Con 23 años, que son los que tenía Gabriel Calderón cuando escribió Uz: el pueblo (2005), los sentimientos religiosos, muy unidos a los emocionales, forman parte de un entramado convulso y liberador que nunca se sabe hacia dónde nos puede llevar. Surgían entonces como pólvora las ideas de “nuevos” ateos como Richard Dawkins (El espejismo de Dios), Christopher Hitchens (Lecturas esenciales para el no creyente) y Michel Onfray (Tratado de ateología).
A partir de estas corrientes, aderezadas con lecturas desordenadas de la Biblia como el Libro de Job o el Génesis, Calderón monta la historia que podremos ver, desde el 16 de marzo, en las Naves del Español dirigida por Natalia Menéndez y protagonizada por Pepe Viyuela, Nuria Mencía, Trinidad Iglesias, José Luis Alcobendas, Ruth Núñez, Ángela Chica, Veki Velilla, Javier Losán y Julio Bohigas-Couto.
“Aunque ya no fuera ni cristiano ni católico ni creyente había quedado muy impactado por algunos relatos de ese libro de libros”, reconoce el autor de obras como Ana contra la muerte (la más reciente), Historia de un jabalí (la más celebrada) y Clara y el abismo (la más estremecedora). Todas ellas, por uno u otro motivo, transformando la cartelera teatral española con sus relatos y con sus penetrantes planteamientos formales.
“Solo si recobramos la calma podremos construir una sociedad más civilizada”. Natalia Menéndez
“Quise utilizar todo este cóctel de ideas para escribir una comedia –añade el autor uruguayo–. Un texto fuerte, intenso, que no se detuviera a mirar a quien dañara en el camino y, sobre todo, que hiciera reír mucho, mucho, mucho. Para mí, escribir teatro es juntar ideas que no suelen ir juntas y lograr que en el escenario provoquen una reacción nueva, sorpresiva, contraria a la expectativa, para que nos revelen en nuestra frustración los prejuicios de los que estamos armados”.
En Uz: el pueblo nos trasladamos a una tranquila villa donde viven Grace y Jack con su familia. Ella acaba de perder su trabajo en una iglesia y vive preocupada por cómo alimentar a sus dos hijos, una joven autista y un adolescente que aspira a deslumbrar a sus padres de la forma que sea. En esta desafortunada coyuntura, Grace tendrá un encuentro con Dios, que le va a pedir una acción para que pueda recobrar la tranquilidad y la alegría. No tardarán en precipitarse los acontecimientos. Por diversos motivos, el pueblo se transforma en un ente irracional...
Calderón utiliza la sátira y el humor para reflexionar sobre nuestras creencias y nuestros límites, generando situaciones que desembocan en el absurdo más delirante, dejando en evidencia hasta dónde somos capaces de llegar cuando decidimos llevar hasta las últimas consecuencias nuestra fe o nuestro amor por algo, convirtiéndonos en fanáticos, ciegos o insensibles a todo lo que ocurre a nuestro alrededor.
Esta comedia, puntualiza su directora Natalia Menéndez, habla de los actos arrebatados que nos procura el miedo creado por y para los seres humanos: “Cuando el pánico avanza en nosotros, perdemos la razón y nos lanzamos a los más enloquecidos vericuetos. El daño es irremediable para cada uno y se puede extender a toda una sociedad. Solo si recobramos la calma y no permitimos que el temor campe a sus anchas podremos construir una sociedad civilizada”.
Menéndez, directora también del Teatro Español, institución en la que va a cumplir cuatro años, y de obras recientes como Queen Lear, La vida es sueño y Despierta, hace hincapié en que el montaje pone el foco en cómo la sociedad trata al diferente. “¿Sabemos relacionarnos con un autista, queremos que se acerque a nuestro mundo?”, se pregunta. “La sociedad pretende que los ‘diferentes’ se eduquen como los que no lo son. Tal vez por eso la empatía es uno de los valores más necesarios para vivir con respeto y dignidad”.
La relación entre autor y directora ha sido un proceso cargado de libertad pero también de respeto mutuo. “Me interesaba ir a favor del texto, sin imponerme, pero ofreciendo mi punto de vista, que tiene que ver más con la denuncia que con la crítica”, señala a El Cultural Menéndez, que ha buscado en todo momento un formato compuesto por los diferentes estilos propuestos por Calderón y por los distintos “humores” que van del negro al blanco.
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Así, dice, solo se puede crear esta situación con un reparto muy cuidado, que se atreva, sin juzgarse, con un desarrollo físico exigente: “Es necesario un equipo creativo a favor de la seriedad del humor, con referencias a La casa de la pradera, a películas de Hitchcock y a otros clásicos. La puesta en escena tiene que ver con ofrecer una cascada de sensaciones y de emociones, con evitar pensar y usar la intuición, con un juego permanente que sirva casi como homenaje continuo al teatro, con exprimir las interpretaciones con un ritmo tratado al detalle. Por eso se cuida la vista, el oído y el olfato”.
La cuestión dominante en Uz: un pueblo es alumbrar lo existente, no alterar el orden establecido. Por eso, para la directora, lo importante es verlo todo desde otro ángulo, “para fijarnos y decirnos lo que puede ser peligroso, lo que sobrepasa los límites”.