Una rueda de carro sirve de almohada a una máscara en el blasón de La Barraca, la compañía de teatro universitaria que recorrió los caminos españoles durante los primeros años de la Segunda República. "Dinero para sus títeres", espetaba despectivo Indalecio Prieto, Ministro de Hacienda entonces, cuando se vio obligado a rascar los bolsillos del estado para financiar el proyecto. "Títeres para nuestras gentes", debieron jalear a su equipo Lorca y Ugarte, fundadores de la iniciativa, mientras se embadurnaban con el polvo del camino.
La fotografía más famosa de la legendaría compañía española tiene aquel cartel como telón de fondo, con el granadino en plano tres cuartos. Federico posa sonriente y, se podría decir, ilusionado. Enfundado en un mono azul de trabajo que rompe con su fama de "señorito", su indumentaria deja en claro la filosofía del grupo: el teatro es arte, pero también artesanía. Al autoproclamarse "trabajadores de la cultura", reafirmaban su posicionamiento como parte de la clase obrera, a la que deseban llevar las obras más brillantes del repertorio español.
Aquel cartel, en cuya rueda de madera se escucha el trajín del viaje a los recobecos del mapa español, es el mismo que señala en el vestíbulo que precede a su sala de teatro lisboeta Maria do Céu Guerra (Lisboa, 1943), la actriz y cofundadora de la compañía A Barraca. "Me lo regaló Pilar", dice con una sonrisa leve que recuerda con cariño otros tiempos. Se refiere a Pilar Ríos, quien fuera la esposa de José Saramago desde 1988 hasta la muerte del Nobel portugués en 2010.
La Barraca de Lorca y Ugarte nació como culminación de una serie de iniciativas pedagógicas que tuvieron como germen la Escuela Libre de Enseñanza impulsada por Francisco Giner de los Ríos. Los primeros años de ilusionante reformismo propiciados por la Segunda República fueron un contexto favorable para esta clase de proyectos, que tenían como fin lograr una población letrada y activa tanto en lo político como en lo cultural.
De manera similar, la atmósfera creada a partir del 25 de abril de 1974 en Portugal, en la que unos claveles se colocaron en posición de firmes en contra de un régimen obsoleto y disfuncional, favoreció la eclosión de un frenético reformismo equivalente al que viviera España a principios de los años 30. Quizás por eso, una mujer encandilada por la fiebre que despertaba Lorca en las clases populares españolas quiso continuar en 1976 con aquel sueño que se truncara en la España de 1936.
La admiración de Maria do Céu Guerra por el poeta español se encendió en una taberna granadina en 1972, cuando aún no había libertad ni en España ni en Portugal, pero se intuía como un suave redoble de fondo, "cuando en Granada Hélder Costa [escenógrafo y cofundador de la compañía] y yo entramos a una tasca y escuchamos a gentes de clase popular cantando los versos de Lorca, nos maravillamos. Era fascinante ver cómo ese poeta llegaba al alma de la gente de su tierra", recuerda Maria do Céu.
En el escenógrafo y la actriz se despertó un ténue sentimiento de envidia, al comparar ese fuego que encendía Lorca con el apagón general que notaban en los pechos de sus paisanos, "después de aquello, nos comparamos a nosotros, los portugueses, que no parecíamos sentir el mismo entusiasmo. No teníamos un poeta así, que atrajera a la gente de forma tan atávica y emocional, tan efectiva", se lamenta. Maria do Céu y Costa se asomaron al patio del vecino y lo vieron mucho más verde que el suyo propio.
Por ese motivo, como diciéndole a su propia tierra "verde que te quiero verde, tan verde como el jardín de al lado", bautizaron a la compañía que crearon conjuntamente pocos años después, en 1976, A Barraca. Quisieron hacer honor con este gesto a aquella admirable capacidad del poeta andaluz para hacer estremecerse de pasión a un pueblo que se rendía a sus pies.
Pero la admiración de Maria do Céu y su posterior homenaje a La Barraca con el nombre de su compañía no se explica únicamente por la capacidad del poeta para entrar en comunión con el sentir de su pueblo, "nosotros, como Lorca, tenemos la aspiración de llevar el teatro a aquellos lugares donde normalmente no llega". Cuarenta años después de la muerte de Federico, florecía en Portugal el mismo espíritu de misionero de la cultura que enarbolara el poeta en 1931.
Lo que tienen en común ambas compañías es, ante todo, el traqueteo de la rueda que servía de fondo en el cartel junto al que posaba Lorca. A Barraca sigue la estela de aquel teatro que viaja, que cubre los caminos para llegar a las plazas de los pueblos llenas de gentes con manos encallecidas y cuentas corrientes escasas, "queríamos llevar a todas partes un teatro culto, pero no erudito", sostiene Maria do Céu, que apuesta por un teatro que, sin paternalismos, salga de la torre de marfil.
"Yo venía de hacer teatro experimental en Cascais. Más tarde protagonicé representaciones de Bodas de Sangre y La casa de Bernarda Alba y me fascinó. Yo quería ese tipo de teatro para A Barraca. Era un teatro de altura, pero para todos", rememora la actriz. "Ese amor se ha mantenido durante toda la vida de nuestra compañía. En 2017 trajimos nuestra versión de Mariana Pineda, que me encantó dirigir".
El libro que publicó la compañía en 2001 para conmemorar su 25 aniversario está prologado por una entrevista a Hélder Costa, el cómplice de Maria do Céu en la aventura de A Barraca, titulada, de nuevo como homenaje a otro poeta español, El camino se hace caminando. Los valores inamovibles con los que siguen creando sirven al escenógrafo para concluir el artículo: "seguimos construyendo un teatro popular sin ser populista, culto sin ser elitista".
El rodar itinerante de A Barraca le ha llevado a todos los rincones de Portugal, pero también a las grandes citas escénicas del mundo. En 1992 ganó el premio UNESCO para las artes en Sevilla con O pranto de Maria Prada, un monólogo satírico escrito por el dramaturgo luso del siglo XVI Gil Vicente, en el que se caricaturiza a un personaje ridículo en su grandilocuencia. Tablados de Europa, América, Asia y África han albergado obras de la compañía durante los cerca de 50 años que ha estado activa.
A Barraca nació en un momento de tanta ilusión como ambición por un país nuevo, por una cultura que llegara al pueblo y echara raíces en su pecho. Este anhelo ha sido motivo de admiración en su país y le ha distinguido como una de las compañías de referencia en el territorio. Recientemente, y asociándolos con las celebraciones del 50 aniversario de la Revolución de los Claveles, la 41ª edición del Festival de Teatro de Almada ha albergado una exposición en la que se les rinde homenaje.
Las "barracas" de Maria do Céu y de Federico son dos instantáneas en diferentes momentos históricos de una misma visión de lo que debe ser el teatro. Una expresión artística esforzada, que se niega a ser recluida en los salones de los afortunados, que cuando unos pocos la intentan retener solo para sí, se zarandea y traquetea para que todos la vean, la aplaudan y se maravillen ante el milagro del arte genuino en todo su ardor.