Vuelve a estas columnas el ruso Valery Gergiev, ahora en calidad de acompañante del pianista francés Jean-Yves Thibaudet. Ambos se han unido para acometer la interpretación de estos dos famosos conciertos, que no suelen ir juntos casi nunca en el mismo disco. Contrastan aquí la impecable digitación, la cuidadosa elección de dinámicas, la recreación virtuosa del teclista con el ardor, a veces algo primario, pero efectivo y siempre musical del director, lo que nos proporciona una curiosa e incluso excitante combinación de contrarios que da buenos resultados.

El aire rústico, muy pegado a la tierra, pero con sabor a mar, de la obra del noruego, es bien reflejado por la potente lectura de una orquesta adecuada y de un piano elegante y fraseador. El tono más íntimo y delicuescente de la partitura del polaco aparece limpiamente recogido en la sonoridad, un punto fría, del artista galo, que no obstante demuestra un magnífico control de dinámicas y una pulsación convincente, bien apoyado en el urgente romanticismo de la batuta. No estamos ante las extraordinarias suavidades y maravillosos rubatos de otros artistas del pasado, pero el mensaje nos llega nítido.