Tom Volf no tenía apenas idea de quién era Maria Callas en 2013. Pero una noche de enero de ese año fue a ver una producción de la Maria Stuarda de Donizetti en el Metropolitan, con la efervescente Joyce DiDonato como maestra de ceremonias. De vuelta a su pequeño piso de estudiante en Nueva York, empezó a picotear en internet, abducido por el bel canto, que todavía resonaba en su cabeza. El algoritmo digital le hizo desembocar en la atribulada soprano de ascendencia griega: el aria de la locura de su Lucia, después su Elvira en I Puritani… Y ahí le cambió la vida a Volf.
Obsesionado por ella, recorrió el mundo en busca de los amigos y conocidos de la diva, ávido de recolectar documentos y testimonios que sirvieran para desmontar los chismes y maledicencias que anegaron su biografía. Toda esa labor recopilatoria, a la que dedicó cinco años, ha dado como fruto varios libros, exposiciones y la película Maria by Callas. Además, Volf quiso coronar este despliegue multiformato con una puesta en escena cimentada en la compilación Cartas y memorias, que Akal acaba de publicar en España y que reseñamos en las páginas siguientes.
“Este espectáculo es el resultado de siete años de trabajo. En la película Maria by Callas (estrenada en 45 países en 2018) ya había de fondo unas cuantas epístolas. Para mí representan la más íntima voz de la mujer que hay tras la leyenda, más María que Callas. En la exposición, se mostraban algunas de ellas físicamente, dentro de vitrinas. Y con el libro Lettres & Mémoires [título original] tuve la impresión de que añadía el último elemento a un edificio enorme y apabullante que ponía la palabra de Callas en el centro de la escena”, explica Volf, empleando una metáfora que pasaría a ser una realidad literal gracias a su encuentro con Monica Bellucci.
“Para mí ha sido como un salto al vacío. pero una se mete en
este trabajo para sentir este tipo de escalofríos”, dice Bellucci
La actriz italiana, en efecto, recogió el guante cuando Volf le propuso encarnar a la icónica cantante. “Dije que sí malgré moi, un ‘sí’ que salió de mi boca sin darme tiempo para pensarlo. Me pareció un proyecto fascinante sobre una figura que me resulta muy atractiva. Especial interés tiene su dualidad entre la artista y la mujer que amaba con la pureza de un niño”, recuerda la actriz italiana, que tras más de una cincuentena de papeles interpretados en la gran pantalla decidió subirse a las tablas por vez primera con 56 años de la mano de Volf, regista, cómo no, del montaje.
La estrenaron en el Studio Marigny de París en 2019. Luego ha recorrido festivales de otros países europeos como Italia (Spoleto) y Portugal (Almada) embutida en un vestido de la propia Callas, que no había lucido nadie más en las últimas cinco décadas. También lo ceñirá este viernes 15 de julio en el Festival de Peralada. “Para mí ha sido como un salto al vacío. Pero una se mete en este trabajo para sentir este tipo de escalofríos. Cuando tienes miedo, es señal de que vas por el buen camino”, apunta Bellucci. El trayecto al que alude la ha conducido al apartamento parisino de la avenida George Mandel en el que la ‘Divina’, el significativo mote que le estamparon, pasó los últimos 15 años de su vida, un periodo de ensimismada decadencia. Es el espacio que recrea Volf sobre las tablas de manera muy sencilla: básicamente con su sofá y con el gramófono en el que Callas escuchaba sus discos.
Lectura y vinilos
En la representación también suenan estos vinilos. Sirven para entrecortar la lectura de las cartas que realiza Bellucci con deliberado hieratismo y lánguida belleza, una actitud marcada desde la dirección de Volf que algún crítico, no obstante, ha lamentado por desbravar el dramatismo vital que contienen tales narraciones. El recitado abarca en torno a tres décadas que, a su vez, operan como partes diferenciadas de un peculiar ‘biopic’ íntegramente sustentado en lo escrito por la ‘interesada’. En los 50 se evocan sus primeras apariciones en escena y su matrimonio con Meneghini (acaudalado industrial de la construcción con el que se casó en el 49); en los 60, el romance vivido con Onassis, roto tras ochos años de una relación que comenzó como amour fou y luego degeneró en mentiras, celos y discordias; y en los 70, la nostalgia y la soledad dominantes.
En este tramo crepuscular es cuando se nos presenta a la ‘Divina’, sola, varada en sus aposentos parisinos. Un planteamiento que recuerda mucho a la protagonista de La voz humana de Poulenc (con libreto de Cocteau). Otra mujer despechada y en barrena anímica. Bellucci, eso sí, no canta, pero paladea los trinos que emite el gramófono. Una diva haciendo de portavoz de otra diva. “Maria habla directamente al público y les confía sus pensamientos. Por primera vez ella es la única que cuenta su propia historia, en lugar de otros hablando en nombre suyo. A través de las cartas, dirigidas a personas cercanas, unas anónimas, otras famosas, emerge una mujer desconocida que ahora sí tenemos la oportunidad de descubrir; vulnerable y fuerte al mismo tiempo, llena de ambición y sueños en sus años juveniles; llena de dudas y sufrimiento en sus años postreros”.