Qué duda cabe de que una de loa más sustanciosas propuestas operísticas de la temporada es la de la imponente Lady Macbeth de Mtsensk de Shostakovich. Ya sabemos que el músico se las tuvo tiesas con las autoridades de su país a raíz del estrenó en el Teatro Malij de Leningrado el 22 de enero de 1934.
Dos años más tarde aparecía en el diario Pravda un artículo que hablaba de "caos en vez de música". El 8 de enero de 1963 el autor presentó una nueva y suavizada versión, con el título de Katerina Izmailova. No eran los ritmos o las armonías los que estaban en entredicho, sino su significación dramática en relación con una historia de amor, adulterio y muerte.
Hay en la obra sarcasmo, de corte a veces grotesco y de una impetuosidad rítmica fuera de serie. Munición suficiente para lograr un agresivo retrato de las pasiones y miserias humanas. Esta magnífica partitura tendrá de seguro en el Liceo una interesante recreación de la mano musical del eficaz y severo Josep Pons y del siempre sorprendente regista Alex Ollé, quien recrea la ópera desde unos muy interesantes y analíticos presupuestos conjugando los distintos elementos y aspectos que configuran, intervienen y basan la obra: sociedad decadente, patriarcado, machismo, amante, denuncia del sistema...
Ollé, siempre en busca de nuevas lecturas que puedan encajar la realidad operística con la del tiempo que nos circunda, se aleja de la época en la que se desarrolla en principio la obra de acuerdo con el libreto de Aleksandr Preis y del propio compositor a partir del relato corto de Nikolai Leskov —años de la Rusia zarista prerrevolucionaria— y la sitúa en un incierto espacio intemporal y en un lugar ambiguo: ¿años del franquismo en España?, ¿en un innominado país del Este?, ¿en la posguerra?, ¿en la actualidad? Se juega con la intemporalidad y se deja al juicio del espectador la ubicación.
Lo importante es mostrar el estado anímico de la protagonista, Katerina, que es evidentemente depresivo. En busca de ello Ollé ha ideado "un espacio simbólico en el que ella se encuentra: una especie de agujero, de cloaca, inhóspito, claustrofóbico, decadente. Los muebles, las sillas, los elementos son reales, de estilo burgués, los propios de una clase media trabajadora".
Y desde luego lo que se busca es denunciar al sistema. Para ello, nos comenta el regista, "no es necesario tocar nada. Funciona tanto en la época zarista prerrevolucionaria, en la de Stalin —en la que se acusaba a la música del compositor de formalista y decadente— y en cualquier otra".
No hay duda de que Shostakovich busca una cierta empatía con el personaje de Katerina y por eso elimina la escena de la muerte de Boris, futuro heredero, y deja fuera su embarazo antes de la marcha a Siberia cuando rechaza a su hijo, que figuraban en la obra de Leskov. Sí crea, y eso es importante, resalta Ollé, "la escena de la comisaría de policía, con el cura alcoholizado, o la violencia de la trabajadora Aksinya.
Ahí se advierte a una sociedad en plena decadencia en lo que juega un importante papel el patriarcado, el machismo puro y duro personificados en Boris y en su hijo Zinovi, esposo de Katerina, a la que no hace ningún caso; de ahí que ella se agarre al clavo ardiendo de Serguei".
Ollé pone el acento en algo muy importante observando el tiempo presente: "No hemos echado más leña al fuego en relación con lo que sucedía en la época de la narración de Leskov. La cantidad de mujeres asesinadas a manos de su marido en nuestros días hace que la narración sea de la máxima actualidad". Una narración que en este caso se sirve de la orquestación e instrumentación originales, los de la primera versión de la ópera y que estará protagonizada por dos poderosas e intensas sopranos: Sara Jakubiak (recordamos su magnífica Arabella de Madrid hace unos meses) y Ángeles Blancas (a quien le va como un guante el cometido).