Un sorprendente milagro de sonoridad romántica matizada hasta el extremo por la diáfana batuta de Rafael Kubelik. Dietrich Fischer-Dieskau no tiene ni el timbre ni la robustez propios de los italianos, pero hace una interpretación cuidadísima y sentida, atendiendo escrupulosamente la más mínima indicación de la partitura. Impecable Bergonzi, pese a no ser una voz mediterránea, y exquisita Renata Scotto. Estupendos los demás.