Corrían las 8.30 de la tarde en la calle Arenal de Madrid cuando las personas que hacían cola para entrar en el concierto de Fuerza Nueva se vieron sorprendidas por un numeroso grupo de jóvenes radicales de extrema derecha –ropa oscura y ceñida, algunas cabezas rapadas, varios pasamontañas cubriendo rostros- que, ocupando toda la calzada, marchaban desde Sol hacia Ópera cantando consignas en contra de la independencia de Cataluña. Escoltados por la policía, pasaron a buen ritmo por la puerta de la Joy Eslava, donde hubo algún cruce de improperios sin que la cosa pasara a mayores.
La enconada situación política que atraviesa España (a esa misma hora ardían algunas calles de Barcelona) ofrecía así un preámbulo inquietante para la presentación en directo del nuevo proyecto de Los Planetas y Niño de Elche, que juega a subvertir los símbolos y las canciones que enarbolan nacionalismos de todo signo o que forman parte de las tradiciones más sagradas del país, como la Navidad o la Semana Santa.
De ahí que el grupo haya querido apropiarse del nombre del partido político de extrema derecha que fundó Blas Piñar en 1976, en una jugada que recuerda a como Joy División adoptó como nombre para la banda el del grupo de mujeres judías usadas como esclavas sexuales en los campos de concentración nazis. Por si fuera poco, la portada diseñada por Javier Aramburu para el disco es una relectura de la imagen del Unknown Pleausures de la banda de Ian Curtis, en el que aparece un mapa de España atravesado por un rayo.
Fuerza Nueva, el disco, contiene tanto versiones de El novio de la muerte, la canción de la Legión, como de Els Segadors (Canción para los obreros de la Seat), el himno oficial de Cataluña. Pero también juega con el himno de Andalucía (Santo Dios), con el villancico flamenco de La Niña de la Puebla Los campanilleros o con el himno oficial de los gitanos, el Gelem Gelem (La canción de los gitanos). En diversas entrevistas, tanto Jota como Niño de Elche han manifestado que su intención no es en ningún caso provocar, sino vaciar de ideología las canciones y entregársela al resto de la población que no comulga con su carga simbólica.
Sea como fuera, había bastante expectación ante lo que iba a deparar la presentación del disco en una Joy Eslava que había colgado el “no hay billetes” desde hacía meses para el bolo, y no eran precisamente baratas las entradas. Sobre las 9 de la noche, con solemnidad de misa flamenca, salieron a un escenario adornado con capirotes de nazareno los seis integrantes de la banda, con Eric a la batería y Banin a los teclados y sintes detrás, en unas plataformas, y con Jota, Niño de Elche y Florent delante.
Con los primeros acordes de Santo Dios se instaló la sensación en el respetable de que, independientemente de su armazón ideológico, el proyecto funcionaba en lo musical. El sonido de la banda, expansivo, espacial, poroso y envolvente, arropaba perfectamente el cante de un Contreras al que se le veía cómodo y que tocaba la fibra del público sin problemas.
El grupo respetó la secuencia de apertura del disco. Los tres primeros temas, Santo Dios, Los campanilleros y Mariana, quizá sean los más rocosos y áridos, muy expuestos a la experimentación con las atmósferas, pero ya en La cruz llegó el primer momento álgido de la noche, con un Eric desatado a la batería hacia el final y con Niño de Elche alcanzando altas cotas de emoción en el cante. Tras La canción de los gitanos, Fuerza Nueva recurrió al cancionero de Los Planetas para realizar un doble homenaje a Morente con canciones de La leyenda del espacio.
Tras Canción para los obreros de la SEAT, que el público celebró con una gran ovación, Jota dedicó a los manifestantes de extrema derecha que habían pasado por la puerta Una, glande y libre, canción en la que de forma irónica se pone en el papel de un fascista moderno. Quizá la versión de El novio de la muerte es menos efectiva en directo que en el disco, pero el final del concierto con Santo Domingo fue lo mejor de la noche, de nuevo con Eric desatado a la batería.
Al final, 80 minutos de concierto sin bises, sin apenas declaraciones y ni guiños al público (solo tres veces farfulló Jota algo ininteligible al micrófono), un concierto serio y místico, revestido de ironía, perfecto en lo musical y en medio de una situación política que daba hondura a la apuesta. Una noche para recordar.