Musa y estrella, de personalidad alegre y generosa, la bailarina Zizi Jeanmaire (París, 1924) ha fallecido la noche pasada en la localidad suiza de Tolochenaz, donde residía. Incluso antes de que la noticia saltara en prensa, los Étoiles del Ballet de la Ópera de París -retirados o en activo- han desbordado las redes a primera hora de la mañana poniendo de manifiesto el reconocimiento, la admiración y el afecto que Jeanmaire despertaba entre sus colegas.
Zizi -de nombre real Renée Marcelle- saltó de la Escuela de la Ópera de París, donde se inició como petit rat, al Music-Hall pasando por el cine o el repertorio clásico. Una carrera llena de éxitos y sorpresas de la mano de su marido, el afamado coreógrafo Roland Petit, a quien conoció en la Escuela cuando tenía 9 años. Jeanmaire nació con las piernas más largas de su generación pero fueron la pulcritud de la Escuela Francesa de ballet y las inteligentes coreografías de su marido lo que las convirtieron, además, en las más elocuentes de la escena. Jeanmaire hipnotizaba al mundo con ellas, ya fuera sobre las puntas o exhibiéndolas con altísimos zapatos de tacón, hasta el punto de que su técnica clásica terminó fagocitada por la admiración que provocaban sus piernas.
La pareja Petit-Jeanmaire abandonó las filas de la Ópera de París apenas cuatro años después de su graduación e ingreso en la compañía, y mientras él arrancaba su carrera como coreógrafo, Jeanmaire bailó con Les ballets de Monte-Carlo de forma intermitente y acompañaba a Petit en las dos compañías que fundó en los años siguientes. Con los Ballets des Champs-Elysées y Ballets de Paris, se inició el estrellato de la pareja. En 1949, el estreno del ballet Carmen que Petit creó para Zizi no sólo significó el triunfo absoluto de ambos, sino que Jeanmaire encontró la imagen que la acompañaría el resto de su vida: el pelo à la garçonne, los trajes de talle apretado y hombros desnudos que construyeron una imagen andrógina y tremendamente sensual de lo que sería la nueva bailarina del siglo XX. Con o sin corsé, Zizi Jeanmaire transformó la estética de la bailarina clásica y abrió la puerta a una femme fatale que bailaba en puntas. La Carmen de Roland Petit, personificada en Zizi, aparecía fumando, sentada en la cama.
De su paso por Hollywood en la década de los años 50 florecieron películas como Hans Christian Andersen -junto a Danny Kaye- y se fraguó su posterior estrellato en el mundo del Music-Hall: tras The Girl in Pink Tights en Broadway, llegaría un montaje completo de Roland Petit, La Revue des ballets de Paris en 1956 y su triunfo definitivo con un nuevo espectáculo en la sala Alhambra de París que incluía Mon truc en plumes, un número alegre en el que Zizi bailaba y cantaba, enfundada en un jersey negro de Yves Saint Laurent, mientras le perseguía por escena un aparatoso abanico de plumas rosas movido por bailarines invisibles para el público. Poco a poco, la bailarina que inspiró piezas ya emblemáticas de Roland Petit como La Croqueuse de diamants (La devoradora de diamantes), fue dejando paso a la artista de musicales, demostrando que no existían géneros menores para una artista inquieta de personalidad arrolladora.
Si París llora hoy a su estrella más polifacética, ayer fue la desaparición en Madrid de la bailarina croata Irena Milovan (Zagreb, 1937) la que sacudió los escenarios. Artista notable de formación rusa, fueron su paso por Francia, Suiza o Inglaterra y el contacto con Serge Lifar, Rudolf Nureyev o Birgit Cullberg, lo que la convertiría también en una artista abierta a la danza moderna y contemporánea. Su posterior recorrido como maestra, sin embargo, terminó por velar su brillante carrera como bailarina; su generosa labor como docente es hoy reconocida como pieza fundamental en el legado de coreógrafos como Jiří Kylián, Johan Inger y Nacho Duato, bajo cuya dirección fue maestra de la Compañía Nacional de Danza durante las dos décadas en las que Duato estuvo al frente de esta institución.