Lola Blasco, Denise Despeyroux, Carolina África y Laila Ripoll en el patio de la Sala Mirador. Fotos: Sergio Enríquez-Nistal

Uno de los grandes fenómenos de las dos últimas décadas ha sido el incremento de textos teatrales de mujeres sobre nuestras tablas. También en la dirección y la gestión. Como respaldo a esta progresiva visibilización, El Cultural reúne a cinco dramaturgas de varias generaciones que han protagonizado estos años. Denise Despeyroux, Laila Ripoll, Paloma Pedrero, Carolina África y Lola Blasco hablan en la Sala Mirador de Madrid sobre la desigualdad en escena, sobre el enriquecimiento de las programaciones de teatros y festivales con su llegada y sobre sus proyectos futuros.

En los años 80, encontrar una autora en la cartelera teatral era complicado. En ella metían la cabeza Ana Diosdado y casi ninguna más. Otra de las ‘privilegiadas' era Paloma Pedrero, que en esa época pudo estrenar La llamada de Lauren en el Centro Cultural de la Villa (hoy Fernán Gómez), El color de agosto en el Galileo, Invierno de luna alegre en el Maravillas y alguna otra obra en salas alternativas. Era una situación lamentable porque dramaturgas haberlas las había. Vaya si las había. "Creamos entonces la primera Asociación de Autoras de Teatro", recuerda Pedrero. "La presidenta era Carmen Resino y estaban también Concha Romero, Maribel Lázaro, Julia García Verdugo y otras mayores. Pero si no pertenecías a una familia del teatro era casi imposible presentar en público tu trabajo en espacios institucionales y comerciales. Y algunas de las asociadas tenían incluso que escribir a escondidas de su marido". Décadas antes también encontramos algunas que ejercían como negros de sus consortes. El caso más conocido es el de María Lejárraga, que cimentó con su talento ‘clandestino' el éxito de Gregorio Martínez Sierra.



Marías Guerreras

El panorama ha cambiado mucho. Los programadores tienen muy en cuenta la presencia femenina en sus planes porque la sociedad ya no transige con la vieja injusticia. Esa demanda colectiva, azuzada en la escena española por asociaciones como las Marías Guerreras, coincide con una ola de talento que aúna diversas generaciones. Sin ánimo exhaustivo y siendo conscientes de incurrir en la iniquidad de dejarse muchas en el tintero, podríamos mencionar a Denise Despeyroux, Carolina África, Marta Buchaca, Carolina Román, Lucía Carballal, Itziar Pascual, María Velasco, Lucía Miranda, Pilar Almansa, Yolanda García Serrano (última Premio Nacional de Escritura Dramática), Lluïsa Cunillé, Juana Escabias, Carlota Subirós, Eva Redondo, Angélica Liddell, Irma Correa, Laila Ripoll, la citada Paloma Pedrero, Lola Blasco… Esta última, ganadora del Nacional en 2016 por Siglo mío, bestia mía, desalentado retrato

A muchos de los mejores autores de España hoy no se les hace justicia, no aparecen". Lola Blasco

de nuestro mundo en crisis, niega en cualquier caso que su ‘aparición' en el circuito escénico pueda calificarse de nutrida. "Aún somos pocas para las que debería haber. Estamos en inferioridad respecto a nuestros colegas varones". Todavía no hay, a su juicio, una competición de tú a tú. "La igualdad es aquello de lo que se habla, cada vez más, pero nunca llega. Es como Godot en la famosa obra de Beckett. Sin embargo, también es cierto que para cambiar la realidad primero hay que cambiar los discursos, los relatos… Y en eso sí estamos cambiando. Es un paso".



Tampoco ve consumada la igualdad Pedrero. "No existe todavía en la industria cultural. En el cine y la música, por ejemplo, el número de autoras está en un 26 por ciento. En las artes escénicas ya superamos el 30 [cita datos de asociados a la SGAE]. Hay mucho que hacer todavía para que las mujeres no tengan que hacer esfuerzos heroicos para dedicarse a las artes", señala esta pionera del teatro inclusivo, que con su ONG/compañía Caídos del Cielo no para de lanzar cabos a los náufragos de nuestra sociedad: sin techo, parados, drogodependientes, migrantes marginados… El teatro como salvación, refugio y estímulo para salir a flote. "Intento que mis obras aporten algo transformador a la sociedad. Son muy sociales, sí, pero muy esperanzadas a la vez: creen que el ser humano es capaz de mejorar su mundo". Buen ejemplo era Una guarida con luz, estrenada hace unos meses en el Conde Duque, un trabajo inspirado en su estancia de tres semanas en el servicio de reanimación de un hospital y con un elenco que incluía varios refugiados. "La muerte en algunos casos puede ser un amanecer". Fue su conclusión al término de aquel trance extremo.



