"¡Silencio Kent! No os interpongáis entre el dragón y su ira. A nadie quise como a ella, y a sus dulces cuidados pensaba confiarle mi vejez". Las palabras de Lear sobre Cordelia muestran la herida que el tiempo va provocando en el Shakespeare más maduro. Dos compañías -Los Números Imaginarios en La Abadía, a partir del 6 de febrero, y Atalaya en el Fernán Gómez, a partir del 13- se adentran en esta fábula, estrenada en 1606 y cimentada sobre una antigua leyenda, en la que el bardo recrea la cruda tragedia de dolor, locura y destrucción de este “rey pulgada a pulgada”.
La versión que propone Carlos Tuñón, producida por Bella Batalla y los Teatros del Canal, nace de un taller con enfermos de Alzheimer y sus familiares. El público acompañará a Lear en el deterioro progresivo de su mente, pudiendo elegir si participar de su mundo o permanecer como espectador pasivo. "No queríamos que fuese una obra sobre la enfermedad –explica Tuñón a El Cultural-. Es una obra donde se asume que nadie es inmune a la enfermedad, pero la enfermedad no es lo que lo define. Es una obra sobre cómo la naturaleza llega y tienes que gestionarla. Todos podemos ser un rey Lear, un anciano con demencia que rechaza los cuidados de sus hijas…". La puesta en escena de este Lear (desaparecer) está formada por un reparto en el que los roles se reparten de manera aleatoria. En ese sentido, cada función es diferente. Para el director, lo importante es lo que representa el personaje, da igual el género o la edad que lo encarne: "Lo esencial es subir al escenario su arrogancia, su necesidad de seguir siendo, su incapacidad para aceptar las propias limitaciones y su necesidad de ser amado por encima de todo".
Desde una óptica más clásica pero también derribando barreras de género nos encontramos estos días el montaje con el que Ricardo Iniesta celebra los 35 años de Atalaya. Protagonizado por Carmen Gallardo (muy recordadas sus interpretaciones en La Celestina y Madre Coraje de la compañía sevillana), en esta versión nos encontramos una apuesta por la visión universal del clásico para poner el énfasis en su potencia coral, tanto en el movimiento escénico como en los cánticos. La escenografía cambiará a la vista del público a través de 14 módulos. Para Iniesta, este Shakespeare conecta fácilmente con la actualidad que vivimos: "Aquí nos encontramos al Shakespeare más humanista. Nos habla del caos que se transmite de lo individual a lo social y de lo social a lo planetario. Nos habla también de la ceguera de quienes aceptan y apoyan la insensatez y el caos".
Las dos versiones de este Rey Lear que podrá verse en febrero en Madrid nacen de dos miradas pero de un mismo texto, de una misma corriente de penetración en el alma humana. En el caso de Tuñón, la historia de Shakespeare está fragmentada y rota desde el comienzo. Todo orbita alrededor de Lear. Lo que vemos, lo hacemos a través sus ojos. "Hemos conservado las escenas clave que consideramos nucleares para atravesar la pieza como el reparto del reino a la hijas, el destierro de Cordelia o el enfrentamiento con la Tormenta", precisa. Iniesta, por su parte, subraya la proyección social del texto por encima de la suerte del individuo: "El texto representa, con diversos matices, temas tan presentes en la obra shakesperiana como el poder, la traición y las alianzas políticas. Esa es la grandeza de este texto que contiene a Beckett y Artaud, a Brecht y la tragedia griega. Resultaría empobrecedor quedarse en el ámbito familiar y en las desavenencias entre padres e hijos”.
Lear, Shakespeare, seguirá cautivando y cultivando la escena presente y futura. Sus palabras resonarán por todos los teatros con una fuerza que no perderá intensidad con los tiempos. La despedida de Edgar, entre el epitafio y la esperanza, es, paradójicamente, el punto de partida: "Nosotros llevaremos todo el peso de estos tiempos tan tristes; diremos lo que nos dicte el corazón, no lo que deberíamos decir. Los más viejos han soportado más. Nosotros, que poseemos la juventud, nunca veremos tanto, ni viviremos tanto tiempo".