Image: Lorca y la Ópera

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Música

Lorca y la Ópera

25 octubre, 2000 02:00

Se estrena estos días una ópera sobre La casa de Bernarda Alba de García Lorca. No es una rara avis, aunque a muchos pueda parecérselo: el poeta granadino ha sido en general bastante solicitado por los pentagramas. Sus textos, es cierto, son ya pura música en sí y llaman en efecto a una ilustración con sonidos. En concreto, las obras teatrales han atraído poderosamente la atención de diversos compositores, que han creado ballets y óperas. Tenemos, sin ir más lejos, el caso de esta tragedia familiar, en torno a la cual, antes de que Reimann se decidiera a ponerle música, se habían escrito varios ballets ex profeso, algunos con firmas de autores prestigiosos -Suriñach, Shchedrin-, aparte las coreografías con música preexistente. En lo puramente lírico, según el exhaustivo estudio de Roger D. Tinell (Fundación March, Fundación García Lorca, Madrid, 1933), Renzo Rossellini (¿1972?) y Karen Griebling-Long (¿1984?) habrían compuesto sendas óperas hoy no localizadas.
Es más copiosa y conocida la literatura operística en relación con otras obras escénicas del poeta. Ahí tenemos, por ejemplo, la relativamente famosa obra radiofónica en torno a Amor de don Perlimplín con Belisa en su jardín de Bruno Maderna, estrenada en la RAI en 1962 y hace dos años representada en el Teatro de la Zarzuela de Madrid, bajo rectoría musical de José Ramón Encinar, junto a otra pieza menos célebre sobre el trágico y surrealista texto de Poeta en Nueva York, El rey de Harlem, de Henze, una composición para mezzosoprano solista y grupo instrumental, llena de aristas y un extraño lirismo. Más exquisita es la operita de Maderna, cantada en italiano (aquí retraducida al español), que crea un especial clima onírico, nocturnal y erótico. Como a su modo, desde un lenguaje aéreo con ecos impresionistas, lo proporcionó, en el mismo Teatro, Miguel ángel Coria con su breve apunte de 1992 Belisa, sobre libreto de Antonio Gallego. Gyürgy Behár, Arnold Elston, Vittorio Retti (Chicago, 1952), Balduin Sulzer (Linz, 1984), Conrad Susa y, en especial, Wolfgang Fortner (Schwetzingen, 1962) también se inspiraron en la obra.

Importante asimismo es la creación musical en torno a Bodas de sangre, con no menos de seis títulos. Los más significativos son los firmados por Juan José Castro (Buenos Aires, 1956), que emplea inteligentemente el folclore hispano-argentino, y de nuevo Fortner (Colonia, 1957), un producto tan sólido como todos los suyos. A tener en cuenta igualmente la obra del húngaro Sándor Szokolai (Budapest, 1964), titulada Vernász Bluthochzeit, y la más moderna partitura de Charles Chaynes (Montpellier, 1988).

Hugo Weiscall puso música a Doña Rosita la soltera y Joshua Brady a la Tragicomedia de don Cristóbal y la señá Rosita (Tucson, Arizona, 1960). Yerma, otro de los grandes dramas lorquianos, fue primero ilustrada por el anárquico Paul Bowles (Denver, 1958), y luego por el fantasioso Heitor Villa-Lobos, que en 1955 compuso un fresco para un total de 27 voces, estrenado en agosto de 1971 en Santa Fe, Nuevo México.

Juan José Castro había escrito ya, antes de sus Bodas de sangre, otra ópera sobre La zapatera prodigiosa, estrenada en Montevideo en 1949. En Madrid pudo conocerse a lo largo del Festival de Otoño de 1986, con dirección de José Ramón Encinar, siempre dispuesto a las aventuras arriesgadas. También es destacable la obra de Udo Zimmermann, que vio la luz en Schwetzingen en abril de 1982.

Hay que anotar finalmente que Lorca tuvo siempre, desde sus tiempos de la Residencia de Estudiantes de Madrid, como recuerda Tinnell, la idea de hacer una ópera; parece que contaba en un principio con Dalí, probablemente durante la época de Los putrefactos, a lo largo de los años veinte. Un proyecto que confirman la correspondencia entre el poeta y el pintor y las afirmaciones de Rafael Alberti.