Laila Ripoll también se adentró en los dominios de la muerte en El triángulo azul, que le valió el Nacional de Literatura Dramática en 2015. Su opinión se acompasa con la de Pedrero: "Si observamos detenidamente las programaciones, nos daremos cuenta de que las autoras pocas veces salimos de las salas pequeñas, raras veces ocupamos los espacios más grandes, los mejor dotados. Seguimos estando en una especie de minoría de edad o segunda división". Ella sí ha conseguido salir de ese confinamiento con sus incursiones en las heridas históricas de España y Europa. Recientemente, conectó ambas en Donde el bosque se espesa, que se estrenó en el Teatro Español, una road movie
Mis obras son esperanzadas: creen que el ser humano puede cambiar el mundo". Paloma Pedrero


que viajaba de las cunetas del 36 a los genocidios balcánicos de los 90. "La intención es aportar empatía, porque sabemos que esta desactiva potenciales conflictos. Eso es clave en nuestra época".



Despeyroux, muy partidaria también de la empatía, suscribe el argumento de sus compañeras. "No creo que compitamos todavía de igual a igual. Pero sí espero que nos vayamos acercando. Hoy estamos en un momento delicado. Es innegable que de pronto somos más, porque se nos mira, incluso se nos busca, ya que nuestra ausencia se ha vuelto de repente incómoda, cuando hasta hace muy poco era lo más natural del mundo y se daba por hecho que, si no estábamos, era porque no teníamos el nivel de ellos. El prejuicio sigue latente porque es lógico: un cambio profundo en el inconsciente requiere varias generaciones", añade la autora de origen uruguayo, que el próximo 1 de diciembre estrena en el Teatro Arriaga Tiempo de mezquinos, reelaboración propia de la Hedda Gabler de Ibsen, donde de nuevo manejará simultáneamente varios espacios para exhibir su trama. Es lo que ya hizo magistralmente con la aclamadísima Carne viva, la obra que la puso en el radar de los grandes teatros: ha estrenado en el Español (El tercer lugar) y en el María Guerrero (Los dramáticos orígenes de las galaxias espirales). Eso sí, en sus salas pequeñas.



Esa incomodidad a la que alude Despeyroux es un hecho controvertido. Por un lado, obedece a un tardío acto de justicia o de reparación histórica que hoy ya casi nadie cuestiona. Pero a su vez da pie a algunas sospechas, sobre todo cuando surgen voces que claman que debe ser una mujer la que ocupe determinadas responsabilidades, sin agregar más argumentos a la propuesta, como si la condición sexual fuese un mérito en sí mismo. Algo parecido a esto último pasó durante el descabalgamiento de Lluís Pasqual al frente del Lliure, donde, es cierto, se mezclaron más factores, generando un cóctel letal.

A veces tengo la sensación de que me llaman por ser mujer, sin que se valore mi obra". Carolina África

En este contexto, cabe hacerse una pregunta aparentemente paradójica: ¿hoy ser mujer otorga ciertas ventajas de cara a la obtención de premios o en el reparto de espacio en la cartelera? El dato objetivo apuntado por Pedrero (el del 40%) sería suficiente para desactivar los recelos. Pero la tácita (y a veces explícita) imposición de cuotas femeninas es una regla que no termina de convencer ni siquiera a las presuntas favorecidas. "Se está haciendo un gran trabajo y valoro las medidas que tratan de paliar la desigualdad aunque reconozco que siento una contradicción grande porque tengo la sensación de que nos invitan a participar en actos por cumplir con esa cuota y no porque se valore o se apueste por nuestro trabajo", tercia Carolina África, que invierte la dotación económica de sus premios, como el Calderón, a insuflarle vida a la sala y la compañía La Belloch, una de las más pujantes en los últimos años en el off madrileño.







¿Una falsa dicotomía?

De ese ‘nicho' alternativo ya ha saltado en varias ocasiones a teatros como el Valle-Inclán (Verano en diciembre) y el Español (Vientos de levante). Ahora acaba de rematar un texto que "presumiblemente" (el adverbio es suyo) se montará en el Kamikaze a lo largo de 2019. Aparte, la Joven Compañía de Teatro Clásico defenderá en La Comedia su versión de El desdén con el desdén de Agustín Moreto. Y también anda enfrascada en Madre Yerma, un proyecto dramatúrgico y audiovisual respaldado por una Beca Leonardo de la Fundación BBVA y centrado sobre la maternidad. Un tema troncal para cualquier sociedad y en el que la mirada femenina es, claro, absolutamente indispensable para ahondar en sus infinitas complejidades. Lo cual nos invita a disertar sobre otro asunto delicado y que ha originado abundantes encontronazos: ¿realmente las autoras tienden a poner el foco en realidades diferentes a las que llaman habitualmente la atención de los autores? ¿Hay una inclinación natural a asomarse a su entorno con otros ojos? ¿O tal dicotomía es un mero constructo cultural asumido acríticamente y carente, por tanto, de base científica?



