El joven festival Cap Rocat ha pasado de ser un humilde evento de un solo día en el que se aspiraba a hacerse un hueco dentro de la escena operística española a ser uno de los principales atractivos en este campo durante el período estival. Su primera edición, en 2021, reunió en un solo concierto a artistas locales Simón Orfila e Irene Más, mientras que en el año 2022, la soprano Sondra Radvanovsky fue la única en ofrecer su interpretación. 

La producción del Festival ha demostrado su deseo de convertir el proyecto en una iniciativa ambiciosa, de referencia en la órbita operística y de la música clásica en general. Muestra de este impulso es el salto de una sola jornada a un total de tres que se dio en la edición de 2023 y se ha mantenido en la cita de este año. 

Antonio Obrador, el melómano arquitecto encargado del proyecto original de reacondicionamiento de Cap Rocat, María Obrador, su hija y cara visible del Festival,  Ilias Tzempetonidis, director artístico, y Pablo Mielgo, director de la Orquesta Sinfónica de las Islas Baleares, han sido los encargados de sacar a flote con éxito apabullante un proyecto de estas dimensiones. 

Vista del hotel con el escenario del Festival al fondo. Foto: Cap Rocat

Si el año pasado lograron dar visibilidad al festival y demostrar que, tanto por los valores del proyecto como por su emplazamiento, cuentan con elementos diferenciadores, en esta ocasión los responsables de la iniciativa han logrado apuntalar un festival de una calidad general difífcil de alcanzar y sólido en las virtudes que lo distinguen. 

Las voces de las primeras espadas de la ópera resuenan con cada vez más fuerza en las paredes de marés horadado de la antigua fortaleza Cap Rocat. Pretty Yende, Nadine Sierra, Elina Garança, María Agresta, Michael Fabiano y Luca Salsi pisaron las tablas de Cap Rocat en la edición anterior. En esta ocasión, Jonas Kauffman, Sondra Radvanovsky y Lisette Oropesa, además del pianista Mijaíl Pletnev, han sido los invitados a resguardarse en la antigua fortaleza.

Fueron Kauffman y Radvanovsky, acompañados por la orquesta sinfónica de las Islas Baleares, el Coro Cap Rocat y bajo la batuta del director Marco Armilliato, los que inauguraron el festival el pasado viernes 2 de agosto. Con motivo del centenario de la muerte de Giacomo Puccini, el tenor y la soprano interpretaron Amor y odio, un concierto homenaje en el que se recopilan algunas de las piezas más reconocidas del compositor italiano. 

Que el festival se desarrolle en gran parte a cielo abierto y fundido con la naturaleza es uno de los aspectos distintivos y principales atractivos que ofrece la cita. Las voces de Kauffman, Radvanovsky y Oropesa salen despedidas al cielo y se disuelven en la brisa nocturna mediterránea, para admiración del público. Sin embargo, esto acarrea también e inevitablemente, percances de difícil control para la organización.

Jonas Kauffman y Sondra Radvanovsky en la velada de inauguración de la 4.ª edición del Festival Cap Rocat. Foto: Festival Cap Rocat

 

El viento fue un invitado no deseado durante la primera noche protagonizada por Kauffman y Radvanovsky. Mientras que la pareja interpretaba, alguna fuerte racha se entrometía como ruido de fondo. Sin embargo, el impecable trabajo técnico de la organización redujo a mínimos un problema que podría haber deteriorado la calidad del evento y que, por suerte, no fue más que algo anecdótico.  

Pese a las suspicacias que podía despertar en un principio la calidad del sonido en un entorno abierto, la amplificación del sonido funcionó precisa y resueltamente. Gracias a ello, las piezas que interpretó la pareja de obras como Turandot Tosca pudieron ser disfrutadas como lo merecía la ocasión. Principessa di morte!, donde ambas voces compartieron protagonismo y el icónico Nessun dorma que regaló Kauffman en el bis, sobrecogieron especialmente a un público cuyo entusiasmo se reflejó en el prolongado aplauso. 

También el Coro Cap Rocat tuvo por unos minutos aquella noche el papel protagonista y, como en una confidencia, murmuró  la pieza de Madame ButterflyChoro a bocca chiusa a unos asistentes que se mantenían en una especie de trance. A espaldas del público, el rumor del mar, a escasos metros de donde estaban, se sumaba firme, salado, perenne, al conjunto de voces en el matrimonio improvisado entre naturaleza y virtud musical que busca y consigue ser el Festival. 

La segunda noche, que tuvo como protagonista al pianista Mijaíl Pletnev, no tuvo lugar a cielo abierto. El piano con el que dio el recital el artista ruso se situó, sin embargo, en la sala de conciertos del hotel, una alargada sala excavada en la roca sedimentaria de la isla que se estrenaba para la ocasión.

Mijaíl Pletnev en la segunda jornada de la 4.ª edición del Festival Cap Rocat. Foto: Festival Cap Rocat

Fue una decisión acertada: los Nocturnos de Chopin elegidos por Pletnev se fundieron a la perfección con la intimidad del recinto. Los en torno a 280 asistentes, muchos de ellos con los ojos cerrados pero con la mente en efervescencia, sonreían sabiéndose afortunados por ser testigos de aquella tormenta clandestina, secreta, que el pianista regalaba sin ver alterado su rostro, impávido en todo momento, pensando Dios sabe en qué. Dios sabe en quién

La noche de clausura, que contó con los mismos datos de asistencia que la de inauguración, corrió a cargo de la soprano Lisette Oropesa, que estuvo acompañada de la orquesta sinfónica de las Islas Baleares, dirigida por Pablo Mielgo.

De nuevo al aire libre, en el mismo entorno que Kauffman y Radvanovsky, pero con una climatología más amigable que la que tuvieron sus colegas, la estadounidense de ascendencia cubana interpretó un repertorio conformado por piezas de diferentes compositores, como Rossini, Bellini, Verdi u Offenbach

Entre todas estas piezas, todas interpretadas a un nivel sinigual que dejó fascinado a un publico totalmente entregado, destacó Oh, nube! Che lieve per l'aria, de la obra de Donizetti Maria Estuarda, que la soprano interpretará por primera vez en su carrera en el Teatro Real la próxima temporada. 

Valga subrayar los bises con los que Oropesa concluyó una velada redonda. Después de volver sobre sus pasos, la soprano tomó la palabra para compartir una información de la que había sido conocedora días antes. Su bisabuela, nacida en la isla de Mallorca, era el último eslabón en unirse a un largo linaje de mujeres ligadas a tierras hispanoparlantes en la familia de la artista.

Con motivo de ese lazo, que continúan la cantante, de origen cubano, y su madre, española de nacimiento, interpreto como colofón final la Romanza de María la O, de la zarzuela del compositor cubano Ernesto Lacuona, Maria la O y, por último, Las carceleras de la zarzuela cómica española Las hijas de Zebedeo

Lisette Oropesa con Pablo Mielgo y la Orquesta Sinfónica de las Islas Baleares. Foto: José Urbano

El de Oropesa fue un final idóneo para un festival sin mácula. La cuarta edición de la cita mallorquina se ha logrado proclamar en esta ocasión como un evento de referencia en el panoráma operístico y musical veraniego. El entorno, que fue construido en primera instancia para la guerra y el conflicto, se ha transformado para lograr una unión entre naturaleza y arte del más alto nivel que promete ser un matrimonio feliz y, sobre todo, duradero.