Le debe mucho Rubén Olmo (Sevilla, 1980) a Antonio Gades. Tenía ocho años cuando vio en la Primera cadena de Televisión Española su versión cinematográfica de Carmen. “Me enamoré de su manera de coreografiar, con esa voz, con esa autoridad… Ahí fue cuando me dije: yo quiero ser eso”, explica a El Cultural, recién salido de la sala de ensayos. Luego, cuando se arruinó con su compañía, que había montado tras un largo recorrido como bailarín en el Ballet Nacional de España, Gades le dio el ‘bofetón’ que necesitaba para remontar su depresión. “Me dijo que todos los que arriesgan se arruinan al menos una vez. Que era joven y tenía dos piernas fuertes, que me dejara de llorar y tirara palante”. Aquella dureza tuvo un efecto catártico. Olmo volvió a la pelea en diversas formaciones (Yerbabuena, Aída Gómez, Rafael Amargo, Najarro…). También dirigió el Ballet Flamenco de Andalucía entre 2011 y 2013. En 2015 ganó el Premio Nacional de Danza por La tentación de Poe. Así se rearmó moralmente para presentar su candidatura a liderar la que fue su casa. El comité de selección estimó finalmente que su perfil era el más adecuado para relevar a Najarro. Ya lleva unos meses a tope para darle forma a su proyecto, en el que intenta combinar el riesgo experimental con la reivindicación de las raíces de la danza española.

Pregunta. ¿Ha notado muy cambiada su antigua casa?

Respuesta.  Sí, se notan cambios, claro. Yo estoy intentando volver a una dinámica tradicional, más flexible con los horarios, para no reventar a los bailarines. 

P. Se ha solapado unas semanas con Najarro. Usted estaba aterrizando y él haciendo las maletas. ¿Qué consejos le ha dado?

R. Ha sido una oportunidad muy buena para conversar. Es verdad que yo conocía la institución pero, realmente, el Ballet Nacional no lo dominas del todo hasta que no lo diriges. Somos compañeros y amigos y nos hemos apoyado mutuamente.

P. ¿Qué iniciativas suyas quiere sostener bajo su mandato?

R. Ha hecho mucho por acercar el Ballet a la calle. Se ha volcado con las redes sociales. También me quedo con su suite Eterna Iberia, que él sólo pudo mostrar cuando ya se estaba marchando. 

Bailarín y bailaor

P. La ha incluido de hecho en su programa para el Festival de Jerez, en marzo, el primero  como director del BNE. Será un homenaje a Mario Maya. ¿Por qué?

R. Porque fue un maestro de la danza y del teatro flamenco contemporáneo. Era un gitano muy flamenco pero con estampa y estética de bailarín. Siempre pensé que era una pena que su obra no la hubiera bailado el Ballet Nacional, porque es el que más partido le puede sacar, dado que el suyo es un flamenco muy para bailarines. Se quedó, además, con muchas ganas de dirigirlo alguna vez. Se lo merecía.

P. De él ha escogido concretamente De lo flamenco, un título que se considera bisagra entre la tradición y la experimentación.

R. Sí, es una suite flamenca de distintos palos que rompió todos los moldes en los 90, abierta a la vanguardia y a nuevas estéticas. Es un hito escénico para el baile flamenco.

P. Maya fue muy importante también porque le dio alas a heterodoxos como Israel Galván, ¿no?

R. Sí, era el niño de sus ojos. De su compañía salieron también Isabel Bayón, Rafaela Carrasco, Beatriz Martín… Era un maestro con todas las letras, veía más allá de los demás. Sabía si un niño iba a llegar lejos o no antes que nadie.

“Hay que recuperar obras que, cuando se revisen, muchos verán que no son tan modernos como se creen” 

P. Entre sus objetivos está recuperar patrimonio orillado. ¿En qué zonas del repertorio quiere poner urgentemente el foco?

R. Creo que el Ballet Nacional se ha encerrado demasiado en el ‘programa de oro’, nacido bajo la dirección de María de Ávila y compuesto por Ritmo, Zapateado de Sarasate, Danza y tronío y Medea. Está muy bien, es indiscutible y ya sabemos que a los empresarios les encanta pero hay que ir más allá. Toca volver a ver El loco o Poeta de Javier Latorre, Laberinto de José Antonio… Fueron obras rompedoras en su día, que si se revisan hoy muchos se darán cuenta de que no son tan modernos como se creen.

P. Así que su afán recuperador no lo determina la nostalgia sino el deseo de mostrar la raíz de la modernidad…

R. Exacto, porque en la danza española se han dado unos años de regresión creativa. Un periodo en el que ha habido mucho miedo a arriesgar, en el que nos hemos cortado las alas. La obsesión por buscar el éxito tiene ese precio. Ahora toca arriesgarse a fracasar, porque fracasando se aprende mucho.

P. ¿Ese periodo al que alude coincide con la crisis económica? 

R. Pues no lo había pensado pero diría que sí. Nos ceñimos a lo seguro y a satisfacer a los empresarios, que tampoco estaban para muchos riesgos. Fue un círculo vicioso nefasto. 

P. En Jerez estrenará una pieza de su cosecha, Invocación bolera. ¿Cree que es la Escuela Bolera la disciplina de nuestra danza que más peligro corre de ser olvidada?

