Thomas Hengelbrock. Foto: Florence Grandidier

El Requiem de Mozart es composición aglutinadora de estilos, pero dotada de un equilibrio arquitectónico extraordinario en la que se advierte la presencia de las grandes páginas contrapuntísticas de Bach y Haendel, al tiempo que una modernidad armónica y un tratamiento tímbrico excepcionales. Asombrosa síntesis de elementos arcaicos y de procedimientos avanzados para una nueva expresión. Mozart, prácticamente agonizante, no llegó a terminar la partitura, que no fue más allá, aparte de algunos esbozos, del sublime Lacrymosa, y que acabó por completar, utilizando los apuntes del maestro, el discípulo Süssmayr.



Es esta la versión que se interpreta habitualmente y la que va a ser de nuevo reproducida, este domingo 27, en la Sala Sinfónica del Auditorio Nacional, dentro del tan afamado ciclo Universo Barroco del CNDM, por el Coro y la Orquesta de instrumentos de época Balthasar Neumann, que ya han actuado en estos conciertos en temporadas precedentes.



Su fundador y artífice es el industrioso y resolutivo Thomas Hengelbrock, director en tantos frentes, conocedor del oficio, ordenado y juicioso, aunque no siempre igualmente inspirado y capaz de trascender. Su sempiterno gesto de brazos abiertos, sin batuta, otorga una cierta monotonía a sus recreaciones. El interés de la cita se agudiza con la presencia en los atriles de una obra como la Missa superba de Johann Kaspar Kerll (1627-1693), compositor hoy olvidado y recuperado por Hengelbrock y muy admirado en su época por Bach. Actuarán como solistas Katja Stuber (soprano), Marion Eckstein (contralto), Jan Petryka (tenor) y Reinhard Mayr (bajo), cantantes no muy conocidos por estos pagos.