La soprano Patricia Racette protagoniza Katia Kabanova en el Liceo. Foto: Paco Amate.
Josep Pons no se anda por las ramas ni se piensa dos veces los compromisos que acepta, y que él mismo debe de eligir como director musical del Teatro del Liceo. Lo hemos viso enfrentarse en estos últimos años a óperas verdaderamente complejas, empezando por las cuatro que componen la Tetralogía wagneriana. En esta temporada no se arredra ante un título tan importante, pero también tan difícil, como Katia Kabanova de Janácek, sin duda una de las obras maestras de la lírica del siglo XX, una composición de 1921 que nos ofrece el arte del compositor moravo en sazón. Cualquier exploración que se haga en torno a su obra es siempre bien recibida, dada la importancia que para el lenguaje operístico de nuestros días tuvo la potente y expresiva mano del músico, creador de un buen puñado de genialidades.Todo se contiene en las coloristas texturas, en las combinaciones tímbricas, en los vibrantes temas, modificados hasta el infinito en una enrevesada trama sobre la que circulan las voces, que se combinan con aquellos en una persecución sin fin. Un parlato melódico, un recitativo lleno de claroscuros nos va guiando hasta el trágico final. El compositor supo crear una atmósfera opresiva en la que Katia se asfixia y en la que busca una brizna de aire limpio, que encuentra en el amor de Boris, con el que apenas tiene contacto, pero que le produce un sentido de culpa que la conturba y la obsesiona; la altera y la destroza. Un argumento tan antiguo como la vida misma y tan propio de comunidades reducidas. La orquesta, con un singular tratamiento, con un trabajo de gran pureza, nos ofrece mil y una luces en la amena narración.
Ya sabemos que Janácek, que tenía ya en su haber otras óperas importantes como Jenufa, Osud y las dos partes de Las excursiones de Mr. Broucek, era opositor a todas las reglas y hábitos de la progresión habitual de los acordes y recomendaba a sus discípulos que escuchasen progresiones singulares, en ocasiones más expresivas y valiosas. Sobre una orquesta trabajada con una técnica maravillosa, de un colorido vivo, crudo, descarnado a veces, organizaba breves frases melódicas, instrumentaba con una propiedad única y construía un discurso ameno, excepcionalmente recio, variado y puntillista en donde se reconocían los problemas, cuitas y sinsabores de unos personajes con frecuencia desolados en los que la humanidad más sanguínea y en ocasiones terrorífica, llevada a situaciones límite, desbordaba de pasión, de vida y pugnaba por salir impetuosa como una fuerza de la naturaleza.
Aspectos reconocibles en esta singular Katia Kabanova, que se exhibe en las Ramblas a partir del 8 de noviembre con un reparto muy ad hoc, encabezado por la soprano norteamericana Patricia Racette, que no posee un gran instrumento, pero que es una emotiva decidora y actriz. Lírica con posibles, que sabe aplicar el claroscuro y frasear con una atractiva pregnancia, como tuvo ocasión de demostrar hace poco en el Real en la ópera Street Scene de Kurt Weill. Aparece bien rodeada por Nikolai Schukoff, Rosie Aldridge, Vladimir Ognodienko, Francisco Vas y Antonio Lozano. Al frente de la escena se sitúa el sorprendente y culto, aunque no siempre convincente, David Alden, cuya Lucia de Lammermoor madrileña de hace unos meses causó variadas sensaciones.