Ludwig Strecher recibe la encomienda de Alfonso X
Mehta es un pésimo contrabajista
8 noviembre, 2000 01:00Creador de la escuela moderna del contrabajo y padre artístico de la mitad de los contrabajistas del mundo, Ludwig Streicher dirige desde hace nueve años la Cátedra de Contrabajo de la Escuela Reina Sofía. Ahora, el Ministerio de Cultura ha decidido recompensar sus servicios concediéndole la Encomienda de Alfonso X.
Todo empezó en 1991, recién fundada la Escuela Superior de Música Reina Sofía. Paloma O’Shea se fue a Viena a ofrecerle la Cátedra de Contrabajo Banesto. Se lo había sugerido Zubin Mehta, asesor de la cátedra. "Conozco a Mehta desde niño", dice Streicher. "Es un gran director, ¡y un malísimo contrabajista!". Y de nuevo se pone serio para explicar su método, su posición para la mano derecha, la que lleva el arco, que es el alma del instrumento. "Con mi posición, el peso del brazo cae naturalmente. Hay que ir a favor del músculo, con el cuerpo, nunca en contra".
Vinculación con España
Lleva nueve años en Pozuelo, pero su relación con España es muy anterior. Vino por primera vez en 1945, con la Filarmónica de Viena dirigida por Knappertsbusch. En 1972, en plena carrera de solista internacional, tocó en el Palau de Barcelona, el Teatro Real y el Festival de Granada. Su partenaire en aquellas giras, dentro y fuera de España, era el pianista catalán ángel Soler. Por entonces, Antonio Fernández-Cid le sugirió que hiciera una transcripción de las Canciones populares de Falla. Streicher lo hizo y las incorporó a su repertorio.
Pero lo que el niño Streicher quería, allá por los años 20, era tocar la trompeta, pero el médico se lo prohibió, alegando amígdalas. Su padre, director de orquesta, le puso entonces a tocar el violín, pero el adolescente Ludwig pronto empezó a criar dedos morcillosos. Así, por anginas y por manos grandes, se hizo virtuoso del contrabajo. En 1940, para librarse de la guerra, se fue a tocar a la ópera de Cracovia. Pero, como tenía tiempo libre, estudió violonchelo dos años y se ganó la plaza de ayuda de solista. Aún conserva el contrato que le liga doblemente a la ópera: como primer contrabajo y como segundo violonchelo. "En Tosca me gustaba tocar el violonchelo—recuerda—, pero en Otello prefería el contrabajo".
La lengua del corazón
En los 60, el sello Amadeo grabó siete discos con él como solista. Sin embargo, no le gustan mucho los discos. "La música es otra cosa, tiene que ocurrir en directo. ¡Es la lengua del corazón, hombre!", dice en castellano, torciendo el gesto y moviendo mucho la cabeza, como sorprendido de tener que explicar algo tan evidente. Basta verle dar cinco minutos de clase para darse cuenta de que, para Streicher, la música es un río de emociones.
De las historias de contrabajos y contrabajistas, las más jugosas son las relacionadas con el transporte. Cómo meter un contrabajo en un seiscientos (lo he visto), o dónde ponerlo en el avión. Streicher lo llevaba siempre arriba, en un asiento normal, con su cinturón abrochado. El billete lo compraba a nombre de Sra. de Streicher. En una ocasión le vinieron hasta cinco funcionarios de embarque y, con todos, el mismo diálogo de besugos: "Oiga, que yo he pagado el billete", y el otro, "Sí, pero ¿dónde está la señora?". Finalmente el embarcador jefe le dejó pasar, pero antes anotó en el billete: "¡Ojo!, no es una señora, es un contrabajo!"
Streicher conserva este billete, igual que conserva en la memoria mil historias grandes y pequeñas de la música de su tiempo. Las está ordenando, e igual algún día las vemos impresas. "¿Para qué?, ¿para que la gente se ría?", se pregunta. Pues sí. Sobre todo si las anécdotas describen la forma de ser y de ensayar de Knappertsbusch, Strauss, de Sabata, Kleiber, Furtwängler o Karajan. Casi nada.