En la Comédie Française hay una costumbre que denota la autoridad imperecedera y seminal de Molière. Todos los actores de la histórica formación, cuyos estatutos fueron redactados por Richelieu y revisados por Napoleón en plena campaña rusa (qué gran escena), se refieren a él como le patron. Es un detalle de ‘trastienda’ bien conocido por Josep Maria Flotats (Barcelona, 1939) porque trabajó en sus filas a principios de los años 80. En esa época hizo alguna comedia de Molière pero nunca El enfermo imaginario, última obra con su firma y una de las más grandes de su repertorio junto con Tartufo, El misántropo, El médico a palos, La escuela de mujeres y Don Juan. Por eso tenía ganas de meterle mano. Así que cuando Helena Pimenta le dio carta blanca para estampar su sello en la CNTC, no lo dudó. Montándola (como director y protagonista) se sacaba la espinita y reivindicaba a su ‘patrón’ a las puertas del cuarto centenario de su nacimiento, que se conmemorará en 2022. A la espera de que se concrete su fecha definitiva de estreno, incertidumbre debida al caos coronavírico, Flotats confiesa su identificación visceral con el dramaturgo galo y enuncia una teoría personal (¿y conspiranoica?) sobre su fallecimiento mientras la interpretaba en 1863.

Una sociedad hipocondríaca

Pregunta. A la luz de los acontecimientos, una obra como El enfermo imaginario cobra una vigencia brutal, ¿no?

Respuesta. Pues sí. Cualquiera diría que se me ocurrió la idea de representarla la semana pasada. Pero en realidad esto lo propuse hace dos años, a Helena Pimenta, que amablemente me abrió el Teatro de la Comedia. Cuando estaba pensando en montarla tenía en mente el consumo desmesurado de ansiolíticos. Tengo entendido que España es el primer consumidor mundial. Vivimos bajo la pandemia del miedo, a tantas cosas… Somos una sociedad totalmente hipocondriaca. Molière fue de los primeros en darse cuenta de esta deriva. Hoy, en el siglo XXI, con nuestro saber y nuestra ciencia acumulados, deberíamos ser una sociedad más segura y equilibrada, pero… Otra cosa es ser prevenido y atender los consejos de las autoridades sanitarias, que es lo que toca ahora.

P. ¿Contra quién apuntaba Molière con esta sátira?

R. Contra sí mismo. Toda su obra parte de su experiencia personal, que él transforma en sátira con la intención de corregir los defectos de los hombres. Molière estaba en un momento muy difícil cuando la escribió, probablemente bajo una depresión, por las infidelidades de su mujer, porque se sentía traicionado por el compositor Lully, porque ya no gozaba del favor real, porque tenía encima el peso de dar de comer a una compañía, aparte de tener que dirigir y protagonizar el montaje… Estaba agotado y durante la cuarta función se sintió mal y acabó muriendo en su casa.

P. ¿Qué pretendía corregir con la obra? ¿El victimismo?

R. Sí. Él, a pesar de todas esas circunstancias, no escribe una obra quejosa o lastimera. La depresión estaba en su vida pero no quería que se colase en su teatro. Estaba taciturno pero no renuncia por ello a la comedia. Lo que me fascina de Molière es que al ver su teatro sientes que habla de ti y que te ayuda a poder mejorar y avanzar. Otros grandes como Chejov, Goethe o Shakespeare te enseñan mucho de los otros pero no tanto de uno mismo.

“Somos una sociedad hipocondríaca. Molière fue de los primeros en darse cuenta. En el siglo XXI, con nuestro saber y nuestra ciencia, deberíamos ser una sociedad más equilibrada”

P. Lo de morir sobre el escenario (bueno, casi) ofrece una lección para los restos…

R. Sí, pero yo tengo una teoría que algún día alguien debería desarrollar en un guion para una película. Y es que, vale que Molière estaba agotado y deprimido, también muy delgado y paliducho, con aspecto enfermizo, pero hay que tener en cuenta que tenía muchos enemigos. La iglesia y los falsos devotos se la tenían jurada desde el Tartufo. Era alguien además que suscitaba mucha envidia porque estuvo largo tiempo en la cresta de la ola, y bajo el auspicio del rey. Hizo teatro hasta el final.

