José Saramago envidiaba a los peces del Tajo. Contaba en el prólogo de Viaje a Portugal cómo los miraba receloso desde la orilla mientras cruzaban La Raya, donde el Tajo, de repente, se convertía en el Tejo y ellos, de peces, pasaban a ser peixes. Lo hacían despreocupados, sabiéndose dueños del agua, sin que ningún agente de fronteras les pusiera un solo pero.
Él, por el contrario, sí que necesitaba una autorización que le permitiera cruzar la frontera para llegar a un país que sentía como propio, pero en el que, pese a todo, seguía siendo portugués y, por tanto, extranjero. Afortunadamente, muchas cosas han cambiado desde que el premio Nobel publicara aquel libro de viajes en 1981. La apertura del espacio Schengen ha logrado que españoles, portugueses y peces tengan los mismos derechos fronterizos en la península.
Hoy en día, un español puede atravesar La Raya y seguir el cauce del Tejo hasta el estuario que precede a su desembocadura en el Atlántico, en cuya orilla norte corren en estampida los tranvías lisboetas y los turistas ávidos por fotografiar imágenes que ya han capturado millones antes. Al sur de estas aguas, sin embargo, todo está más calmado.
Cada verano la ciudad de Almada, municipio de extrarradio que nutre de trabajadores a la capital, acoge en su seno el festival internacional más importante dentro de la escena portuguesa. Durante 15 días de julio los almadenses enmudecen mientras los telones de sus salas se alzan para traerles propuestas escénicas de compañías de danza y teatro de todo el mundo. Sin embargo, la proyección globalista del evento no da la espalda a la escena nacional.
Entre la denuncia y el desasosiego
Es precisamente Rodrigo Francisco, director del festival, el que ha traído una de las creaciones más solventes y demoledoras de esta edición, Além da dor. La obra, cuya versión original, Beyond Caring, fue el estreno de Alex Zeldin como dramaturgo, es una propuesta en el que el realismo más crudo golpea cuando el optismo se atreve a asomar la cabeza. Los precarizados trabajadores del turno nocturno en una fábrica de procesados cárnicos son los protagonistas de una historia dominada por las inclemencias de la realidad.
Remédio, dirigido por António Simão, no tuvo una acogida tan destacable. La obra, escrita originalmente por Enda Walsh, retrata los vaivenes psicológicos de un paciente de una residencia psiquiátrica. Sin embargo, la inmersión en el asunto de la salud mental queda inconsistente, al mezclar la comedia que apenas despierta unas risas discretamente aisladas con un final rotundamente dramático y dislocado del resto del relato.
Bob Wilson fue uno de los pocos directores que llevó su trabajo a una de las salas adscritas al festival fuera de Almada. Su tríptico de danza, Relative calm-tryptich version, cuya coreografía corre a cuenta de la Lucinda Childs, se llevó a cabo en el auditorio del Centro Cultural de Belém. La primera pieza del conjunto, Rise, de Jon Gibson, es la única que se mantiene con respecto al trabajo original del que parte la obra, que crearon conjuntamente la coreógrafa y Wilson en 1981.
Tanto en esta apertura como en Light over water, de John Adam, que cierra la obra, se consigue una iluminación que subraya una sensación de sosiego sospechoso, bajo interrogante, como si hubiera un nervio latente, un dolor en la calma que se presiente sin ser nombrado. Los bailarines, mientras tanto, se debaten en un baile ejecutado como al ritmo de un metrónomo, desplazándose por todo el escenario sin siquiera rozarse, aflorando una cierta soledad en la colectividad del baile.
El segundo acto de este tríptico le corresponde a la Suite Pulcinella de Stravinsky, que actúa como un eficiente contrapunto a las otras dos piezas, con una coreografía y escenificación a caballo entre lo contemporáneo y lo clásico.
No son tan efectivas, sin embargo, las piezas insertadas entre cada una de las tres partes, que corresponden a lecturas dramatizadas del Diario del también coreógrafo y bailarín Vaslav Nijinsky, con las que dialogan las voces en off de los mismos Bob Wilson y Lucinda Child. El resultado son unos entreactos voluntariamente crípticos que dejan al espectador entre la consternación y la indiferencia, a la vez que se le despierta una cierta impaciencia por que dé comienzo el siguiente acto.
El humor de la tragedia
Un tríptico es también la propuesta que ha traído Pete Stein a Almada. El alemán, que lleva años afincado en Italia con su mujer, Maddalena Crippa, trae Crisi di nervi, un conjunto de tres piezas cortas de Antón Chéjov: El oso, Los maleficios del tabaco y La pedida de mano.
Como es habitual en la obra del ruso, los protagonistas de cada una de las comedias tienen en común una cierta anomalía mental o espiritual que, de alguna forma, se manifiesta en lo físico y los arrastra al trágico patetismo. Esto, junto a una puesta en escena y un reparto de primer nivel, llevó a la carcajada generalizada del público almediense durante la hora y media que duró el espectáculo.
Entrelinhas ha sido otra de las obras de producción nacional presentes en el festival. Mediante un proceso de autoficción y enfundado en un chándal, Tónan Quito ejecuta un monólogo en la que recita una supuesta carta desde prisión escrita entre las líneas del Edipo Rey y lo entrelaza con la supuesta historia del fracaso a la hora de crear una puesta en escena que tuviera como protagonista dicha carta. De tal forma, Tiago Rodrigues, director de la pieza, crea una propuesta original cuyo devenir se vuelve impredecible.
Más allá de las obras de las que se ha podido disfrutar durante el evento, con motivo del 50 aniversario de la Revolución de los Claveles también se ha querido conmemorar la función social de la compañía A Barraca, que desde su fundación ha realizado una labor admirable a la hora de llevar el teatro a cada rincón del territorio luso. Por ello, en el Festival se pudo acceder a una exposición que hacía un recorrido de toda la trayectoria de la compañía con un variado material documental.
El aniversario del nacimiento de un país nuevo ha ayudado a subrallar la importancia de un evento como el que lleva sucediendo ya 41 años en Almada, que dio por concluida su última edición el pasado 18 de julio. Tanto en este municipio, como en A Barraca, como en aquella revolución, late con fuerza un valor a defender y reivindicar: la certeza de que el arte, como la libertad, si no llega a todos, no es real.