Cerramos 2022 con la feliz noticia de que la Unesco acaba de declarar la Danza Moderna alemana –iniciada por Chladek, Laban, Wigman, Palucca o Jooss– Patrimonio Intangible de la Humanidad, revalorizando una estética apoyada en el realismo expresivo e inspirada en la vida diaria; metáfora agridulce para un año en el que el conflicto en Ucrania ha agitado los cimientos de la danza.
En septiembre fallecía en campo de batalla Olexandr Shapoval, Primer Bailarín de la Ópera Nacional de Ucrania, alistado voluntariamente tras la invasión. Antes habíamos visto iniciarse un llamativo éxodo de bailarines y coreógrafos: estrellas como Alexei Ratmansky, Olga Smirnova, Xander Parish y Jacopo Tissi abandonaron Mariinski y Bolshoi dejando una estela amarga. También el español Jorge Palacios dejó el Mariinski para reubicarse en nuestra CND.
En septiembre fallecía en campo de batalla Olexandr Shapoval, Primer Bailarín de la Ópera Nacional de Ucrania, alistado voluntariamente tras la invasión
Aplaudimos la iniciativa de reconocer la investigación de danza oficialmente: la Generalitat valenciana ha concedido su Premio Honorífico a Carmen Giménez-Morte, catedrática del Conservatorio Superior de Danza de Valencia –recién denominado ‘Nacho Duato’– e impulsora de la Historia de la Danza Contemporánea en España, publicada por la Academia de las Artes Escénicas, cuyo tercer volumen acaba de ver la luz.
[Tamara Rojo, directora artística del San Francisco Ballet]
Y asistimos atónitos al prodigioso movimiento de fichas que ha colocado a Tamara Rojo a la cabeza del San Francisco Ballet y a José Carlos Martínez al frente del Ballet de la Ópera de París, la institución de danza más relevante del mundo. Martínez, que se retiró como Danseur Étoile de la casa en 2011, se ha convertido en el séptimo extranjero en ocupar el codiciado despacho desde su fundación en 1661.