En muchas ocasiones, la primera vez en un Coliseo no se conecta, las expectativas suelen ser altas y el terreno pantanoso. En pocas ocasiones, la primera vez se sale por la puerta grande, en hombros y con el aplauso del público como banda sonora. Solo a veces, excepcionalmente, se es capaz de romper los moldes establecidos -por décadas y académicos- la primera vez en un Coliseo.
Desde que Sidi Larbi Cherkaoui asumió la dirección artística y coreográfica del Ballet del Gran Teatro de Ginebra, una ola de creatividad ha transformado a la célebre compañía suiza. Tras la estela de grandes figuras como George Balanchine y Phillippe Cohen, el belga-marroquí Cherkaoui ha dejado su sello inconfundible en la danza en el ámbito internacional.
La noche de su estreno en el Teatro Real, Cherkaoui escogió un programa tan desequilibrado como inteligente. Dos, muy distintas, obras salidas de su ingenio para ganar o perder.
El telón sube para mostrarnos un escenario desnudo que se llena con la plasticidad, aparentemente sin esfuerzos, del excelente bailarín español Óscar Comesaña Salgueiro encarnando a un exquisito Fauno pleno de frases coreográficas y lirismo conceptual.
La coreografía titulada Faun, de tan sólo 15 minutos, se inspira en el “Preludio a la siesta de un fauno” de Nijinsky. Sin embargo, Cherkaoui nos muestra otro ángulo, una perspectiva más sexual, en la que juega con la aparición de una ninfa, en la piel de una precisa Madeline Wong la noche del estreno.
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Entonces, aquel Fauno solitario deviene encuentro carnal de dos míticas criaturas a través de un juego predominantemente físico, endemoniadamente suave y equilibradamente técnico. De manera similar, la música original de Debussy se ve enriquecida, diría completada, por la electrónica sin par de Nitin Sawhney.
Cae el telón y, tras una alargada espera, somos transportados a otro universo. Un mundo donde las reglas de la danza fueron escritas usando letras diferentes. Llega el estreno en España de la primera obra coreográfica de Cherkaoui como director del Ballet del Gran Teatro de Ginebra, UKIYO-E.
El término Ukiyo-e se traduce literalmente como "pinturas del mundo flotante" y da nombre a un movimiento artístico japonés que antepone la no permanencia de todas las cosas, invita a la alegría contemplativa y al disfrute del momento presente.
Con esta coreografía, Cherkaoui aborda la crisis de nuestro convulso mundo a través de una veintena de sublimes bailarines; navegantes en un mar de oscuro tormento.
Con grandes influencias del arte asiático, la danza teatro y hasta las producciones operísticas, UKIYO-E se revela como una pieza imprescindible y difícil de clasificar. ¿Estamos ante una nueva forma de expresión? ¿Es danza? ¿Es teatro? ¿Es música escenificada? Quizá sea el momento de dejar atrás los compartimentos estancos y, simplemente, dejarnos llevar por el torrente creativo de un artista mayúsculo que es capaz de filosofar a través de los cuerpos de sus bailarines.
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En UKIYO-E todo es preciso dentro de un aparente caos escénico. Entre el abismo y el revoloteo esta coreografía utiliza la música en directo haciendo que el piano y la percusión se mezclen con quienes bailan y cantan entre escaleras móviles. Simplemente, hay que verlo.