Aquel 14 de agosto don Hilarión se levantó de su acostumbrada siesta con mal sabor de boca, pero con buen humor ya que por la noche tenía previsto asistir a la verbena de la mano de las dos agraciadas hermanas Susana y Casta, a las que llevaba semanas requebrando y regalando golosinas y pañoletas de seda. Antes estaría unas horas en su botica despachando ungüentos, elixires y analgésicos.
Y más que habría de despachar al día siguiente después de los excesos de la fiesta del barrio. Hacía un calor insoportable y nada más llegar a su local, a escasas manzanas de su casa, se quitó la levita y, pasadas unas horas, sacó dos sillas fuera del establecimiento, tal y como tenía acostumbrado, y se dispuso a esperar a don Sebastián, un rico comerciante que ocupaba un local cercano.
La verdad es que su amigo le empezaba a caer un poco gordo, ya que, ante sus deseos de ligarse a las jovencitas, siempre trataba de quitarle la ilusión y de recomendarle que amainara un poco en sus veleidades de viejo conquistador. Era buena persona pero un poco palizas; un tío monsergas. Y él no estaba para eso, sino para pasárselo lo mejor posible ahora que tenía tiempo y ganas y había dejado atrás sus años de matrimonio con Amparo, que Dios tuviera en su gloria.
De todos modos con don Sebastián podía conversar sobre el estado actual de la política y de las cosas de la vida en general. Ambos estaban de acuerdo en que las ciencias de su tiempo avanzaban que era una barbaridad. Y hasta lo cantaban para disgusto y sorpresa de los vecinos. Algunos, a su aire, se dedicaban a jugar a las cartas en la terraza del bar cercano, en el que, al tiempo, el cajista Julián le lloraba sus penas a la Señá Rita, su madrina y mujer del tabernero. Hay que ver cómo don Tomás Bretón acertó a trazar aquí una página musical en la que todo se escucha a la vez en paralelo.
Entonces surge, de lo más hondo, la romanza de Julián, también gente del pueblo. El joven cajista, hombre sencillo, un guaperas de barrio, está muy enamorado de Susana y es especialmente celoso. Trata de no obsesionarse, pero no puede y cada noche, pensando en ella, tiene constantes erecciones.
La muchacha está harta de tantos celos. Una noche, tan tórrida como las demás, contemplando su sandunguera, venusta y desnuda figura ante el espejo, se dijo: “Hay que darle una lección: arrimémonos, junto con mi hermanita, a los pantalones del boticario y dejémonos querer, aunque solo hasta cierto punto, claro. Al menos aceptemos sus requiebros y regalitos”.
Y eso no lo traga el muchacho, que, si no fuera tan cerril, se habría dado cuenta de la artimaña. Pero no piensa, solo sufre. Su lamento se une a las voces de la Señá Rita, la del boticario y la de los chulapos. Todos sudan la gota gorda, incluido el hijo de los porteros. Pero hay ganas de fiesta y los mozos invaden la calle cantando y bailando por seguidillas en homenaje a la Virgen.
Cantar era lo que salía de las entrañas de don hilarión cuando, al quedarse solo, él mismo se anima en su papel de viejo seductor
Cantar era lo que le salía de las entrañas al bueno de don Hilarión cuando, al poco de quedarse solo, él mismo se anima en su papel de viejo seductor al pensar en las dos hermanitas, dos auténticos bombones, que le ríen las gracias y se dejan querer. Les encanta pasear con él en calesa por las calles del barrio, dándose importancia y aceptando con un guiño los pellizcos que el caballero lanza de vez en cuando a sus mollares cuerpecitos.
Esa cancioncilla, Una morena y una rubia, hijas del pueblo de Madrid, le sale del alma, aunque los vecinos no dejen de reírse al escuchar al septuagenario entonar, con un oído enfrente de otro, ese confiado y optimista canto.
La calle va quedando desierta y aparecen dos somnolientos guardias y un sereno que hilan una cansina conversación mientras los parroquianos se desgañitan llamando a este último.
Un Plaza castizo
En 2013 José Carlos Plaza realizó esta adaptación de La verbena de la Paloma con la dirección musical de Cristóbal Soler y la escenografía de Paco Leal, inspirado en la pintura de Amalia Avia.
El calor es asfixiante y los pasos son cada vez más lentos. Todo se va adormeciendo hasta que, de pronto, reaparece el incombustible don Hilarión, cada vez más rijoso, que se las promete muy felices junto a sus chulapas, a las que, por supuesto, no deja de vigilar la tía Antonia, un personaje de tebeo, bigotuda, bien alimentada, tonante y entrometida, que no deja a sus sobrinas ni a sol ni a sombra. Todo se anima al compás de una mazurca que suena en el Café de Melilla. Un avance de la fiesta que está por venir.
El terne Julián, con la sombra de su tía cosida a sus pantalones, se aposta frente a la casa. Los celos lo consumen y los consejos de Rita no le sirven pa' na. Momento en el que la buena mujer saca sus mañas del más puro casticismo tratando de convencerlo de que amaine en sus apasionadas reacciones. Conoce bien a su ahijado. Sabe que es un buen chico, aunque un tanto atolondrado. Lo sabe desde que nació. Es un peazo pan, pero a veces se desmanda y no piensa. Tiene un corazón más grande que la Puerta de Alcalá.
El cajista insiste y proclama su amor una y otra vez mientras reaparecen los guardias y se presentan don Hilarión y sus chulapas. Julián sale al paso y las distintas líneas musicales se entrecruzan. Sobreviene entonces la conocida pregunta del mozo: “¿Dónde vas con mantón de Manila?”, una jacarandosa habanera, que envuelve con sus aromas a las voces y que acaba por conducir a una escena masificada con presencia de la autoridad.
El follón está servido, a don Hilarión se le cae la dentadura postiza. De forma tan rápida como ha empezado, la escena se resuelve en un instante. A la tía Antonia se la llevan los guardias por desacato, los enamorados se besan y la noche calurosa se pacifica con el sonido de la música de la habanera, ahora tocada a velocidad supersónica.
Hasta el 21 de agosto puede verse en el Teatro EDP Gran Vía de Madrid, como ya es tradición, el montaje de La verbena de la Paloma de la compañía lírica Luis Fernández de Sevilla, con dirección musical de César Belda y dirección escénica de Lorenzo Moncloa.
Además, las versiones cinemtaográficas de esta zarzuela a cargo de Benito Perojo y José Luis Sáenz de Heredia pueden verse en la plataforma Flixolé.