Cualquiera que haya visto sobre el escenario (y más allá) a Iggy Pop (Muskegon, Michigan, 1947) habrá sufrido el impacto del rock más irracional e instintivo. La música urbana encarnada en una bestia de la música y el ritmo. Cualquiera que haya visto saltar sin gravedad (stage diving) a la vieja Iguana se habrá sentido arrastrado por la turbulencia del punk y su mensaje encriptado y libre. Cualquiera que haya visto a un ser de otro planeta, salvaje, fibroso y semidesnudo, contornearse en los límites de la percepción habrá visto a Iggy Pop.
El autor de The Passenger se abre en canal estos días con la publicación de Til Wrong Feels Right (Cúpula), un libro en el que recorre cinco décadas de su intensa trayectoria musical a través de canciones, fotografías, recuerdos y testimonios de, entre otros, compañeros de carretera como Jim Jarmusch, David Bowie, Johnny Marr (The Smiths), Josh Home (Eagles of the Dead Metal), Jack White (The White Stripes), Chris Stein y Debbie Harry (Blondie). Así recordaba Bowie su primer encuentro con él y Lou Reed: “Aparece ese tipo, menudo, desaliñado y gracioso con los dientes rotos, y Lou me dice: ‘No hables con él, es un yonqui’; era Iggy”. Quién le iba decir que harían tándem durante buena parte de su carrera.
Esta insólita biografía arranca en los sesenta, década en la que nace The Stooges, grupo con el que Iggy Pop alcanzaría la leyenda a través de discos como Fun House, piedra fundacional del protopunk y en el que la Iguana se muestra ya en toda su crudeza. “Los Stooges –recuerda White– fueron pioneros en sonido, apariencia y presentación en vivo; por el camino inventaron un género, el punk rock, e influyeron en muchos otros que vinieron después. Lo que hicieron no tuvo ningún precedente en la música rock”. De aquella década recuerda Iggy Pop “la alegría e inseguridad de ser joven, el descubrimiento de la cultura negra, el olvido necesario para escapar de América, el LSD, el amor, el dolor…”
En los setenta, añade, “Lou Reed para la forma, The Doors para la belleza, Stones para la libertad y Butterfield Blues Band para pasarlo en grande”. Canciones como Down On The Street, Loose y discos como The Idiot marcarán una década portentosa. “Su voz –recuerda el productor Danny Fields–, el sonido ancestral de la banda y el poder de su ataque fueron únicos”. En aquella época, como en esta, este pasajero del rock, incombustible al tiempo, ha sido un festín para los fotógrafos. Steve Emberton evoca el impacto que le produjo: “Lo mejor de fotografiarlo es que es una persona muy física, lo que produce imágenes geniales”. Los setenta fueron los años de canciones como China Girl (coescrita junto a Bowie) y de The Passenger (su himno artístico).
Los ochenta los verá como una “década mortal para el rock and roll”. De su eclecticismo surgieron temas como The Villagers, The Horse Song, Repo Man, Blah, Blah, Blah y Cold Metal.“Escribí para ilustrar, pero también para medicar”, señala psicoanalizándose en Til Wrong Feels Right. En los noventa reconoce haberse convertido en una especie en peligro de extinción. Así que nos encontramos ya a un artista que se ve como un corredor de fondo que depende únicamente de sus fuerzas para abordar el siglo XXI. Hasta los albores de esta biografía llegarán Loves Missing y The Dawn, temas del pasado año. Josh Homme realiza la última reverencia: “Todos deberían arrodillarse ante Iggy Pop”.