“Sé que no tiene razón el que dice ‘ahora mismo, ahora, ahora’ con los ojos puestos en las pequeñas fauces de la taquilla, sino el que dice ‘mañana, mañana, mañana’ y siente llegar la nueva vida que se cierne sobre el mundo”. En sus charlas sobre teatro García Lorca no atisbaba ni en sus peores sueños una situación como la que vivimos, pero bien puede aplicarse para el incierto ‘mañana’ que les espera a las salas alternativas, sin duda el flanco más débil de nuestro teatro pero, al mismo tiempo, como demuestran algunas iniciativas, el más creativo y resuelto para enfrentarse a esta adversidad.
“El teatro alternativo lleva ese nombre porque siempre se está reinventando. Somos lo alternativo a la escena más tradicional. En su formato y discurso, nuestras obras y actividades llevan la voz de lo emergente. Así que está completamente vivo cuando hay una crisis. En este campo, en esta zona de producción autogestionada, el lugar de la crisis es un espacio conquistado”, señala Soledad Oviedo, directora de La 5 de Velarde, sala madrileña que ha demostrado que se puede crear utilizando la crisis a tu favor mediante una nueva relación con el público y trabando formatos tradicionales con las últimas innovaciones digitales.
Junto a su equipo integrado por David Giménez, especialista en el ámbito audiovisual, y el doctor y actor David Janeiro (que ha vivido en primera línea la tragedia del Covid-19 desde el Clínico de San Carlos de Zaragoza) ha puesto en marcha iniciativas como Hablamos para intercambiar ideas con profesionales del teatro de todo el mundo, y Experiencias escénicas, un proyecto online con representaciones de obras que han podido ser vistas desde Israel a Brasil (pasando por Alemania y Francia) y a cuyos estrenos el público ha asistido como si fuera a ir presencialmente, incorporando elementos como aplausos, críticas y despedidas.
Más allá de la exhibición
Pero las propuestas de regeneración de La 5 deVelarde no son las únicas en el Off español. La sala que hasta hace poco ha programado La medida exacta del Universo, Nave 73, cuya dirección (integrada por Rocío Navarro, Alberto Salas y Álvaro Moreno) está dedicada en cuerpo y alma a las mesas sectoriales con el Ministerio de Cultura –e implicada en el Real Decreto-Ley del 5 de mayo de 2020 de apoyo a las artes escénicas–, busca consolidarse como un proyecto que mire más allá de la exhibición. “El modelo de sala alternativa que se impondrá cuando salgamos de todo esto será el que demande una mayor flexibilización”, apunta Navarro, que ha tenido que posponer hasta septiembre el festival ClasicOff, una parada obligada en el circuito clásico veraniego.
La fidelización e implicación del público en las actividades de la sala son los principales retos de la madrileña Teatro del Barrio y de la sevillana TNT-Atalaya. "Desde hace décadas el tejido formado por las alternativas es fundamental para el desarrollo de las artes escénicas –señala Ana Belén Santiago, que, junto a Ana Camacho, pilota la sala de Lavapiés y que ha acogido montajes como Celebraré mi muerte–. Somos un espacio para la investigación artística y la experimentación, por lo que en ocasiones nos convertimos en plataformas para artistas que empiezan su carrera y que no encuentran una oportunidad en lo público. Para la sociedad, somos el espacio teatral y artístico de proximidad. Muchas veces, nos convertimos en el primer umbral para acceder a las artes en vivo".
“En este campo, en esta zona de producción autogestionada, el lugar de la crisis es un espacio conquistado”. La 5 de Velarde
La estrategia de Atalaya, con Ricardo Iniesta al frente, es la complicidad: “Vamos a lanzar campañas para que sientan más cercano y abierto el teatro. Invitarlos siempre que puedan y que participen en nuestras actividades, no solo en las actuaciones”. Ni Iniesta, con proyectos pendientes como Mundo Magallanes, Rey Lear y Marat Sade, ni Sergio Matamala, de la barcelonesa Flyhard, ni Nur Levi, de la Mirador, son muy partidarios de echarse en brazos de internet para trasladarlos montajes al respetable. Más bien lo entienden como algo coyuntural que empieza y acaba en esta excepcionalidad. En TNT, como en casi todas las salas, han redoblado la presencia en las redes sociales pero no han colgado ningún espectáculo íntegramente: “Consideramos que el teatro es el único evento que tiene que realizarse en vivo. Resulta contraproducente meterlo en pantallas reducidas”. De forma parecida piensa Matamala, para quien el espectador no llegará a disfrutar de la magia del teatro en este formato. “Eso sí, ahora podemos buscar maneras de mantener nuestra actividad, como colocar cámaras y montar funciones en streaming”, asegura el director, que ha programado recientemente Lo nuestro. Levi apuesta también por lo audiovisual pero en ningún caso la Mirador, creadora del clásico de la escena Off La katarsis del tomatazo, lo concibe “como sustituto de una función”.