R. Por parte del público, ni mucho menos. La gente agradece enormemente los espectáculos de bolera. Y ni le cuento cuando vamos fuera, a Cuba, Japón, Estados Unidos… Alucinan viendo a bailarines con las zapatillas y las castañuelas encima. Es algo único. Donde hay más peligro es en el lado de la interpretación, porque los bailarines se han acomodado a lo fácil, a lo que gusta de forma inmediata, y la escuela bolera es muy sacrificada. En Invocación bolera me baso en todos los grandes maestros de este género pero luego hago mi propia reinterpretación. Es un solo que bailaré yo.

Antes de Jerez, estas navidades, el Ballet Nacional hará escala en el Teatro Real, del 28 al 30 de diciembre. En ese escenario tan principal repondrán Electra, obra de Antonio Ruz con dramaturgia de Alberto Conejero que Olmo ha reforzado: “Me encanta esta obra pero creía que había que ampliar su potencial. Se lo comenté en alguna ocasión a Antonio [Najarro]. Yo veía que los bailarines la interpretaban muy bien, porque son muy buenos en copiar los movimientos pero sentía que les faltaba trabajo de aula en danza contemporánea. Por eso puse en marcha talleres y clases para volver a sus fundamentos. Ellos lo han agradecido mucho y creo que se han engrandecido sus significados”.

Un momento de la 'Electra' de Antonio Ruz y Alberto Conejero. Foto: Jesús Robisco / BNE

P. ¿Y cómo lleva esa gran obra que estrenará en junio en la Zarzuela?

R. Muy bien, estoy muy ilusionado. Será una obra de noche completa, de argumento, con artistas invitados. Será muy impactante y mágica. Me tengo que morder la lengua para no decírselo, estoy deseando que se presente ya. 

P. Usted se inspira mucho en la literatura. Dígame al menos si estará basada en algún libro o un autor.

R. Estará basada en la vida, con sus momentos de gloria y sus bajones, de una artista. Será algo parecido a una biografía, con momentos de clasicismo, barrocos y de vanguardia. Todo se mezcla.

P. Dicen de usted que nunca le falta un libro bajo el brazo pero cortó con sus estudios siendo muy joven por su implicación con la danza. ¿Se arrepiente?

“no todo es cuestión de dinero. en el escenario puedes montar un castillo gigante pero si no hay arte...” 

R. Yo no era un buen estudiante. No me concentraba. No creo que hubiera podido terminar una carrera. No me arrepiento de haberme volcado con la danza pero sí me hubiera gustado aprender algo más de idiomas. He sido bastante autodidacta y leo todo lo que puedo.

Olmo se crió en Las 3.000 Viviendas, emblemático barrio de aluvión sevillano, un foco de marginalidad apenas integrado en la ciudad. Vivió allí hasta los cinco años, cuando sus padres pudieron mudarse al Cerro del Águila. “Me marcó mucho ver a los niños en la calle sin ningún tipo de ayuda. Mis padres me protegieron mucho entonces. Pero también tuvo su lado bueno. Es un barrio rebosante de arte, lleno de los guitarristas y cantaores gitanos que echaron de Triana”.

P. ¿Le viene de ahí su empeño en poner en marcha los proyectos didácticos del BNE?

R. Sí, supongo que en parte. Quiero que la gente sienta suyo el Ballet, por eso todos los viernes acogemos escuelas, academias y a todo aquel que quiera acercarse a vernos. Es verdad que a mis actuaciones siempre viene gente muy joven. Intento, por supuesto, ser de ayuda para ellos. Ayer, por ejemplo, estuve bailando 40 minutos en un concierto para recoger alimentos en Sevilla. He llegado a Madrid hecho polvo, pero me encantó hacerlo.

P. ¿Le gustaría resucitar la sección juvenil de la compañía?

R. No, se demostró que no era viable. Era muy duro para los que, después de estar en la escuela, no pasaban al Ballet. Tampoco creo que sea buena la hiperprotección y acomodarse a unos profesores. El resultado era bailarines mimados. Lo ideal es curtirse en diversas compañías, equivocarse varias veces y luego entrar en el Ballet Nacional, o no.

P. El otro día Joaquín de Luz levantó mucha polémica al denunciar que el presupuesto de la CND es lo que tenía en el New York City Ballet para zapatillas de punta. ¿Se siente usted tan frustrado como él?

R. No, yo respeto mucho su opinión pero quizá está muy americanizado. Creo que tampoco tiene experiencia en dirigir compañías privadas, que no conoce esa realidad precaria en España. Por supuesto, me gustaría contar con más recursos pero con lo que tenemos podemos hacer muchísimas cosas. No todo es cuestión de dinero. Puedes montar un castillo gigante en el escenario pero si no hay arte…

Un presente muy saneado

P. Usted colaboró con Víctor Ullate alguna vez. ¿Cómo ha vivido la desaparición de su compañía?

R.  Con mucha pena. Era la compañía de referencia de la Comunidad de Madrid, donde queda un vacío que habría que solucionar. Cada Comunidad debería tener al menos dos compañías de danza, una clásica y otra contemporánea. En Madrid, por ejemplo, conviven siete orquestas sinfónicas. No hay trabajo para tanto bailarín. Es muy triste.

P. Al margen de esta lamentable defunción, ¿cuál es su diagnóstico sobre la salud de la danza en España?

R. Tiene un presente muy saneado y un futuro impresionante. Hay que hacerle sitio a nuevos coreógrafos y bailarines. Quiero que el corazón de todo ese talento sea el Ballet Nacional, aquí debe confluir lo mejor de lo mejor.

@aojeda77