Imagen del concierto de U2 en el WiZink Center. Foto: JL Rejas

El cuarteto irlandés desplegó, en su primera cita madrileña, toda su desbordante pirotecnia musical y audiovisual con guiños a Madrid y consignas proeuropeas.

Puede que U2 sea un grupo más entre las mesas de mezclas pero por la gloria de David Bowie que sobre el escenario no tienen par y eso que en el WiZink Center aún quedaban gloriosos restos progresivos -que no radiactivos, aunque también- de la reciente visita de Roger Waters. U2 sobre el escenario se multiplica. Se hace inmenso. Descompone el rock and roll y lo disemina por toda la audiencia hasta provocar seísmos de magnitudes desconocidas. Tal es su fuerza. Este acelerador de partículas irlandés comandado por Bono, The Edge, Adam Clayton y Larry Mullen -que cumple 40 años de existencia (¡ay, aquel Dublín convulso del 78!)- dispersó anoche su energía en la primera cita madrileña (esta noche más) de su gira Experience+Innocence, segunda parte de la emprendida en 2015 y que lleva como bandera el repertorio de Songs of Experience y Songs of Innocence.



Y es que U2 desbordó Madrid. Con media hora de retraso sobre el horario previsto, a las 21:30, se activó la doble pantalla central de la que surgieron como por arte de magia los cuatro protagonistas de la noche, ilusionismo convertido ya en rutina por la mano maestra de Willie Williams, director creativo del grupo desde 1983. El dispositivo se activó con destellos terrosos que dieron paso al inmenso catálogo de imágenes que inundarían la noche. Desde el famoso discurso de Chaplin en El gran dictador hasta los mensajes feministas del final, pasando por las referencias a las guerras europeas (21:35), el íntimo homenaje a la madre de Bono con Iris (21:50), el paseo animado por Cedarwood Road (22:05), el viaje al conflicto de Irlanda del Norte con el emocionante Sunday Bloody Sunday (22:10), el corto en formato de cómic sobre el grupo (22:27), las artísticas banderas europeas (23:09) y el recorrido aéreo por Madrid de las 23:15.



U2 se multiplica porque dinamita el concepto tradicional de escenario. Cualquier punto es bueno para aparecer y desaparecer en temas como Elevation, Vertigo o Summer of Love. El pasillo central lo mismo comunica con el escenario madre que con la plataforma sur, ésta última utilizada para que Bono se maquille y se convierta en un tahúr (22:39), para dar vida al recuperado McPhisto (22:42) o para transformarla en una improvisada pista de baile. Entre tanto, y con permiso del histriónico oficiante (ayudado por The Edge en el apartado vocal), el grupo se replegó en algunos temas para tocar como si estuviesen en el garaje de su casa. "También sabemos hacerlo así", parecían decir ante una concurrencia que, cerca del final, ya no sabía lo que era una butaca. La pista central ya se había abarrotado rondando las 23:30 y los fríos compartimentos de la grada se difuminaron esperando la traca final. Pero antes, recursos escénicos como octavillas al viento con palabras de Alicia en el País de las Maravillas y La Biblia y fluorescentes flotantes sorprendieron a un respetable ebrio ya de mensajes y de proyecciones.



Foto: JL Rejas

Europa (con despliegue de bandera y Oda a la Alegría incluido), el ascenso de la extrema derecha y la reivindicación del papel de la mujer en la sociedad pusieron el broche al primer terremoto musical del grupo irlandés en el escenario del WiZink. El coro de las más de 15.000 almas que participaron en la desatada liturgia audiovisual entonaron, ya en el primer y único bis, el sublime One que dio paso a un nuevo y último truco de prestidigitación: una bombilla surgida de una pequeña casa de cartón iluminó a Bono su discreta y existencialista desaparición entre el público. Eran las 23:45 y U2 se había multiplicado en Madrid.