El bailaor en La edad de Oro

El baile transgresor de Israel Galván es ya un acontecimiento cultural. Hoy y mañana estrena La curva en el Teatro Cuyás de Las Palmas, que más tarde presentará en el madrileño y primaveral Festival de Otoño. Sorprende que sea un espectáculo flamenco con cante pero ausencia de guitarra. Dos potentes mujeres lo sostienen: la cantaora Inés Bacán y la pianista y compositora suiza Sylvye Courvoisier. El Cultural ha hablado con el bailaor.

Israel Galván, Premio Nacional de Danza 2005, ha bailado la transformación, la incomunicación y la muerte con Metamorfosis, un espectáculo sacudido por los textos de Kafka; la ceremonia del Apocalipsis con El final de este estado de cosas, redux; la sombra de un tiempo pasado que se convierte en otro tiempo con La edad de oro; el vacío intermedio antes de alcanzar una dimensión distinta con Tabula rasa; el abismo y la tensión del silencio hasta sus últimas consecuencias con Solo, y el drama y la violencia -también la muerte- en la tauromaquia con Arena. Ahora baila La curva, acompañado de la cantaora lebrijana Inés Bacán, la compositora suiza y pianista de música contemporánea afincada en Nueva York, Sylvie Courvoisier, y el compás de Bobote, un bailaor festero sevillano, mezcla genial de surrealismo con el dominio rítmico absoluto y la gestualidad más asombrosa.



Anteriormente, La curva ha pisado el escenario del prestigioso teatro Vidy-Lausanne (Suiza), donde ha obtenido un rotundo éxito. "Es también un homenaje a una de mis referencias más claras y directas, Vicente Escudero, que bailó en un local parisino llamado 'Curva'", dice Israel, refiriéndose al testimonio de Escudero, cuando en la capital francesa participaba frenéticamente de las corrientes de vanguardia, del cubismo y el dadaísmo, llegando a afirmar que prefería bailar con el rumor del viento aunque terminó haciéndolo con el ruido de dos motores instalados en el escenario, como música de fondo: "Con un amigo alquilé un minúsculo teatro que había pertenecido a la gran actriz francesa Emilianne d'Alençon, al que denominamos teatro 'Curva'. Nunca en mi vida he bailado tan a gusto, ni he conseguido comunicar tanta emoción a mis bailes como en esta sala", dejó escrito Escudero en Mi baile.



Para Israel, su reciente propuesta se basa en el establecimiento de una línea fronteriza y curva cuyos extremos fijan puntos de unión entre el piano de vanguardia "y el flamenco jondo de la familia de los Pinini, de Lebrija, representado por Inés Bacán, y también con la colaboración de Bobote. Personalmente, me siento cómodo en la curva, sin asideros, al borde del precipicio. Cuando estoy muy seguro no me encuentro bien. Me veo confortablemente instalado en el terreno de la inestabilidad y el término curva resume el clima y el espíritu del espectáculo".



El baile de Israel Galván se va adelgazando, haciéndose más escueto y sobrio, pero enriqueciéndose con la incorporación de los propios sonidos, como un elemento más de su danza: los jadeos, la respiración entrecortada, palabras inconexas, expresiones guturales, incluso en espectáculos como Solo, se jalea a sí mismo, se increpa o anima. Es entonces cuando su estatura adquiere otra materialidad, carnosa y viva, que conmociona y deja sin habla al espectador. Si por un lado la fraseología anatómica de Israel es ya impactante, ahora, con la inclusión de la voz, los movimientos se agigantan para transformarse en un complemento de su baile.



Al compás de Bobote

-¿La curva es una propuesta esencialmente estética o una figura geométrica relacionada con otras percepciones más profundas? ¿Responde a una concepción de tu propio mundo interno?

-Sí, claro, es mi universo el que se manifiesta, tanto si bailo en silencio como si lo hago relacionándome con la música contemporánea y, alternativamente, como es el caso de La curva, con un cante flamenco de tanta fuerza como el de Inés Bacán. Asimismo cuento con la experiencia de espectáculos anteriores, como La edad de oro, que me encerraba con dos hombres; aquí me encierro con dos mujeres que hacen la música, y con la figura del bailaor y maestro, que antes fue mi padre, después Manolo Soler y ahora Bobote, que además encarna el papel de hombre de confianza y escudero.



-Una de la características más llamativas en los espectáculos de Israel Galván es saber cómo va a resolver coreográficamente ideas complejas, aparentemente imposibles de plasmar con la danza.

