Un pianista del renombre de Javier Perianes (Nerva, 1978) suele tener su agenda planificada a dos o tres años vista, al menos. Pero actualmente ese milimétrico pautado de los compromisos está, nunca mejor (¿peor?) dicho, en cuarentena. Todo es susceptible de verse alterado. Más este curso que se avecina. “Antes, enero de 2021 era para mí pasado mañana, ahora es una fecha lejanísima”, explica a ElCultural, al teléfono desde su casa de Sevilla. En principio, debería tocar con la Nederland Philarmonic en Ámsterdam, la Konzerthaus de Berlín, la Tonhalle de Zúrich, la NHK de Tokio, la Sinfónica de Londres... Pero antes de todo eso, este viernes, abrirá, si el virus lo permite, la temporada de la OCNE, bajo la batuta de David Afkham y con la Fantasía coral de Beethoven y las Noches de los jardines de España de Falla en atriles. A pesar de las dificultades, llega a la cita con suficiente rodaje, tras un verano movido en el que se ha soltado en varios festivales: Granada, Santander, San Sebastián, Stressa, Ravello...
Pregunta. ¿Considera estos conciertos catárticos?
Respuesta. Han sido diferentes, porque nada de lo que estaba previsto se ha hecho y todo lo que se ha hecho no estaba previsto. Iba a ir a Montpellier con la Orquesta Nacional de Francia, a debutar en el Hollywood Bowl con la Filarmónica de Los Ángeles... No iba a hacer Mozart y lo he tocado varias veces... Lo importante es que he vuelto a la rutina que tenía antes de esta locura.
P. Con la Orquesta Nacional ha formado algo así como un ‘grupo de convivencia’. Estuvo con ella el Día de la Música, en la Quincena, en el Festival de Santander y ahora abre su temporada. ¿Cómo la ha encontrado?
R. Hacía ya tres años que no tocaba con ella, desde que abrí la temporada 2017/18, también con Afkham. Ha sido un reencuentro del que he disfrutado mucho, porque es una orquesta en la que tengo buenos amigos. Lo que he percibido es ganas de trabajar e ilusión, disciplina y calidad.
“La situación de esta nueva temporada exige una gran flexibilidad de todos, programadores, orquestas, solistas y público”
P. Como decía, ha frecuentado a Mozart este verano pero con la OCNE rinde honores a Beethoven en su aniversario, en un programa que involucra también a Falla. ¿Cómo se gestó esta combinación?
R. La idea parte de Afkham, que supongo que quería algo simbólico para comenzar, aunando a uno de nuestros compositores más internacionales con la gran figura de este año, Beethoven. Abordar su Fantasía coral permite sacar a la palestra al Coro y servirá como puente hacia la Sinfonía nº1. Es un concierto con aires de nuevo comienzo.
P. Es curioso que en el año Beethoven los discos que ha lanzado han ido por otros derroteros. Demuestra su independencia frente a modas y oportunismos comerciales.
R. El año pasado hice la integral de sus conciertos de piano con Juanjo Mena y la Filarmónica de Londres. Ya preveíamos la saturación de este curso. Aparte, tenía ya mis planes y no me apetecía cambiarlos. Pero muy probablemente en unos años habrá otro disco beethoveniano.
P. Podría incluir, precisamente, los conciertos, que tiene ya tan ahormados, ¿no?
R. Por qué no... Es cierto que los he tocado mucho. Pero alguien también puede preguntarse por qué sí, porque la verdad es que hay cientos de grabaciones de ellos. Todo se andará... Lo importante es que se alineen una orquesta y un director que me estimulen, a partir de ahí todo vale.
P. Su último disco plantea un recorrido que empieza con el Grand Tango de Piazzolla y acaba con el Tango de Albéniz. ¿Cuál era el objetivo de este viaje entre dos tangos?
R. Mostrar los caminos de ida y vuelta entre la música española y latinoamericana, unidas por un vínculo inevitable y maravilloso. Falla murió en Argentina, Casals en Puerto Rico, Montsalvatge escribía de una manera muy antillana... El título del disco, Cantilena, que tomamos de la famosa Bachiana brasileira de Villa-Lobos, describe muy bien el contenido. ¿Qué es una cantilena? Pues una canción. Y eso es lo que recogemos, canciones a caballo entre dos mundos, que adaptamos a la viola y al piano, donde la primera emula la voz humana. Tabea [Zimmermann] y yo llevábamos muchos años colaborando y el disco es consecuencia natural de esa complicidad.
Los espejos de Ravel
P. Jeux de miroirs, su álbum anterior, también era como una bisagra: en ese caso entre la tradición musical española y la francesa, con Ravel y su identidad vascofrancesa en medio.
R. Sí, ofrecía múltiples espejos. Aparte de enfrentar a Ravel consigo mismo, en su doble faceta de orquestador y compositor para piano, uno de los principales era esa conexión. En la Alborada del gracioso y el Concierto en sol la inspiración española es más que obvia.
P. Es uno de los grandes embajadores del nuestro repertorio. ¿Lo hace porque siente una responsabilidad con sus raíces?
R. Lo hago, sinceramente, por egoísmo y por convicción. Falla, Montsalvatge, Mompou, Albéniz y tantos otros merecen tocarse junto a los más grandes. Así que no es ningún compromiso patriótico, es por disfrute mío personal. Ahora hemos diseñado un programa para presentarlo en una gira internacional en el que junto a Chopin y Beethoven incluyo las Goyescas de Granados.
P. Parece que hoy los recitales de piano son un valor más seguro que los conciertos sinfónicos. ¿Cómo espera que se desarrolle la temporada y qué le diría al público que esté dudando en comprar sus entradas?
R. Yo creo que la situación demanda de todos, programadores, orquestas, solistas y público, una gran flexibilidad. Si hay que cambiar un programa a última hora, pues habrá que adaptarse. No es cuestión de negarse en banda por detalles así. Y yo también soy público y por lo que he vivido en los conciertos de verano no tengo ninguna duda de que el mantra ‘la cultura es segura’ está demostrado. Es uno de los sectores que de manera más escrupulosa, incluso en demasía, está cumpliendo con las exigencias sanitarias.