La Sydney Dance Company “desde adentro” en los Teatros del Canal
La emblemática compañía abre su programa madrileño con 'Ab[intra]'; una coreografía del español Rafael Bonachela que explora los instintos primarios
De la mano del español Rafael Bonachela, la Sydney Dance Company llega a la capital para mostrarnos sus entrañas. La emblemática compañía que lleva más de medio siglo danzando, abre su programa madrileño con Ab[intra]; una coreografía de Bonachela estrenada en 2018 y avalada desde el primer minuto por la crítica y público.
Haciendo gala del título -en latín significa “desde adentro”-, esta creación explora los instintos primarios y las más viscerales reacciones humanas. Con ella, una pléyade de excelentes bailarines exhibe sus esencias desprovistas de máscaras y artificio.
Con una base musical exuberante -mezcla de exquisito violonchelo y música electrónica- durante algo más de una hora vemos desfilar por el escenario las más variopintas respuestas humanas, que van desde la ternura a la agitación pasando por la consternación. En cada segundo, los bailarines de la Sydney Dance Company ofrecen frases coreográficas de complicada ejecución y continuidad infinita.
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Los solos, dúos, tríos y momentos grupales se suceden como si de un arreglo perpetuo manara de cada arista del escenario en penumbras. La luz que apenas atraviesa una niebla permanente, parece representar ese interior delicadamente convulso que nos acompaña durante toda nuestra existencia.
Si nos centramos en la coreografía, resalta las exigencias casi astronómicas para sus ejecutantes, cuya perfecta realización evidenció la calidad de la compañía. Las complicadas formaciones y el necesario engranaje la sitúan entre las más “diabólicas” creaciones para ser bailada. De hecho, si me empeño en buscar una frase definitoria para el espectáculo en su conjunto, no sería otra que “armónica perfección”.
Sin embargo, sabemos que en ocasiones la perfección conjuga con el vacío. Ab [intra] es perfecta pero no tiene chispa. Sin restar mérito a un trabajo de sincronía y requerimientos ilimitados, faltó el momento cúspide en el que una creación de estas dimensiones cristaliza.
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No puedo negar que se trata de una pieza ferozmente física y sentida. Probablemente, su gran virtud radica en no buscar el efecto y, por el contrario, rendirse a la constancia desprovista de subidas y bajadas del ritmo. En cualquier caso, es recomendable asistir a esta rara avis de la danza que, por estos días, nos visita.