P. ¿Insinúa que lo asesinaron?

R. Pues a tenor de lo anterior, tiene mucho sentido esa sospecha, ¿no? Yo creo que, como en escena tenía que hacer que tomaba muchos medicamentos para representar al enfermo, alguien le pudo colocar arsénico entre esas pastillas. De ahí que tras la función vomitara sangre. Es muy llamativo también que de Molière sólo se conserve con su firma el contrato de compraventa de un inmueble. No hay ni un manuscrito suyo más, ni una carta ni media escena escrita de su puño y letra. Nada. Quedan sus obras porque fueron publicadas mientras vivía. Es sospechoso porque de todos sus contemporáneos, La Fontaine, Corneille, Racine…, sí tenemos. Así que creo que lo envenenaron, entraron en su casa, cogieron todos sus papeles, los quemaron, lo enterraron tras muchos forcejeos con los curas que se negaban a enterrarlo en sagrado por ser actor, e inmediatamente después, dicen, lo desenterraron y lo metieron en una fosa común. Para rematar la secuencia, años después apareció una biografía que tenía todo el tufo de versión oficial escrita al dictado.

P. Pero hoy tiene una tumba en el Père Lachaise.

R. Parece que durante la Revolución, en el 89, lo sacaron y lo llevaron a una habitación del ayuntamiento de París y que años después lo trasladaron al Père Lachaise. Muchos, claro, dudan de que ahí estén sus restos realmente. Es todo una incógnita pero yo sí creo que fue víctima de una venganza.

P. ¿Diría que por ser su última obra compendia todas sus virtudes y fijaciones?

R. Sí, tiene algo de eso, porque trata la mentira, el amor, la religión, la medicina, el falso academicismo… Su lenguaje es el de siempre, claro, limpio, natural y fácil. Molière tiene la virtud de que un francés de hoy con una cultura media lo entiende perfectamente todo. Su lenguaje hablado no caduca. Es siempre moderno. No ocurre lo mismo ni con Racine ni con Corneille.



“Tiene mucho sentido la sospecha de asesinato. Como en escena tenía que hacer que tomaba muchos medicamentos para hacer de enfermo alguien pudo colocarle arsénico”

P. Dice que su puesta en escena quiere evocar el canon estético de la época de Molière pero sin incurrir en una reconstrucción historicista. ¿Cómo ha dado con la tecla para consumar ese complejo equilibrio?

R. No me considero ni tradicional ni moderno, solo un fiel servidor de los poetas. Igual que a un violinista no se le ocurre poner notas a Bach, a mí tampoco. Como es una obra de la que los jóvenes no tendrán referencias porque en España se monta poco, no quería hacer una deconstrucción. Lo que quería era mostrar el espíritu de la obra fielmente. Así huyo tanto de la deconstrucción como de la reconstrucción. Hablando con Franca Squarciapino (vestuario) y Ezio Frigerio (escenografía) reparamos en el espectacular grafismo del siglo XVII, que cobra en nuestro montaje vida y profundidad, como en el 3D.

P. Mientras representaba Voltaire/Rousseau. La disputa reconocía su intensa conexión con los dos. ¿Hasta dónde llega su identificación con Molière?

R. La diferencia es abismal porque la identificación con los Voltaire y Rousseau es intelectual. Molière me toca el hígado, el corazón y el estómago; la relación con él es más visceral, más emocional.

P. ¿En qué aspectos de la Comédie Française debería fijarse la CNTC?

R. La CNTC tiene ya un prestigio muy consolidado, es estupenda, nadie le puede dar lecciones. Yo diría que los teatros públicos españoles en general deberían estudiar bien la organización de la Comédie. Allí hay dos tipos de actores, los pensionaires y los sociétaires. Los primeros son contratados por años completos y pueden acabar siendo sociétaires, si el comité de estos los eligen. Entonces pasan a ser contratados por diez años, prorrogables por otros diez, luego cinco y, finalmente, de uno en uno. En España ya sólo ser contratado por un año entero es una utopía. Los actores de la Comédie trabajan muchísimo, yo a veces ensayaba una obra mientras hacía dos, por ejemplo, pero tienen una gran seguridad. Entre técnicos y actores son casi cuatrocientos empleos los que genera. Es un buen modelo, desde luego.

P. Fue Pimenta quien le abrió la CNTC pero estrenará El enfermo imaginario ya en la etapa de Lluís Homar. ¿Qué le pareció su elección?

R. Es un magnífico actor, también ha hecho grandes trabajos como director, dirigió el Lliure un tiempo… Creo que es una muy acertada elección. Está perfectamente capacitado para llevar a buen puerto esta casa.

@albertoojeda77