosa porque tiene que llegar a las filas de atrás del teatro. Mi maquillaje, por ejemplo, es sólo una exageración de lo que ya hay; me pinto más pelo, pero no pinto pelo que no existe. Mis labios son un poco más rojos de lo normal. Mi piel ya es muy blanca de todos modos, sólo la pinto un poco más blanca todavía".
En 1962 formó su compañía de danza y en 1970 presentó en Edimburgo Flowers -espectáculo compuesto a partir de la novela de Jean Genet- el trabajo que catapultó su fama y atrajo a David Bowie hasta él. Kemp guió a Bowie durante años -el cantante interpretó, como miembro de su compañía, su Pierrot in Turquoise- hasta que descubrió cómo exagerarse a sí mismo y balancearse entre la precisión de su gesto y una imagen andrógina heredada de su maestro; Kemp asoma con descaro tras su Ziggy Stardust and the Spiders from Mars, de 1972.
Después llegarían obras como Salomé (1976), Cruel Garden para el Ballet Rambert (de 1977, en colaboración con el compositor Carlos Miranda y el coreógrafo Christopher Bruce) Midsummer Night's Dream (1979), Duende (1979)-inspirada en Lorca, otra de sus pasiones-, Alice (1988), Cinderella (1993) -ambas protagonizados por su musa, la española Nuria Moreno- o Elizabeth's Last Dance (2005), con la que Kemp hizo de la reina inglesa uno de sus grandes caballos de batalla. En su presentación de esta última obra en España, Kemp declararía a El Cultural: "Es el papel que lleva toda la vida esperándome. Ahora soy lo suficientemente viejo para poder interpretar a Elizabeth I en esta etapa de su existencia". Con ella compartía "la pasión por la vida, el amor por la belleza, la tolerancia, la búsqueda de inspiración... todo eso que conduce a la felicidad".
Ya en 1964 había interpretado un personaje femenino secundario -el de la "actriz reina"- en el célebre Hamlet at Elsinore, una producción de la obra de Shakespeare en el castillo en el que se desarrolla,con la que la BBC y la televisión danesa celebraron el 400 aniversario del dramaturgo. Su natural personalidad juguetona y valiente le permitió experimentar con la ambigüedad sexual, explorar sus propios límites interpretativos y romper tantos prejuicios como encontraba a su paso de la mano de un equipo eficaz de colaboradores que agrupaba al compositor Carlos Miranda, la diseñadora Sandy Powell o el dramaturgo David Haughton, entre otros.
Si entre sus incursiones cinematográficas destacaron la terrorífica The Wicker Man (Robin Hardy, 1973), Sebastiane (Derek Jarman, 1976) o Velvet Goldmine (Todd Haynes, 1998), en escena Kemp supo aunar la libertad de Isadora y los efectivos artilugios que alargaban los brazos de Loïe Fuller hasta el infinito, pero también incorporó proyecciones y otros medios tecnológicos cuando los consideró necesarios.
Admirador de Nijinsky, Martha Graham o Paul Taylor y decepcionado de la danza postmoderna, Lindsay Kemp consideraba que su mayor aportación al teatro actual había sido como continuador de tradiciones ancestrales. "Me gustaría pensar -nos dijo en 2005- que he restaurado los ingredientes esenciales del teatro que amo. Hay que recuperar la diversión, el glamur, la belleza, la poesía y el alma, La gente ha dejado de creer en el poder de los sueños". De la muerte, una constante en su obra, decía, "es muy teatral. Me gusta su ritual y desde pequeño me interesó: las flores, los llantos, los rezos... yo sólo intento transformar toda esa parte terrible en arte".