Pocas estrellas del rock se han mantenido tan fieles a sus orígenes como Bruce Springsteen. Desde su arcadia de Freehold (Nueva Jersey) ha practicado una insobornable integridad -personal y artística- que ha concectado con millones de fans. Esta decencia que ya le suponíamos desde su primer álbum, Greetings from Asbury Park, NJ (1973), poco frecuente en un mundo arrasado por los egos y caprichos del mercado, se ha visto rubricada en Born to Run (Random House), las jugosas memorias, que también dan nombre a su magistral tercer álbum de estudio, en las que Springsteen realiza un viaje a la semilla sin eludir ninguna herida: desde depresiones a confictos familiares pasando por su irregular relación con los miembros de la E Street Band.
Quizá como necesidad de prolongar estos testimonios escritos se embarcó en Springsteen on Broadway, un show en el Walter Kerr Theatre estrenado en 2017 que llegó a sobrepasar las doscientas representaciones y que ahora aparece recogido en un doble CD (sin olvidar el documental que estrenó Netflix en diciembre). A mitad de camino entre el monólogo, la comedia y el recital, ilustra acústicamente esta "larga plegaria" (como el mismo lo califica) con Growing Up, My Home Town, The Promised Land, The Ghost of Tom Joad, Thunder Road, Born in The USA y Dancing in the Dark, entre otros reconocibles clásicos. El resultado de este nuevo combate contra sus fantasmas, más psicoanalítico que musical, es de una belleza que trasciende lo artístico porque el boss sale ileso (con la ayuda de Patti Scialfa) de este arriesgado, insólito y más que rentable ejercicio de exposición personal.