El frente político

En este punto las opiniones ofrecen más matices. Laila Ripoll, que en enero mostrará en el Kamikaze su versión de Una humilde propuesta, irreverente parábola de la luchas de clases de Jonathan Swift, pone sobre la mesa una interesante perspectiva basada en su propia experiencia: "La verdad es que no tengo una respuesta clara. Cuando he formado parte de jurados de premios, nunca he sido capaz de adivinar qué texto provenía de una mujer y cuál de un hombre. Lo que sí tengo claro es que la escritura hecha por mujeres está muy, pero que muy alejada de tópicos femeninos. Si alguien pretende abordarla partiendo de prejuicios, va de cráneo".



El teatro aporta empatía, que es lo que desactiva potenciales conflictos". Laila Ripoll


Blasco es más beligerante contra esa hipótesis que certifica los compartimentos temáticos de género. "Me parece una idea falsamente extendida. Escucho a menudo que nosotras nos centramos en las emociones y lo privado, se habla de una ‘sensibilidad femenina', sin embargo, yo llevo hablando de política desde que tengo uso de razón. No existen temas femeninos o masculinos, lo que sí existe es el gusto educado en un sistema patriarcal".



Ese sistema, apunta África, ha consolidado unos clichés empobrecedores: "Me molesta que se piense que mi dramaturgia presenta un sesgo temático o está dirigida únicamente a mujeres pero es innegable que el hecho de que la tradición literaria y cinematográfica haya sido eminentemente masculina ha condicionado que los personajes femeninos, sus conflictos y contradicciones, no sean el centro de la acción dramática precisamente. La responsabilidad de modificar esto no es sólo de las mujeres sino de todos y todas los que nos dedicamos a contar historias".



Despeyroux, que en 2019 se pondrá al frente de T de Teatre (ha escrito y dirigirá su nuevo montaje en la Sala Beckett), sí cree que hay una sensibilidad femenina distinta de la masculina pero también añade un argumento difícilmente rebatible: "Sanchis Sinisterra, Mayorga, Sanzol, Messiez, por mencionar cinco que estrenan habitualmente, ¿frecuentan las mismas realidades? ¿Acaso tienen mundos similares? ¿Escriben parecido? Yo no lo creo. Entonces ¿por qué aceptar este tipo de categorías cuando hablamos de la ‘autoría femenina'? Sencillamente, pido el mismo rasero, el mismo tipo de matices para hablar de la dramaturgia escrita por mujeres".



Siglo de oro o solo dorado

Basta ver el universo drámatico de cada una de ellas para constatar su diversidad formal y temática. Una característica extrapolable a la eclosión de autores teatrales que están en activo hoy en España. Algunos se atreven a hablar de un nuevo Siglo de Oro en nuestras tablas. ¿Es exagerado? "Creo que, efectivamente, es un buen momento porque somos muchos escribiendo, pero también creo que a muchos de los mejores nos se les hace justicia, no aparecen en ninguna parte. Estoy algo cansada de ver cómo se ponen siempre los mismos nombres gracias a aquellos cuatro que dominan los medios pero desconocen la mayoría de lo que se hace. Así que sí, es una época dorada pero no es oro todo lo que reluce". El problema es la falta de espacio. La cartelera es demasiado estrecha para tantas propuestas. "Es una época esplendida. Convivimos varias generaciones, nos admiramos, nos seguimos, nos queremos, aprendemos unos de otros. Otra cosa es que todos esos maravillosos textos consigan llegar a la escena.

¿Quién sabe qué pasará con nuestro pequeño boom dentro de una década?". Denise Despeyroux

Ese es otro cantar. Y una pena", apunta Ripoll, que ha prorrogado Descarriadas en el Teatro del Barrio.



"La gente se ha dado cuenta de la importancia del vivo y el directo, del rito, la comunicación y las pequeñas catarsis colectivas. Para que ocurran se necesitan obras buenas. Hay mucha vocación por escribirlas. Y muchos autoras y autores haciéndolo. La historia dirá si es una época de oro o solo dorada", dice Pedrero, que en los próximos meses llevará a Londres Los ojos de la noche y a Atenas La llamada de Lauren. África divide nítidamente el fenómeno en dos planos diversos: "Por un lado va la vocación, la ilusión, la creatividad, muy potentes hoy, y por otro, el mercado, que difícilmente puede remunerar y absorber decentemente todo ese trabajo". Despeyroux cierra con una pregunta recelosa. O acaso temerosa: "¿Quién sabe qué pasará con nuestro pequeño boom dentro de una década?". Lo contaremos en el número especial de nuestro 30 aniversario.



@albertoojeda77