Antonio Gala primero fue poeta, luego dramaturgo y finalmente novelista, y esta evolución se la dictó el público, al que siempre tuvo claro que debía buscar. En los años sesenta y tras haber publicado un poemario (Enemigo íntimo) estrenó sus primeras obras teatrales, todavía minoritarias y en una onda poética, y en las que destacan títulos como Los verdes campos del edén (Premio Nacional de Teatro Calderón 1964).
En esa década se da a conocer en los teatros madrileños, que siguen por entonces un modelo de explotación comercial clásico que hoy prácticamente ha desaparecido. Es el de los empresarios y compañías que arriesgan en producciones generalmente basadas en una figura de cartel con arrastre y en textos atractivos y sólidos; este teatro se prolonga hasta la década de los noventa, cuando la pujanza del teatro público irá ocupando su espacio.
Gala encuentra apoyos en prestigiosos directores como José Luis Alonso y, sobre todo, en productores como Manolo Collado, importante bastión en su carrera ascendente. Tras el buen recibimiento de obras como Los buenos días perdidos (1972), con el galán Juan Luis Galiardo, obtiene un gran reconocimiento al año siguiente con Anillos para una dama, protagonizada por María Asquerino, José Bódalo y Charo López, y en la que recrea la vida de la mujer del Cid después de su muerte.
A partir de entonces la suerte está echada para Gala, es el dramaturgo que encadena un éxito tras otro hasta finales de la década de los ochenta. Veinte años en los que reina con un teatro escrito para grandes actrices, ya que casi siembre da el protagonismo a personajes femeninos, donde priman la ternura poética y las buenas intenciones, y ambientado habitualmente en pueblos o ciudades provincianas que evocan el ruralismo de Benavente o de los Álvarez Quintero.
En realidad, es un teatro antiguo, pegajoso, blandito y conservador, pero con fuste, ingenioso, bien escrito y mejor dialogado; es un teatro de melodrama que triunfa durante la Transición española y los primeros años de la joven democracia y que le permitirá seguir escribiendo teatro hasta que su reinado decaiga y decida buscar a su público, fundamentalmente femenino y burgués y que tan a pulso se ha ganado, con novelas, la primera El manuscrito carmesí (1990).
[Antonio Gala, ahora hablarán de ti]
A Anillos para una dama, le sucede Las cítaras colgadas de los árboles (1974), su primera colaboración con Concha Velasco y una de las actrices con la que repitió en varias ocasiones. La obra rescata un supuesto episodio histórico de la violación de una mujer judía por un cristiano del siglo XVI. El escándalo, sin embargo, llega con ¿Por qué corres, Ulises?, que hizo famosa a Victoria Vera por ofrecer el primer desnudo íntegro en el escenario un mes antes de la muerte del dictador.
Cinco años pasan hasta que Gala vuelve a estrenar. En 1980 su Petra regalada le brinda probablemente su momento de mayor gloria. La pieza es una alegoría política sobre el momento que vive el país, sucede en un pequeño pueblo de la España rural donde la prostituta Petra ejerce su actividad. Petra es Julia Gutiérrez Caba y acabará rebelándose contra las fuerzas vivas del pueblo con la ayuda de un liberal (Juan Diego). Fue todo un exitazo que se mantuvo varios años en cartel.
Posteriormente escribe La vieja señorita del paraíso (1981), pedagogía teatral de buenismo en una ciudad de provincias; El cementerio de los pájaros (1982), otra alegoría sobre el golpe de Estado del 23-F; El hotelito (1985), comedia para cinco actrices; Séneca o el beneficio de la duda (1987), monólogo de filosofía política escrito para Pellicena, y hasta una revista musical como Carmen, Carmen (1988), de nuevo con Concha Velasco, que tuvo un buen recibimiento pero no lo suficiente como para asegurar una larga gira.
Siguió estrenando en los noventa, hasta 2003, cuando subió a las tablas su última obra: Inés desabrochada. Su actividad se redujo, notó que su audiencia había descendido y que ni siquiera se le rescataba en los teatros públicos (excepción de Pérez de la Fuente, que lo montó en el Centro Dramático Nacional) y fue el momento de cambiar los escenarios por las casetas de la Feria del Libro de Madrid para atender a sus devotas lectoras, que esperaban largas colas para encontrarse con él.