La vida del bailarín Félix Fernández bien merecía que un coreógrafo la llevara sobre las tablas. Nacido en cuna humilde, el baile fue el trampolín que le emancipó de una vida miserable, de sufrido jornalero. Su duende cautivó al mítico Serguéi Diáguilev, el fundador de los Ballets Rusos, y a partir de ahí vivió una aventura memorable. Javier Latorre, inspirado en esta peripecia, ideó El loco, obra que el Ballet Nacional de España estrenó en 2004, y que ahora Rubén Olmo, director de la compañía, ha decidido recuperar: podrá verse a partir del viernes 9 en el Teatro de la Zarzuela.
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“Es que estuvo poco tiempo en cartel porque le pilló en medio del cambio de dirección del Ballet, que pasó de Elvira Andrés a José Antonio. Era interesante mostrar de nuevo esta historia en la que se entrecruzan Diáguilev, Falla, Picasso…”, explica Olmo a El Cultural. Él la vio en el Liceu en su día y se quedó prendado, un efecto al que contribuyó también la música imbricada de Falla, Mauricio Sotelo y Juan Manuel Cañizares.
La figura de Félix Fernández presentaba, además, algunos paralelismos con su propia biografía: él también procedía de una extracción social baja (Olmo llegó a vivir en las 3.000 viviendas de Sevilla) y, gracias a la danza, pudo ampliar horizontes. “Es algo muy común entre los bailarines, todos tenemos muy presente el sufrimiento que conlleva ser alguien en este oficio”.
“Encarno la dureza de Diáguilev pero también la parte humana, que se conoce menos”, explica Rubén Olmo
Aunque Olmo, por suerte, no parece encaminarse hacia el fin trágico que tuvo Fernández, que acabó encerrado en un manicomio de la localidad inglesa de Epson. Fue un revés profesional lo que agravó (o desencadenó) su esquizofrenia. La relación con Diáguilev le desestabilizó. Este fue a verlo a un café-cantante de Sevilla y lo reclutó para su troupe.
Fernández pensaba que iba a bailar en el proyecto que estaba pergeñando el audaz empresario: poner en pie El sombrero de tres picos de Manuel de Falla con vestuario y escenografía de Pablo Picasso. “Firmó un contrato de exclusividad que probablemente no entendía. Se ilusionó con que él sería uno de los bailarines en esta coreografía pero luego constató que lo querían básicamente como asesor de flamenco y danza española”, apunta Olmo, que en esta versión encarna al mismísimo Diáguilev. “Reflejo su dureza pero también la parte humana, que se conoce menos porque ha sido tapada por el cliché en torno a él”, aclara.
Aparte, Olmo hace del Corregidor en El sombrero de tres picos, que se recrea en parte en la pieza de Javier Latorre, puesta en escena, al igual que en 2004, por Paco López. No hay cambios sustanciales en la manera de mostrarla, amén de un esfuerzo por redondear los distintos números y dar más fluidez al relato biográfico, que arranca con Fernández en el sanatorio rememorando su periplo vital, desde la infancia callejera al momento en que pierde la cabeza, cuando en el estreno de Londres comprueba que no va a bailar.
En ese momento, herido en su orgullo, huye y acaba bailando en la iglesia de St-Martin-in-the-Fields. Destroza también el mobiliario, señal de que su psique hace aguas. Y le cae el estigma del que ya no se podrá desembarazar: el de loco. De ahí el título del espectáculo. “No poder bailar le destrozó”, concluye Olmo.