Irene Escolar y Bárbara Lennie protagonizan Hermanas. Foto: Gorka Postigo
Dos seres salvajes que se odian y que se quieren. Dos personalidades felinas que muerden y que emocionan. Se llaman Bárbara Lennie e Irene Escolar y protagonizan Hermanas, el nuevo pulso escénico de Pascal Rambert que mantiene la energía de La clausura del amor y Ensayo. El próximo 14 en el Central de Sevilla.
Dos seres salvajes
“Yo sigo los deseos de la gente con la que trabajo -puntualiza-. Me encanta elaborar los montajes no sólo sobre mis ideas sino sobre las de los demás, en especial si son actores. Así lo he hecho también en París con Hands y Bonnet. Por eso, aunque veamos dos personajes en escena, la pieza está hecha para cuatro mujeres con energías muy distintas. Ambos montajes representan dos formas diferentes de ser mezquino”. Hermanas, por tanto, es un relato sobre el amor y el reproche, una historia violenta de dos seres salvajes que, pese a tener la misma sangre, son completamente opuestos. La obra no sólo habla del odio entre ellas, también del amor que no deja de manifestarse entre ambas. Para Rambert, si algo queda claro es que el ser humano nunca sabe cómo decir las cosas, cómo hablar o qué decir: “No me refiero a un plano moral. Hago referencia sobre todo al uso que se hace del lenguaje. Como ocurría en La clausura del amor nos da la posibilidad de expresarnos y de condenarnos al mismo tiempo. De modo que el público asiste a una pelea entre hermanas, claro, pero también a una reflexión de cómo utilizamos lo que somos capaces de expresar”.De las cuatro décadas que Rambert lleva consagradas al teatro -pese a que montó su primera obra, Les Parisiens, en 1989-, sólo en los últimos años ha conseguido alcanzar la sencillez absoluta en los montajes. Huye de técnicas de moda como las videoproyecciones y de vestuarios excesivos capaces por sí solos de complicar lo que considera esencial: la palabra. “Cuanto más sencillo, mejor. La representación de la naturaleza humana sobre el escenario ha de ser lo más simple posible. De ese modo, le das al público los instrumentos para ser coautor de lo que están viendo, de ser parte activa del trabajo. Montar el espectáculo puede resultar muy difícil pero lo importante es que sea fácil de ver. Debe tener un poderoso impacto en las emociones del espectador”. Rambert construye así un nuevo dispositivo para transmitir sus preocupaciones existenciales. La cuestión es cuándo, cómo y por qué. “Yo no soy violento -acalra con contundencia- pero el mundo sobre el que escribo sí lo es. No existe diferencia entre la violencia de La clausura... y Hermanas. Odio la violencia, no me he peleado en mi vida, ni siquiera cuando era niño, pero es un asunto que me interesa. Observo lo que me rodea y tengo una gran preocupación por nuestro tiempo, marcado por el teléfono móvil. Antes, las conversaciones privadas las teníamos en casa porque se hacían en una habitación cerrada o las hacías desde el teléfono fijo. Nadie más que tú podía escucharlas. Ahora, la gente expone su vida por la calle. En dos segundos puedes llegar a ser testigo de varias a la vez. Algunas veces escucho disimuladamente. Así es como atrapo muchas ideas, energías en las que llego a conocer el ADN o las huellas dactilares de una persona a la que ni pongo cara”.