No cabe duda, si atendemos a cuestiones relacionadas con lo nuevo o poco conocido, lo inusual o lo exótico, que uno de los acontecimientos a señalar de la actual y baqueteada temporada operística española, se localiza en el Teatro del Liceo de Barcelona. Allí desembarca, el próximo miércoles, 3, Platée, uno de los títulos más emblemáticos de Jean Philippe Rameau, principal representante, junto a Jean Baptist Lully, de la comédie-ballet, en la que la danza actuaba como elemento aglutinante asociada al canto, el recitado y la orquestación.
Este ballet bouffon (comédie lyique), primer espectáculo escénico estrenado en Versalles en 1745, cuando su autor había cumplido ya los 50, es, como han subrayado muchos estudiosos, “un entretenimiento deslumbrante”, una comedia que encierra dentro de sí, a lo largo de una acción llena de idas y venidas, todo un variado e irónico mundo en el que Platée es una ninfa acuática a la que Júpiter toma ignominiosamente el pelo. Así, la trama habla de la obsesión de Platée por el amor del Dios y de cómo este le gasta una broma. Al final, en medio de la boda, se hace visible el engaño, y Platée, humillada, salta de regreso a su pantano. Más de 275 años de vida de una partitura que sigue rezumando seducción irresistible y libertad musical.
La música o los aplausos
Es conocida la anécdota: al final de su vida, se le preguntó al compositor si prefería el sonido de los aplausos o bien la música de sus óperas. Después de unos instantes pensándolo, dijo: “Me gusta todavía más mi música”. Puede que tuviera en mente esta ópera cómica, que no situaba en lugar menos importante que sus grandes comedias-ballet, de mayor aparato y espectacularidad, como Les Indes galantes, Las Boréades o Les Paladins, en las que, como en Platée, resplandecía siempre su talento, su sentido innovador, su dominio de la armonía. Todo ello contenido en su famoso Tratado de 1722, del que Debussy se hacía lenguas siglos más tarde.
Decía Claudio de Francia a propósito de este texto: “Un tratado que pretende restaurar los derechos de la razón y quiere hacer reinar en la música el orden y la claridad de la geometría (…) no duda ni un instante de la veracidad del viejo dogma de los pitagóricos (…). La música entera es la aritmética del sonido, como la óptica es la geometría de la luz. Se ve que reproduce los términos, pero traza el camino por el que pasará toda la armonía moderna; y él mismo”. Principios racionalistas enunciados por un compositor que acabaría construyendo un mundo armónico aparentemente –solo aparentemente– alejado de las reglas más estrictas.
Lo sorprendente es que, por ejemplo en Platée, esa geometría no entorpece un discurso y una acción de lo más jugoso, travieso y divertido, que se extiende en esta versión concertante liceísta a lo largo de tres sustanciosas horas. Que transcurran leves, amenas y airosas será cosa de la interpretación. La que se anuncia en esta oportunidad parece tener todos los sacramentos, ya que está encomendada a William Christie y sus Arts Florissants, auténticos especialistas en este tipo de composiciones. Lucirán sus bien afinados instrumentos de época en las partes de ballet y en aquellas en las que han de acompañar a las jóvenes Voces del Jardín de Christie, con el tenor ligero Marcel Beekman al frente.