Antonio Najarro. Foto: Outumuro
Tomó las riendas del Ballet Nacional en 2011 con una intención definida: hacer de la danza española una propuesta ecléctica y contemporánea. Era un reto complejo, porque ese legado estaba fagocitado por el flamenco y por los prejuicios existentes en torno a jotas, muñeiras, sardanas, aurreskus… Estilos que padecen la hispánica tendencia de hacer de menos lo propio y que son asociados con épocas oscuras y catetas. Najarro (Madrid, 1975) los ha combatido con estrategias que han llevado a sus bailarines a todo tipo escaparates mediáticos, algo que le ha procurado ciertos reproches desde dentro de un gremio propenso al ensimismamiento. El coreógrafo madrileño, que traspasa ahora su cargo a Rubén Olmo, se defiende aduciendo que era necesario para ganar nuevos públicos. Esa invocación a la apertura mental frente a la precariedad de la industria dancística la esgrime en el mensaje que, a instancias de la Unesco, ha preparado para el Día Internacional de la Danza.
Pregunta. ¿Va a echar de menos muchas cosas del Ballet Nacional?
Respuesta. Sí, me va a dar mucha pena marcharme porque es como una familia. Mi grado de implicación ha sido total: he renunciado en gran parte a mi vida privada por conseguir los objetivos que me marqué.
P. ¿Y va a echar alguna de más?
R. Ser su director te pone en el punto de mira. Muchos esperan que des un paso en falso para criticarte. Otra dificultad es que para hacer cualquier cambio dependes de la administración. En mi compañía privada todo era mucho más inmediato.
P. Hablaba de los objetivos. ¿Diría que los ha alcanzado?
R. Sí, me voy muy contento con lo logrado: la visibilidad que ahora tiene el Ballet Nacional y su calidad artística. Hemos acercado la compañía al público, con ensayos callejeros y dando conferencias por todo el mundo. Hemos levantado siete espectáculos. Aunque algunos no han entendido que los bailarines del Ballet estuvieran en eventos como la Fashion Week, pero creo que ha sido muy beneficioso. Ahora quiero seguir difundiendo la danza española en un programa de televisión.
P. ¿En la televisión pública?
R. Sí, sería en La 2. Estoy en gestiones para que nos abran un hueco. Soy optimista.
P. Otra de sus intenciones era demostrar que la danza española era mucho más que flamenco. ¿En qué posición está ahora el resto de ramas que la componen?
R. La danza estilizada, la escuela bolera y el folclore están ahora muy igualadas al flamenco. Los bailarines defienden hoy propuestas muy dispares.
Modernizar y respetar
P. Sorolla fue un buen ejemplo de ese eclecticismo, con jotas, sardanas, aurreskus…
R. Fue un milagro. Corrimos muchos riesgos pero funcionó de maravilla. Parte de ese folclore estaba demasiado asociado al franquismo. Existe una imagen de él demasiado anquilosada. Ha sido un reto artístico y de comunicación ofrecerlo con un aire fresco y contemporáneo, respetando sus formas y pasos.
P. Para su despedida en el Liceo ha elegido, sin embargo, Zagüan y Alento. ¿Por qué?
R. Es una pieza totalmente diferente a Sorolla, por su estética, su vestuario, su forma… Zagüan es una suite flamenca elaborada por cuatro coreógrafos con una personalidad muy definida. Contiene además la mítica Soleá del mantón de Blanca del Rey, gran dama del flamenco. Es un orgullo que haya pasado al repertorio del Ballet. Por su parte, Alento define muy bien mi concepto de la danza, muy plural, con un vestuario callejero diseñado por Teresa Helbig, con un uso virtuoso de las castañuelas, con una exigencia técnica muy compleja pero también muy expresiva. Normalmente son los teatros los que eligen el espectáculo que quieren presentar. Tienen un abanico muy variado, que demuestra una cosa que siempre digo: el bailarín de danza española es el mejor preparado del mundo.
P. ¿Por qué lo cree así?
R. Porque debe tener una gran formación en ballet clásico, tocar un instrumento como las castañuelas, utilizar las botas para zapatear, calzar alpargatas para la jota aragonesa, que tiene una técnica totalmente diferente a un aurresku o a una danza salmantina o extremeña… Hacemos trabajos musculares que nos dejan el cuerpo machacado. En el Bolshoi, donde han visto a las grandes estrellas del ballet ruso, alucinaban con la escuela bolera. No se podían explicar cómo un bailarín podía hacer fouettés como ellos y al mismo tiempo tocar las castañuelas y hacer quiebros de cintura.
P. Ha girado mucho fuera. ¿Siente que en esos países se valora más que aquí nuestra danza?
R. No, el Ballet Nacional tiene un público muy fiel que nos sigue. Hemos llenados muchos teatros en España. Otra cosa es lo que ocurre con las compañías privadas. Pero yo no me quejo, actúo. Por eso estoy detrás del programa de televisión.
P. Ya tiene sustituto, Rubén Olmo. ¿Qué le parece esta elección?
R. Coincidimos en el Ballet Nacional como bailarines y yo le encargué para mi compañía privada una coreografía. Es una persona a la que tengo personalmente mucho cariño y, profesionalmente, mucho respeto. Es muy trabajador y pienso ayudarle en todo lo que pueda, porque mover el Ballet Nacional y ser su cara visible no es nada fácil.
P. Una de las dificultades es lidiar con la burocracia del Inaem. ¿Qué propondría para reformarlo?
R. Su actual dirección le ha dado un impulso positivo. En las mesas de trabajo organizadas para reformarlo ya las expuse. El Ballet Nacional es una compañía única, que viaja constantemente. Los bailarines a los 40 años ya no pueden bailar. Habría que regular en un convenio único las jubilaciones anticipadas como tienen en París o en el American Ballet. Yo me he tenido que enfrentar en estos años a varias huelgas y lo he pasado muy mal. También debería haber un Teatro Nacional de la Danza, donde estemos tres o cuatro meses al año bailando, para que la gente tenga una referencia clara.
P. El 18 de mayo estrenará en Murcia Eterna Iberia. ¿De dónde sale esta pieza?
R. Nació de manera imprevista. El director del Teatro Villegas me pasó un CD y me dijo que tenía que escucharlo. Era un ballet compuesto por Moreno Buendía a instancias de Antonio el Bailarín para una coreografía suya. Me fascinó. Sentí que debía hacer algo porque es una gozada encontrar música nueva y exquisita más allá de Granados, Falla, Albéniz… Al final será una pieza de 20 minutos con cinco movimientos.
P. Al entrar en el Ballet Nacional tuvo que desmantelar su propia compañía. ¿La va a poner en marcha ahora?
R. Seguramente la retome, sí. Mi vida es coreografiar y dirigir. Ahora estoy preparando el nuevo espectáculo del patinador Javier Fernández, Flamenco on Ice. Ha ganado muchas medallas con coreografías mías. Nos admiramos mutuamente. También estoy trabajando con el equipo nacional de natación sincronizada. Quizá me vendría bien quedarme quieto un tiempo pero, la verdad, no puedo.