¿Creará esta crisis un nuevo espectador? ¿Habrá que revisar la interpretación, la escenografía, la iluminación o el sonido con el fin de potenciar la identificación con la sala? ¿Qué nos encontraremos con la “nueva normalidad”? Todo va a depender, como señala Javier Ossorio desde La Fundición de Sevilla, de cómo reaccione la gente en otoño. Por eso, la sala andaluza prepara la campaña Vuelve al teatro, que incluye ofertas y reclamos para que el público se despoje de esa desconfianza. La sala Pradillo y el equipo encabezado por Alberto García trabaja ya para adaptarse a las nuevos tiempos: “Reagendaremos, repensaremos, redefiniremos y reestructuraremos lo que queda de año”.
Javier García Yagüe, un histórico de la escena alternativa madrileña como dramaturgo y como gestor, reconoce a El Cultural desde Cuarta Pared que tiene “mucha curiosidad” por conocer el panorama que quedará tras el cerrojazo de estos meses. “Hay que revisar las programaciones –señala el autor de Trilogía de la juventud junto a José Ramón Fernández y Yolanda Pallín–, valorar cómo ha influido en la psicología de la gente. Siempre hemos entendido el teatro no como un intercambio comercial sino como un lugar de encuentro. Si esta experiencia nos ha cambiado, entonces ese encuentro debe realizarse de otra manera. Es una buena ocasión para repensar todo esto. La rentabilidad cultural es social y emocional, nunca económica”. Pero en muchos casos, las finanzas, sin querer que sea la pieza fundamental del engranaje, mandan en el destino de muchas de ellas. Es el caso de El Montacargas, escenario que bajó definitivamente el telón en marzo tras 26 años de actividad, dejando atrás una trayectoria con más de 200 actividades al año, entre las que se encuentran los trabajos de 50 compañías y la organización de 20 festivales internacionales de clown. “Pensamos sguir con la compañía que fundamos en París hace 32 años y que ahora tiene en gira Isadora (sobre Isadora Duncan)”, explica con cierta melancolía Aurora Navarro, una de sus directoras.
Contratos, nóminas, alquileres
Y es que las pérdidas, como en todos los sectores económicos, están desatando una auténtica ruina en el circuito alternativo. Contratos cancelados, nóminas y alquileres, entre otros gastos fijos de funcionamiento, hacen que cada sala esté perdiendo una media de 30.000 euros al mes. Solo hace falta multiplicar desde marzo hasta septiembre, en el mejor de los casos, para calcular la dimensión del desastre. Lo que parece seguro es que ni las medidas sanitarias que se impondrán ni las restricciones de ocupación de aforo serán suficientes para alcanzar una digna velocidad de crucero. “Estamos deseando volver”, clama Juan Carlos Garcés desde la sala Russafa de Valencia, que ahora celebra su décimo aniversario y el 25 de la compañía que la gestiona, Arden Producciones (creadora de títulos como Alicia en Wonderland). “Nos gustaría montar ex profeso una gran obra de bienvenida. Hacemos ya planes para poder abrir tras el período estival, como cada año, acondicionando instalaciones, incorporando protocolos de higiene y pensando en el máximo aforo que nos permitan”.
Para el nuevo orden, quizá comandado ya por otro perfil de público, las reivindicaciones del sector oscilan entre las más generales, como declarar la cultura bien de primera necesidad (un clásico que ya aparece en la agenda del ministro Rodríguez Uribes), de Nave 73 y Russafa, y las más concretas, como pedir que las administraciones sufraguen parte de las butacas que no podrán salir a la venta (reclamado por Teatro del Barrio). Irina Kouberskaya y Hugo Pérez de la Pica, creadores en Tribueñe de Alarde de tonadilla, Amiga y El vuelo de Clavileño, entre otras piezas de exquisita factura, no pasarán a la historia por su ambigüedad: “Pedimos apoyo para los teatros pequeños que viven a pulso, la suspensión durante cinco años del IBI y del IVA, ayudas directas por volumen de espectadores sin justificación, publicidad gratuita en los medios y una educación para las nuevas generaciones basada en el contacto con el arte”.
“Pedimos la suspensión durante cinco años del IBI y del IVA y ayudas directas por volumen de espectadores”. Sala Tribueñe
La experiencia de García Yagüe apunta también al apoyo de las administraciones, y que sean conscientes de que las salas con aforos reducidos no pueden ni quieren ser rentables. “Tan solo quieren ser viables, poder abrir al día siguiente”, afirma el coautor de Las manos. “La cultura se ha ido ligando cada vez más a los criterios de productividad y rentabilidad económica del neoliberalismo”.
Así las cosas, volvemos a Lorca para recordar que un pueblo que no apoya a su teatro si no está muerto está moribundo: “Es uno de los más expresivos y útiles instrumentos para la edificación de un país y el barómetro que marca su grandeza o su descenso. Un teatro sensible y bien orientado en todas sus ramas, desde la tragedia al vodevil, puede cambiar en pocos años la sensibilidad del pueblo; y un teatro destrozado, donde las pezuñas sustituyen a las alas, puede achabacanar y adormecer a una nación entera”. ¿Pezuñas o salas? Decidamos qué es lo que queremos.