Anna Moliner y Blanca Portillo en un momento del ensayo de Mrs. Dalloway. Foto: MadridDestino

Carme Portaceli estrena en el Teatro Español el jueves, 28, su montaje de la novela Mrs. Dalloway. Protagonizado por Blanca Portillo y con una puesta en escena desnuda, actualiza la reivindicación feminista de Virginia Woolf.

“El conocimiento del alma humana de Virginia Woolf es impresionante. Va todavía más lejos que Chéjov”, dice (y ya es decir) Carme Portaceli. La afirmación la pronuncia en una sala de reuniones del Teatro Español. Lo hace tras la inmersión que ha hecho estos últimos meses en Mrs. Dalloway, obra que pondrá en escena en el coliseo madrileño a partir del próximo jueves 28. Todo un reto que ha afrontado con espíritu riguroso pero juguetón. Podría decirse que a la manera con la que Michael Cunningham configuró Las horas, novela que deconstruye magistralmente el libro de Woolf y que dio pie a la película de Stephen Daldry interpretada por -ahí es nada- Julianne Moore, Meryl Streep y Nicole Kidman, esta última encumbrada con el Óscar.



Hay un detalle especialmente llamativo en la versión que firma la propia Portaceli junto a Michael de Cock y Ana María Ricart. Es la desaparición de Septimus, traumatizado veterano de la Primera Guerra Mundial al que le atormentan (como a Woolf) insidiosas voces que resuenan en su mente. Le ‘sustituye' Angélica. “Fue una decisión que me costó mucho tomar. Me lo propusieron y lo estuve pensando mucho tiempo. Pero al final creí que era interesante introducir un alter ego de Clarissa [nombre de pila de la señora Dalloway], alguien más cercano emocionalmente a ella”. El nombre de Angélica lo toma Portaceli de una sobrina de Virginia Woolf, que es realmente quien está detrás de ese personaje de nuevo cuño, porque Angélica es escritora y padece asímismo alucinaciones auditivas. Es un juego de identidades caleidoscópico pero revelador.



Portaceli destila pasajes de la propia novela para armar los parlamentos de Angélica. Con ese fin, también ha tomado materiales de otros escritos de Woolf, incluidos sus diarios. En su investigación topó con insinuaciones de que el trastorno mental de la escritora tuvo su origen en los abusos a los que fue sometida por parte de uno de sus medio hermanos. “Pensamos ahondar más en esta cuestión pero al final lo descartamos porque todo está envuelto en una oscura bruma. Hoy sigue siendo un tema tabú, imagínate entonces”, apunta Portaceli. Su versión subraya las expectativas juveniles de Clarissa truncadas por el tiempo: los hombres que quedaron en el camino, los brotes de sensualidad sáfica sofocados, el confinamiento matrimonial, el sacrificio de las vocaciones por la dedicación a los demás... Va repasando su vida mientras prepara con esmero una fiesta que se celebrará en su casa por la noche. De ese modo, se plantean tres planos en la representación: el presente de los preparativos, las evocaciones de escenas del pasado y el flujo incesante de su conciencia.



Carme Portaceli aborda la novela con espíritu riguroso pero juguetón, a la manera de Michael Cunningham en 'Las horas'

Por este último punto de vista narrativo optó Woolf tras leer el Ulises de Joyce, libro que le marcó. Portaceli resuelve a veces esos fragmentos con una fórmula que ya manejó en Jane Eyre: Clarissa se dirige directamente al público para expresar sus emociones y razonamientos, transparentando así los motivos íntimos de sus decisiones. Woolf plasma el devenir errático de la recapitulación con mano maestra. Lo decía hace escasos días Eduardo Mendoza en nuestras páginas: Mrs. Dalloway es el libro que más envidia me ha dado -aunque no sea el mejor- por su facilidad para ir pasando de una cosa a otra, de la realidad al pensamiento, del pasado al presente”. “Es que la mente humana -añade Portaceli- va a una velocidad tremenda, superior a la de cualquier ordenador, por eso era un desafío llevar ese flujo vertiginoso a escena. Creo que al final hemos encontrado un lenguaje muy bello que lo transmite y lo hace comprensible”.



Un elenco-orquesta

Cuenta para dar credibilidad a su trabajo con una aliada difícilmente mejorable, Blanca Portillo. “Es una actriz que arriesga y va muy dentro, sin hacer ni una pizca de fuerza. Además, todas sus palabras están llenas”, señala Portaceli. La acompañan Anna Moliner, Gabriela Flores, Jordi Collet, Zaira Montes, Manolo Solo, Inma Cuevas y Jimmy Castro. Aparte de interpretar, forman una orquesta (voz, guitarra, batería, bajo, piano) que ‘sustancia' las distintas atmósferas de una puesta en escena desnuda y con proyecciones y móviles que envían whatsapps.



Del novelón de Joyce también tomó el arco temporal de 24 horas. “En ese periodo Virginia Woolf hace aflorar una vida entera”, afirma la actual directora artística del Español, que ya le hizo hueco a la autora británica en la programación del teatro hace un par de años. Entonces Clara Sanchis la encarnó en el excelente montaje dirigido por María Ruiz de Una habitación propia, texto de 1929 enarbolado por el feminismo a lo largo de sucesivas generaciones. Esa veta reivindicativa no obstante ya estaba en Mrs. Dalloway, escrita en 1925. Woolf, como hizo Miguel Delibes con Cinco horas con Mario, otra novela armada sobre el flujo de la conciencia, emite una denuncia contra el carácter gregario que la sociedad asigna a la mujer.



De paso, también le da un buen palo a la psiquiatría y su falta de pericia y sensibilidad para tratar los desajustes mentales. Angélica (o sea, Virginia) ha de lidiar con las pedestres sugerencias del doctor que la trata. “La salud -dice éste- es algo que en gran medida depende de nuestra voluntad. Yo, por ejemplo, trabajo como el que más y gozo de una salud excelente. ¿A qué se debe? A que soy capaz de olvidarme completamente de mis pacientes para centrar mi atención en la restauración de muebles antiguos. Una afición es lo que necesita, ya se lo dije”. Pero no la de escribir, porque, a su juicio, remueve los fantasmas. El problema es que Virginia (o sea, Angélica) no tenía otro asidero: “La única manera de mantenerme a flote es escribiendo. Cuando dejo de escribir siento que me hundo. Me hundo”.



Aunque llega un momento en que ni la escritura le alivia. El suicidio es la única salida para acallar el coro desafinado que percute su mente. “En Mrs. Dalloway Woolf lo desmitifica y lo despenaliza. Lo presenta -concluye Portaceli- como una decisión lúcida que acaba siendo una lección positiva y vital: los que quedan acaban valorando más la vida”.



@albertoojeda77