Nuestros compositores, a pesar de las dificultades que conlleva siempre un posible estreno, siguen conectados con el mundo de la ópera, un género en el que muchos aún no han abierto brecha pese a tener concluida en algún caso una partitura lírica lista para estrenarse. Hay excepciones, claro, como la de Jorge Muñiz, que consiguió representar en Oviedo su Fuenteovejuna; o la de Gustavo Díaz Jerez, que logró que su ópera La casa imaginaria viera la luz en León; o la de Juan José Eslava, de quien se ha podido ver hace pocas semanas Oteiza. Son casos aislados, que estaría bien que tuvieran una mayor continuidad.
Hoy debemos hablar de un nuevo estreno a la vista: el de Yo, Claudio del leonés Igor Escudero (1977), una ambiciosa propuesta que tiene su raíz en las famosas novelas de Robert Graves sobre el emperador romano. Se formula en dos partes: Yo, Claudio y Claudio el Dios, que se estrenarán conjuntamente en el Teatro Miguel Delibes de Valladolid el próximo 1 de junio con la base instrumental de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León dirigida por José Luis López Antón. Las funciones siguientes, los días 8 (Mérida, Teatro Romano), 14 (Madrid, Auditorio Nacional), 21 (Bilbao, Palacio Euskalduna) y 22 (Zaragoza, Auditorio), tendrán a la Sinfónica Verum en el foso.
Escudero, que empezó en esto de la música muy tarde, después de dedicarse a otros menesteres como la arqueología, es ya un avezado y ambicioso compositor, que ha creado piezas para distintos medios y diversas fuentes sonoras y que busca adaptarse a las nuevas estructuras contemporáneas a fin de encontrar un lenguaje asequible con el que plantear retos desconocidos.
La historia de Claudio ya ha conocido las mieles del triunfo en el cine y la televisión. La motivación de Escudero proviene precisamente de la famosa versión catódica. Así lo confiesa a El Cultural: "Me encanta la obra de Graves y la serie de la BBC del 76 me marcó de joven. Conocí a William Graves, hijo del autor, en el estreno de una de mis obras. Nos presentaron y yo aproveché para hacerle la propuesta".
Escudero considera que con esta ópera ha roto deliberadamente la estructura básica del género buscando un lenguaje innovador. "Creo que –dice– las mentes del siglo XXI necesitan otro ritmo. Se han acostumbrado a uno intenso, construido por el cine, la televisión, la publicidad y las nuevas tecnologías. Internet, los teléfonos móviles y las redes sociales. Por eso he eliminado los recitativos y las arias y he hecho que la historia avance de forma permanente, dando información siempre. Los personajes no hablan en alto explicando sus emociones, sino que siempre interactúan entre sí. Los coros no cantan al unísono el mismo texto porque es imposible que un grupo de personas hable a la vez. En las escenas del Senado, lo que oímos es ‘barullo’. También hay coros clásicos, pero sólo en el caso de que estén cantando una canción (popular o militar) que todos conocen".
Hay que resaltar que la obra está compuesta íntegramente usando los modos griegos. Cada personaje usa un ethos en función de su carácter. En los momentos concertantes cada solista resuelve en un grado. Un planteamiento sin duda sugerente que invita a entrar en el conocimiento de un proyecto en el que participa un amplio plantel de artistas. Hasta dieciséis cantantes –con Julio Morales, William Walllace, Conchi Moyano, Estíbaliz Martyn, Andrés del Pino a la cabeza– se reparten nada menos que treinta y seis papeles que dicen el libreto de Pablo Gómez. Livia, Calígula y Claudio llevan la voz cantante.