En el fascinante mundo del ballet, pocas obras han cautivado al público con la misma intensidad que La bayadera. Esta joya del repertorio clásico, compuesta por Ludwig Minkus con coreografía de Marius Petipa y libreto de Serguéi Judekov, nos transporta a una India exótica llena de pasión, traición y venganza.
Durante muchos años, La bayadera, que significa mujer consagrada a la danza por la religión, se mantuvo como un delicioso secreto, un manjar reservado para los paladares más refinados de Rusia. Su belleza y complejidad la convertían en una obra exclusiva, sólo apreciada por aquellos que podían comprender su exquisito sabor.
Sin embargo, en los 80, dos titanes del ballet, Natalia Makarova y Rudolf Nureyev, decidieron compartir este tesoro con el mundo. Llevando la obra a los escenarios de Nueva York y Londres, desvelaron ante el público internacional la excelencia de La bayadera.
['Solaz', de Antonio Ruz: un canto a la espontaneidad y la danza en Matadero Madrid]
Estos días el Teatro Real acoge la versión coreográfica de Patrice Bart de este insigne Grand Blanc, que forma parte del repertorio del Ballet de la Staatsoper de Múnich desde hace un cuarto de siglo.
El telón se levanta para revelarnos a un reino bañado por los colores vibrantes de la cultura oriental. La bayadera Nikiya, interpretada por Madison Young, una bailarina de extraordinaria gracia y línea perfecta, se enamora del noble guerrero Solor encarnado la noche del estreno por el bailarín de origen cubano Osiel Gouneo. Pero, el destino tiene otros planes y en ello mucho tendrá que ver el Gran Brahmán, el Rajá Dugmanta y su hija Gamazatti.
Sin perder de vista que estamos frente a una producción de altos vuelos y grandes recursos, en las tres escenas que forman el primer acto no asistimos a un espectáculo perfecto.
Llamó poderosamente la atención la escasa expresividad de Norbert Graf interpretando al Gran Brahmán, sobre quien recae gran parte de la trama inicial; así como la poca fluidez y, en ocasiones, limitada técnica exhibida por Osiel Gouneo en su Solor del primer acto.
La puesta en escena, si bien no exenta de grandes aciertos, en este primer acto presentó, además, dos deficiencias notables.
Por una parte, la descoordinación evidente en las escenas corales, especialmente en aquellas que involucraban al cuerpo de baile masculino; mientras que, por otra, la escena crucial donde Nikiya es mordida por una serpiente no logró transmitir la intensidad dramática y el impacto emocional que este momento requiere, restándole peso a la narrativa y dejándonos con una sensación de insatisfacción.
['El renacer': un estreno de Sara Calero con muchas luces y algunas sombras en los Teatros del Canal]
Sin embargo, como si la magia realmente existiese, el segundo acto transforma el barro en oro. Comenzando por el Reino de las Sombras, donde Solor –bajo el efecto del opio—vuelve a encontrarse con su amada Nikiya, pasando por la ceremonia nupcial entre Solor y Gamazatti y terminando por la apoteosis del reino, asistimos a una interpretación memorable.
En el Reino de las Sombras, el pas de deux de Osiel Gouneo (Solor) y Madison Young (Nikiya) fue de elevado nivel técnico y sublime lirismo a partes iguales. Gouneo, además, mostró un enorme potencial físico nunca reñido con la necesaria eficacia que se le exige a un partenaire.
Por su parte, las tres sombras en la piel de Margarita Grechanaia, Margarita Fernándes y Elvira Ibraimova brillaron en el mundo onírico. Ellas estuvieron permanentemente acompañadas por un estilizado cuerpo de baile que derrochó sincronía. Destacable también fue la interpretación del portugués António Casalinho en el breve, pero casi siempre exquisito, Ídolo Dorado.
Es una verdad palmaria que La bayadera ha dejado una marca indeleble en el universo del ballet. Su trama de amor y tragedia, su rico simbolismo y su conmovedora partitura musical la convierte en una obra maestra que continúa cautivando a las audiencias generación tras generación.
A pesar de las dificultades experimentadas en el primer acto, la magia de La bayadera vuelve a resurgir en esta ocasión, invitándonos a sumergirnos en una historia que exige ser narrada a través de la danza con delicadeza y maestría.