La primera vez que Juan José Campanella vio en el teatro Yo no soy Rappapport, de Herb Gardner, tenía 24 años. "Me enamoré absolutamente. Con ella, descubrí la magia de combinar la carcajada con la lágrima de la emoción", recuerda. Autor de títulos como El mismo amor, la misma lluvia, Luna de Avellaneda, El hijo de la novia o El secreto de sus ojos, por la que obtuvo un Oscar a la mejor producción extranjera, la influencia que aquella pieza teatral ejerció en su cine resulta evidente. “Ese tono multiemocional –continúa- es el que hace que como espectador, cuando salgo de una sala de cine o teatro, salga como en una nube".
Fue tan intenso aquel flechazo que duró 30 años, el tiempo que tardó el director en conseguir los derechos para dirigirla. Adaptada con el título de Parque Lezama, la obra que supuso su debut como director teatral, prueba suerte, desde hoy y hasta el próximo 12 de enero, en el Teatro Fígaro de Madrid después de haber triunfado en su Argentina natal con más de 800 funciones. Sobre el escenario, Eduardo Blanco, un incondicional de Campanella y su cine, y el veterano actor argentino Luis Brandoni protagonizan esta comedia que recrea el encuentro fortuito en un banco de un parque entre dos hombres mayores que no se conocen de nada y mantienen dos posturas muy distintas, aparentemente opuestas, para afrontar sus vidas.
Versionado y traducido por el propio Campanella, contextualizada en el Parque Lezama de Argentina en vez de en el Central Park de Nueva York, el director ha adaptado la obra a la cultura argentina en esta versión que, además, potencia al personaje que interpreta Blanco. “Ambos son como Don Quijote y Sancho Panza y yo creo que la personalidad de Sancho Panza es la que más cunde en el mundo, lo que pesa muchas veces en las decisiones que tomamos”, explica.
Su Sancho Panza es Antonio Cardoso. “Un personaje entrañable –analiza Eduardo Blanco-, vulnerable, que de alguna manera se armó su quintita, una especie de búnker o espacio reducido, para tratar ya, a una determinada edad, de sobrevivir. En el sentido de que nada más le dañe o le lastime”. En el lado opuesto está León Schwartz. Todo un Don Quijote. “Es un personaje extraordinario porque tiene muchos matices –define Brandoni-. Es un hombre de 82 años que tiene una capacidad de imaginación enorme y es muy fantasioso. Acciona y reacciona de manera muy inesperada y eso provoca mucha empatía”. Ambos forman parte de un mismo baile por el que discurren, a lo largo de la pieza, otros cinco personajes, que vienen y van, entre sus conversaciones.
Ahora bien, puntualiza Blanco, “yo defendería un poco más a mi personaje porque es alguien que ya batalló mucho. Es cierto que no se murió, podría seguir batallando. Y con batallando me refiero a sufrir y gozar. Pero tiene todo el derecho del mundo a estar cansado. No por eso yo lo titularía como conformista. Y en todo caso si se conforma, ¿qué? ¿O todo el mundo tiene que ser héroe?”, se plantea.
Coproducida por El Tío Caracoles, Grupo Smedia y SEDA , la historia que se cuenta en Parque Lezama es universal. “Hay una cosa que nos ocurre a todos en nuestras vidas y es tener que tomar decisiones entre lo que más nos conviene y lo que nos parece más correcto. Eso es algo eterno”, explica su director. Con una puesta en escena muy naturalista, ambientada en varios momentos del día en un mismo parque, la tendencia natural, defiende, es que los espectadores quieran identificarse “con el más aguerrido pero los avatares de la vida nos hacen tomar decisiones más sanchopancistas. Lo ideal sería lograr una síntesis entre las dos actitudes”.
El gran contador de historias
Fuera del escenario, tanto Blanco como Brandoni coinciden en halagar a Campanella como director de teatro. Aunque “hubo que domarlo –bromea el primero de los dos-. Ahora ya está. Había que calmarle un poco la ansiedad de que todas las funciones no salieran exactamente igual”. Habitual en sus películas, el intérprete que ha protagonizado recientemente la serie de Netflix, Alta Mar, añade que el cineasta, no obstante, “es un gran contador de historias en el formato que le pongas”.
El propio Juan José Campanella reconoce no haber encontrado muchas diferencias entre el cine y el teatro a la hora de trabajar. “La diferencia es la cámara –reflexiona-. Pero el trabajo con los actores es similar. Solo que la puesta en escena es como hacer un plano secuencia. No es tanto la dirección sino como lo recibe el espectador. En cine uno controla cada plano que le va a llegar al público. Aquí no. Cada espectador en el teatro hace su propio montaje, se centra en lo que desea, ve sus propios planos”.
El estreno de Parque Lezama coincide con El cuento de las comadrejas, de Juan José Campanella, en la cartelera española. “No solo le ha ido muy bien, sino que creo que se ha enamorado del teatro y es una tarea que no va a abandonar”, afirma Brandoni. De hecho, Campanella está construyendo su propio teatro en Buenos Aires. “Es mi nueva pasión –comparte el cineasta-. Se ha mantenido al margen de todas las nuevas plataformas. El cine sigue estando ahí. El teatro se suma, no reemplaza. La realidad no me exige ese dilema. Con toda la comodidad puedo hacer las dos cosas”.
Los tres afrontan el reto con ilusión y nervios, intrigados por conocer cómo será la recepción del público español, aunque cuentan con su buena experiencia en Argentina. Y es que la obra no solo ha funcionado bien allí, “más allá de los números y la cantidad de espectadores, lo que pasaba con la gente cada noche era una fiesta –recuerda Eduardo Blanco-. Una fiesta familiar, de esas en las que de repente uno se divierte y se ríe todo el tiempo, y se conmueve y se emociona y le puede decir al otro que lo quiere. Estoy metaforizando bastante. Pero es un poco la sensación de lo que sucedía”. Esta noche, en Madrid, el público dirá si la fiesta continúa.