-En realidad se trata de un proceso evolutivo que comienza en mis primeros trabajos hasta llegar a este último. Empíricamente han tenido que existir proyectos anteriores para que hiciera éste. Es un desarrollo artístico y al mismo tiempo un crecimiento interior a través del cual voy observando con más claridad esas ideas y, por lo tanto, la manera de expresarlas. En el terreno coreográfico, y refiriéndonos a este nuevo espectáculo, hay un pasaje que también lo veo como una curva o curvas que se entremezclan en el espacio. Se trata, por ejemplo, del relacionado con Vicente Escudero en contraposición a Antonio el Bailarín, ambos tan diferentes. Hay una curva o una dirección curva que tomo partiendo de Escudero hasta llegar a Antonio, cuando el primero dejó escrito aquello de "las caderas quietas", distinto a los criterios de ejecución corporal de Antonio. Curvas que se contradicen y superponen. Coreográficamente me muevo de un lado a otro. En el escenario me voy a Nueva York, donde vive Sylvie, y después a Lebrija y al cante de Inés, y en medio de esos viajes están los silencios que constituyen mi integridad rítmica.



-¿Pretende establecer un contraste entre su baile, transgresor y de vanguardia, y el cante de Inés, no teatral ni espectacular, procedente de una tradición musical de la baja Andalucía, fraguada en el ámbito doméstico de las antiguas familias?

-Esa es también una variedad de la curva, porque si yo trajera un cantaor especialista para el baile, que se nota, sería como pisar terrenos seguros de antemano. En Inés es imposible: tiene su exclusiva velocidad y sus letras y no empieza a cantar hasta que no entra en su particular trance. Cuando eso ocurre me integro en la curva que proyecta su voz. Entonces veo que tenía que correr ese riesgo: mis pasos y mis posturas personales conducidos por el cante aleatorio e imprevisible de Inés, aunque en la confianza de su perfecta utilización rítmica y lo sugerente de su lenguaje musical y expresivo.



Encierro en la salita

-Cuenta también en el escenario con Sylvie Courvoisier ¿qué papel desempeña? -Me encuentro a gusto con lo que interpreta. Me puede interesar tanto el compositor húngaro Sándor Ligeti como el cante ancestral de Manuel Agujeta, dos extremos. Con Sylvie me muevo libremente y me hace recordar otras obras en las que introducía música contemporánea. En el caso de Sylvie se establece una combinación en la que me aproximo a su música, ella se acerca a la de Inés, ésta viene a mi baile, yo voy a su cante para desplazarme de nuevo hasta el piano. Curvas continuas. El espectáculo forma parte de un taller, no de improvisación, porque hay un ensamblaje previo, pero es como si nos encerráramos en una gran nave y cada uno tuviéramos nuestra salita íntima de la que salimos de vez en cuando para visitarnos y vernos.



-Un factor inesperado y sorpresivo es la ausencia de la guitarra, precisamente en un espectáculo flamenco con cante, digamos, de perfil tradicional, y una estructura rítmica muy marcada por medio de las palmas de Bobote.

-A mí me gusta más Inés sin guitarra que con guitarra. A lo mejor con su hermano, el guitarrista Pedro Bacán, que tenía similares características y la misma escuela de tradición familiar, se producían coincidencias, pero yo la veo más cómoda y más libre sin guitarra. Por otro lado, hay que tener en cuenta que las cuerdas del piano deben envolver todo el espectáculo con su música. Ese es el reto. Los elementos básicos de La Curva son dos potentes presencias femeninas: Inés, que es la imagen de la tierra, y Sylvie que simboliza el aire.



-El año pasado trajo a La Abadía Solo y La Edad de Oro. Hubo un espectador de excepción: Gerad Mortier, director del Teatro Real.

-A Mortier le gustó mi baile y estamos en conversaciones para hacer algo nuevo en 2012. Lo que puedo decir es que me he encontrado con un hombre sencillo e inteligente, que explica las cosas muy claras, sin nada de misterios, poniendo las cartas sobre la mesa.



-¿Y ese algo nuevo, qué es?

-La propuesta la hacemos nosotros y definimos la materia sobre la que vamos a trabajar.



-¿Y cuál es la propuesta?

-Si quiere se la digo a usted personalmente, en privado, porque…

- ...Al menos un avance.

-Va a ser una cosa sobre los gitanos, un trabajo en el que incluso me meto en el terreno de la coreografía grupal y en el que van a concurrir muchas más personas, algunos que ya han colaborado conmigo.



Obra fría pero íntima

-Israel Galván en el Teatro Real de la mano de Mortier. Los ingredientes necesarios para provocar un movimiento sísmico o el clamor más entusiasta. Nunca la indiferencia.

-Los públicos… Vengo ahora del teatro de Vidy-Lausanne en el que hemos representado La edad de Oro y La curva. Allí la gente está acostumbrada a ver cosas realizadas con mucha libertad, a conocer a artistas que no van sobre seguro, y la respuesta fue espléndida. Hicimos 12 funciones y cada día el interés iba en aumento. La curva es una obra muy íntima, puede parecer fría y a la vez puede dar la sensación de cálida, y de muy tierna; es dramática y, paradójicamente, muy cómica, aunque, al mismo tiempo, la pueden calificar de rara. La verdad es que yo no sé lo que busco, pero siempre me encuentro con cosas que no me imaginaba. La impresión que tengo es que en La curva hemos creado un ámbito desconocido para el flamenco, un territorio inédito en el que no había estado nunca.