Hugo Marchand y Ludmila Pagliero en Trois Gnossiennes. Foto: Julien Benhamou. ONP
Rango de acontecimiento tiene la visita al Teatro Real del Ballet de la Ópera de París, la prestigiosa formación gala dirigida por Aurélie Dupont, que tan poco se prodiga en giras y que no venía a Madrid desde 2004. Llega con sus grandes figuras y con un repertorio que recorre el siglo XX de la mano de Balanchine, Robbins y Van Manen. Desde el día 21.
Estrellas consagradas como Mathias Heymann, Dorothée Gilbert y Ludmila Pagliero desembarcan junto a una nueva y menos conocida generación de bailarines. La última vez que este Ballet actuó en Madrid, en 2004, José Carlos Martínez -todavía Étoile de la compañía- interpretó Diamonds de Balanchine junto a Agnès Letestu. La actual directora de la compañía, Aurélie Dupont (París, 1973) llegó al cargo en 2016 tras haberse formado en la Escuela de ballet de la Ópera de París y haber puesto punto final a una carrera de veintiséis años como bailarina en la que escaló por todos los puestos hasta alcanzar la categoría de Étoile en 1996; obtuvo un Premio Benois y la distinción de Caballero de la Orden de las Artes y las Letras, entre otros importantes reconocimientos. Con un público entregado a su precisión técnica y a su estética casi andrógina que encierra una presencia escénica tremendamente seductora, Dupont se bajó de las tablas en 2015 al término de una representación del ballet Manon, de Kenneth MacMillan. "Llegué a esta institución con diez años y me marché con cuarenta y dos", dijo poco después. "Lo que descubrí cuando me retiré fue la libertad".
Poco le duró la vida fuera de la Ópera de París, ya que no mucho después Benjamin Millepied -el entonces mediático director del conjunto- le ofreció quedarse en la casa como Maestra de Ballet, cargo reservado a quienes adoctrinan y trabajan con el elenco artístico preparando cada representación, y apenas un año y medio después sucedió al propio Millepied. Dupont ha intentado dar prioridad al trabajo de los bailarines, ocupándose personalmente de sus trayectorias mientras se debaten en un repertorio en el que ella misma destacó como intérprete."La danza clásica es extremadamente precisa pero puede bailarse de forma que parezca nueva", dice A. Dupont
Intuitiva y camaleónica, Dupont brilló especialmente en obras románticas y clásicas; fue nombrada Étoile tras una función del Don Quijote de Nureyev en la Ópera Garnier, pero ella destaca como el gran hito de su carrera La consagración de la primavera que protagonizó sobre la tierra roja que cubre el escenario en la célebre coreografía de Pina Bausch. "Me consideraban una bailarina muy técnica y Pina supo ver lo que yo escondía; le interesaba mi fragilidad", explica. Esa ductilidad interpretativa es, precisamente, el gran valor de la Ópera de París, que en 2019 celebra dos conmemoraciones simultáneas: el 350 aniversario de su fundación por Luis XIV bajo la denominación de Académie d'Opéra y el 30 aniversario de la inauguración de la Opéra Bastille, levantada para conmemorar el bicentenario de la Revolución francesa y ampliar las posibilidades que les brindaba el prestigioso pero ya limitado Palais Garnier.
Aunque la compañía de Ballet tiene su propia onomástica -el Rey Sol fundó la Académie Royale de Danse con anterioridad a la de música, en 1661, para regular su enseñanza e interpretación-, ambas instituciones se fundieron poco después y actualmente comparten algo más que dos teatros en París. Ópera y ballet tienen una misma visión de su historia y responsabilidad ante el público. Dupont, al frente del Ballet, mantiene un repertorio tradicional mientras incorpora obras de coreógrafos actuales con las que ofrecer una nueva mirada del mundo. "Estoy enamorada de esta ópera y de esta compañía", afirma. Consciente de la trascendencia del ballet en la cultura francesa, defiende: "Somos una compañía clásica y nuestro deber es continuar con las obras clásicas porque, además, el nivel de nuestros bailarines es realmente bueno. La danza clásica es una forma artística extremadamente precisa pero los pasos antiguos de ballet pueden bailarse de forma que parezcan nuevos. Exactamente como podrías llevar el bolso Chanel de tu abuela con zapatillas de deporte para que parezca moderno".
