Simon Trpceski. Foto: Simon Fowler

De niño empezó a formarse musicalmente con el acordeón, tan arraigado en el rico folclore balcánico. Pero Simon Trpceski (Skopje, 1979) no pudo continuar recibiendo una educación reglada en este instrumento porque no figuraba como asignatura en la escuelas de la capital macedonia. Así que dio el salto al piano y a la música clásica bajo la férula de su profesor, el ruso Boris Romanov. Pronto empezó a ganar certámenes por diversos países europeos (Italia, Reino Unido, Chequia...) y a ganarse un hueco en la Filarmónica de Nueva York, la Sinfónica de San Francisco, la Filarmónica de los Ángeles... Las agrupaciones escandinavas también las ha frecuentado mucho. Con la Filarmónica de Oslo viene colaborando desde antes de la llegada de Petrenko a su titularidad. Aunque con este director se ha intensificado la relación, pues es uno de sus pianistas de confianza. Por tanto, no extraña su 'alineación' para la gira celebratoria de los 100 años de la orquesta. Brindará al público español los dos Conciertos para piano y orquesta de Brahms, dos piezas que disecciona con exhaustividad musicológica en su camerino del Konserthus de la capital noruega a instancias de El Cultural.



Pregunta.¿Hasta qué punto el Concierto para piano y orquesta n°1 de Brahms creó un nuevo molde para este tipo de composición?

Respuesta. Fue una obra orillada durante muchos años. Su estreno fue un fiasco. En una carta Brahms contaba que al final apenas aplaudieron tres o cuatro personas. Él la afrontó como un test de cara a su futuro como compositor. Y dudó mucho sobre la forma que darle. Estuvo dándole vueltas tres o cuatro años. Empezó como una sonata para dos pianos, luego como una sinfonía y finalmente se decantó por el concierto de piano, que de alguna manera tiene el aroma de un poema sinfónico. Creo que es normal que esta pieza fracasara porque requiere un tiempo apreciar su madurez. Tiene una dimensión muy grande, siguiendo la estela de Beethoven, que era uno de sus dioses. Pero al final sí es verdad que ha sido muy influyente, empezando para sí mismo, porque es un claro precedente de su Concierto para piano y orquesta n°2, y muy demandado por las orquestas. Con él, Brahms crea su sello propio.



P. Mencionaba a Beethoven. ¿Qué tipo de conexión tiene con su Concierto 'Emperador'?.

R. Yo no creo que sea una conexión directa, más allá de que ambos son bastante extensos y también en la manera de presentar la música en sus primeros movimientos, porque sus exposiciones son amplias, aunque la de Beethoven es mucho más llamativa, porque busca llamar la atención desde el primer momento, para que el público deje de hablar y se concentre en la música. Y en los últimos movimientos aparecen sendos rondós, estando el de Brahms claramente influenciado por el folclore húngaro. Y en los movimientos centrales también hay similitud en el tema presentado, dedicado al amor; puro y evocativo en el caso de Beethoven y más admirativo y respetuoso el de Brahms, que tiene en mente a Schumann y a su mujer, Clara. Y también se pueden detectar algunos rasgos comunes en la orquestación.



P. Algunos consideran, de hecho, el segundo movimiento como un retrato de Clara. ¿Lo toca usted pensando en este detalle?

R. La verdad es que la manera de combinar y estructurar la música sí parece una expresión de amor y admiración hacia Clara, pero no sólo hacia ella sino también hacia Robert. De hecho, el arranque del concierto es un grito de rabia y dolor por la muerte Schumann. Lo hace de una manera muy agresiva para ser el comienzo de un concierto de piano. Yo tengo en cuenta la historia personal del compositor que hay detrás de su obra pero sobre todo me remito a mis propias imágenes y experiencias. A mí este concierto me recuerda mucho la paz que transmite el interior de una iglesia o una catedral, también la gloria.



P. Ciertamente, es un concierto que presenta una tremenda densidad y disparidad de emociones. Repasemos: dolor, rabia, amor, tensión, gozo, nostalgia, paz, gloria... ¿Cómo maneja esa montaña rusa?

R. Yo pongo toda mi alma, mis experiencias, mi vida, en las partituras que interpreto. Y es un privilegio compartir las mías con las del director y el resto de músicos de la orquesta. Me dejo de llevar. Por otro lado, toda esa variedad de emociones que sintió Brahms no es absoluto ajena a ninguno de nosotros.



P. Es, además, una obra muy exigente técnicamente. ¿Cuáles son sus principales dificultades?

R. Creo que esas dificultades proceden de la tensión que se da entre la madurez emocional y compositiva de Brahms y su edad real, tan corta. Tiene bastantes pasajes vertiginosos y acordes muy abiertos, pero la mayor dificultad es que todas estas exigencias se combinen de manera que proyecten la intensidad emocional de la obra, que es muy robusta.



P. Aquí en España también va a tocar el Concierto para piano y orquesta n°2. Decía antes que el es un precedente de este. ¿En qué sentido lo afirma?

P. Hay una considerable distancia de tiempo entre la composición de ambos. El segundo presenta ya a un compositor completamente desarrollado y asentado en su madurez. Y todo el proceso de creación fue mucho menos convulso. La experiencia que ya ha acumulado le sirve para que sus ideas musicales fluyan más armónicamente, aunque es sorprendente cómo arranca: con una trompa que nadie espera. Estamos ante un Brahms más dulcificado. Será muy interesante para el público español comprobar estos contrastes.



P. Usted ha tocado muchas veces con la Filarmónica de Oslo, que este año celebra su centenario. ¿Qué virtudes destacaría de esta agrupación?

R. Me gusta mucho que se aprecia un rasgo extrapolable a todas las sociedades escandinavas: su marcada querencia socialista, que es algo que tuvimos en Yugoslavia y que estamos intentando mantener en Macedonia. Eso en la orquesta se traduce en un mayor tiempo dedicado a pensar y a debatir sobre la música que hacen, más que lo que es habitual en otras orquestas. Y eso es muy importante. Además, creo que con Vasily, que viene de otra cultura, han alcanzado otro nivel y le aportado una nueva intensidad emocional, más fuego, algo que puede sorprender, porque no es un rasgo habitual en orquestas del norte de Europa.



P. ¿Diría que hay nostalgia de Yugoslavia, del proyecto común, en los países que la compusieron en su día, incluido el suyo?

R. Sí, todo el mundo tiene en la memoria los buenos tiempos de Yugoslavia. La gente tiene más presente el futuro pero no olvidan que los políticos que nos condujeron a la desintegración pudieron ser más listos y más sensatos. Haber propuesto, por ejemplo, una confederación que nos podría haber mantenido unidos, siendo uno de los países más potentes de Europa, con un modelo socioeconómico similar al de los países escandinavos. Pero se dejaron llevar por intereses personales, por su ego, y el encono que se fue gestando entre Serbia y Croacia acabó haciendo imposible esa fórmula de convivencia. También la imposibilitaron ciertos intereses occidentales...