Un momento de Idiot-Syncrasy

En 2012 Igor Urzelai (San Sebastián, 1983) y Moreno Solinas (Cerdeña, 1987) empezaron a idear una coreografía con la que se proponían cambiar el mundo. Pronto se dieron cuenta de que tal objetivo era una pretensión desmedida. Una idiotez, vamos. De ahí el título con el que acabaron bautizando la pieza resultante: Idiot-Syncrasy. "Al final nos conformamos con cambiar lo que hacemos nosotros con la esperanza de que a partir de ahí el cambio sea más amplio. Hay ideas logísticas que son representativas de una filosofía de trabajo. Por ejemplo, preferimos invertir más en el equipo humano que en aspectos materiales", explica Urzelai al teléfono. Va en coche junto a Solinas, de camino a Madrid, donde la presentarán (Teatros del Canal los días 31 de enero y viernes 1 y sábado 2 de febrero). Lo harán de la mano del British Council, que también les ha incluido en su ciclo de talleres New UK Drama and Dance.



Ese desprendimiento de elementos tangibles se traduce sobre la escena en una absoluta desnudez. Ningún atrezzo envuelve su danza. "También hay que tener en cuenta el contexto en que nació Idiot-Syncrasy, con la economía en un estado castastrófico. La desnudez también es una respuesta a aquella coyuntura. Aunque lo principal es que buscamos quitar todo aquello que impida una comunicación lo más directa posible con el público", apunta Solinas. "Lo que queremos", remacha Urzelai, "es atraer la atención hacia el cuerpo, ponerlo en el centro de todo"..



La fisicidad que defienden viene también de un planteamiento antintelectual. Tratan de evitar que condicionantes racionales interfieran en su comunicación con la platea. "En realidad, todas nuestras obras siempre tiene un punto de partida conceptual que luego determina la escenografía, el ritmo... Pero cuando clarificamos lo que queremos ya sólo buscamos propiciar sensaciones mediante juegos y abrir interpretaciones a la imaginación", añade Solinas. Esta fórmula de trabajo conjura el riesgo de quedar atrapados en la reflexión perpetua. "Es que tendemos a darle muchas vueltas a lo que hacemos", puntualiza Urzelai.



El dúo hispanoitaliano no suelen articular sus coreografías a partir de dramaturgias textuales. Idiot-Syncrasy es, de hecho, la única donde figuran palabras. Que son un reflejo de la riqueza identitaria que da la suma de ambos. Se escuchan términos en español, euskera, italiano, sardo, inglés... Un despliegue políglota en el que no se establecen jerarquías ni preferencias. "Todas las lenguas están en un mismo plano", aclara Solinas. Interesan más los sonidos que los significados. La carga simbólica de los vocablos también la ponen en primer plano. "Digamos que muchos coreógrafos tienden al teatro mientras que nosotros nos decantamos más por lógicas musicales", señala Solinas. En Idiot-Syncrasy cuentan con las texturas sonoras elaboradas por Alberto Ruiz Soler en las que se ensamblan sus gritos, su canto y canciones sardas (Procurare e moderare), italianas (Quanto t'ho amato, popularizada por Roberto Begnini), españolas (el celebérrimo himno 'transicional' de Aute Al alba)...



Lo que sí utilizan son dramaturgias que guían y encauzan el movimiento y la energía; una energía primaria que en Idiot-Syncrasy se orienta hacia la perseverancia en lo colectivo como premisa para desencadenar ese cambio en el mundo que anhelaban en origen. Ambos ejecutan en escena lo que han ideado en su mente con anterioridad. Son dueños del proceso creativo desde su gestación hasta su alumbramiento. Afirman que coreografías como Idiot-Syncrasy no las conciben sin bailarla ellos mismos, porque podrían perderse los matices originales y porque tampoco querían imponer significados en otros cuerpos. No se veían en ese papel de dirigir desde fuera a otros intérpretes. Aunque en estas fechas están ultimando un solo para una bailarina que preestrenarán en Cambridge en mayo.



Ambos llevan algo más de una década asentados en Londres. Se conocieron en The Place y pronto iniciaron una relación sentimental que tuvo también una prolongación profesional. Empezaron trabajando como un tándem. Luego se enrolaron en un colectivo más amplio. En él estuvieron unos años de acelerado aprendizaje pero, pasado ese tiempo, se dieron cuenta que no querían diluir su identidad, su "ping-pong creativo". Y volvieron al binomio inicial. Ambos dejaron sus países de origen para buscar en Londres nuevas oportunidades. Y las encontraron. "También una mayor agilidad en la burocracia y una mayor financiación para nuestros proyectos. Aunque también echamos de menos muchas cosas en el terreno artístico de España e Italia. Nada es perfecto", sentencia Urzelai.



En su opinión, en Inglaterra los programadores son cada vez son más conservadores. Sólo se respalda aquello que cuenta con cierta garantía de que va a gustar al público. "De esa manera -continua Urzelai- no se le da la oportunidad de que le gusten nuevas cosas". Esa es la gran tensión, creen, a la que se enfrenta la danza contemporánea: la de encontrar su público sin renunciar a la libre experimentación. Ellos son optimistas. Intuyen que vienen buenos tiempos para su pasión. "Vivimos -dice Solinas- en mundo volcado sobre las imágenes y la danza tiene mucho poder para crearlas".