Los bailarines François Alu, Alice Renavand y Valentine Colasante en un momento de Rubis
La formación gala ofrece un programa que muestra el umbral que el ballet cruzó durante el siglo XX: Sonatina y Rubis de Balanchine (1904-1984), Afternoon of a Faun y A Suite of Dance de Robbins y Trois Gnossiennes de Van Manen. Dupont bailó precisamente esas dos piezas de Balanchine en su breve paso por el New York City Ballet (NYCB), compañía fundada por el coreógrafo. "Lo adoro", dice la exbailarina. "Balanchine era tan inteligente y moderno... Para mí, lo hizo todo". Rubis, la pieza fuerte de la noche, fue creada sobre el Capriccio para piano y orquesta de Stravinski en 1967 y se incorporó al repertorio de la Ópera de París en 1974 bajo ese mismo título. Retomada por la compañía en 2000, cuenta con nuevo vestuario diseñado por Christian Lacroix que homenajea a los originales y ya célebres figurines de Karinska -trajes breves, de un rojo brillante que compite en brillo con la partitura- para su estreno histórico en Nueva York. Una pieza en la que Balanchine coqueteó con el jazz y con la que se dispara la creatividad del bailarín ya que, aunque totalmente abstracta, está llena de guiños y juegos espaciales entre los intérpretes, que además llevan la técnica académica a los extremos estéticos que el coreógrafo rusoamericano manejaba tan bien.Sonatina, la otra pieza de Balanchine, es, según la directora, "como un paseo, una bonita caminata por el parque; como una conversación". Se estrenó en 1975, en el marco del Festival Ravel que el NYCB dedicó al compositor francés para celebrar el centenario de su nacimiento. El resultado fue una obra tan cristalina como exigente por la desnudez con la que los bailarines cruzan la escena en un ambiente limpio y sin adornos, únicamente acompañados por la Sonatina para piano compuesta en 1909 que se interpreta desde el escenario. Un ballet que su creador definió como "platónicamente muy francés" y que posiblemente sea la más afortunada de las interpretaciones balanchinianas de la Ópera de París. La técnica francesa de ballet presenta hoy notables diferencias con la forma de ejecutar los pasos que exige el coreógrafo estadounidense para la adecuada interpretación de sus obras, lo que las convierte en una auténtica prueba de fuego para el elenco. En Madrid, las bailarinas Léonore Baulac y Myriam Ould-Braham se alternarán junto a su partenaire, Germain Louvet, para protagonizar este sutil pero exigente pas de deux.
A Suite of Dances fue ideada por Robbins para Mikhail Baryshnikov en 1994 y será Mathias Heymann, uno de los principales valores de la agrupación, quien se enfrente al reto. Exigente y depurada, la coreografía parte de las Suites para violonchelo de Bach y construye una elaborada interacción entre bailarín y violonchelista.
Finalmente, la parte europea de la velada la ofrece Hans van Manen (Amstelveen, Holanda, 1932) y su Trois Gnossiennes, una coreografía creada en 1987 para el Ballet Nacional de Holanda que entró en el repertorio del Ballet de la Ópera de París el año pasado; en esta ocasión, la famosa Ludmila Pagliero bailará con Hugo Marchand y Florian Magnenet de forma alterna, dando vida a un dúo que fue creado sobre la partitura de Erik Satie. Juegos de melancolía, resignación y concreción con una importante carga sensual que contrasta con las obras de Balanchine y Robbins.