Image: Gerónimo Giménez el pobre músico

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Música

Gerónimo Giménez el pobre músico

por Andrés Ruiz Tarazona

10 octubre, 2002 02:00

Cartel de las mujeres, 1896 (UME)

La conmemoración del 150 aniversario del nacimiento de Gerómino Giménez reivindica el talento de uno de nuestros mejores compositores de todos los tiempos. Pese a lo cual, presenta una vida llena de incógnitas.

Se cumple hoy el sesquicentenario del nacimiento de un músico de raza, si es que alguna vez lo hubo. Se llamó Gerónimo Giménez Bellido, así, con las dos "ges" con que gustaba firmar. Pero hay artistas a los cuales la vida trata con dureza y flagrante injusticia y uno de ellos fue este gran compositor, nacido en Sevilla el 10 de octubre de 1852.

Giménez ha tenido mala suerte en un país pródigo en casos como el suyo. Hasta ahora nadie ha investigado en serio su vida y su obra. Ni siquiera fue incluido por el Padre Villaba entre los últimos músicos españoles del siglo XIX (Madrid, 1914). Y así, salvo rarísimas excepciones -entre ellas la de Antonio Martín Moreno en su Historia de la Música Andaluza (Granada, 1985)-, musicógrafos y diccionarios aseguran que el maestro sevillano nació en el año 1854, a pesar de lo que su partida de bautismo transmite.

Quizás su padre, como el de Beethoven o él mismo, quisieron añadir precocidad a la que se sabe tuvo (a los doce años era primer violín en la Orquesta del Teatro Principal de Cádiz). Pero ya se ha demostrado documentalmente que Giménez nació en 1852. Inició Giménez su formación en Cádiz con Salvador Viniegra, violonchelista que impulsó también los primeros pasos musicales de Manuel de Falla. En París amplió estudios con Delphin Alard, violinista y profesor que había sido de Sarasate, y estudió composición con Ambroise Thomas, el distinguido autor de Mignon y de Hamlet.

Además de brillar en el violín y el violonchelo, el sevillano fue un importante director de orquesta y un excelente orquestador, como puede apreciarse en sus preludios de zarzuela y poemas sinfónicos, o en piezas de la importancia de Trafalgar (1890) o de La tempranica (1898). Es un misterio su extraña decadencia creativa a partir del estreno de esta última, posiblemente su mejor partitura, ocurrido el año 1900. Tal decaimiento llegó hasta el extremo de conducirle, en sus últimos años, a la más penosa miseria.

Cuando falleció, el 19 de febrero de 1923, estaba olvidado de todos. Por cierto, vivía en Madrid en la calle de Ruiz núm 11, la misma en que vivió hasta su reciente desaparición, Carmelo Bernaola. Pesaba sobre Giménez un raro olvido si tenemos en cuenta que fue uno de los mejores directores de orquesta de su tiempo. Por otra parte, la crítica le reconoció sus muchos méritos de compositor, a la altura de los más valiosos de su generación, la de Caballero, Chueca, Chapí, Bretón... Triunfador como ellos en el teatro lírico con sainetes y operetas, Giménez degradó poco a poco su talento en el teatro más vulgar y grosero, el llamado género ínfimo. Pero aún en él se abría paso la gracia, el duende andaluz y el gran oficio de su arte. ¿Acaso se debió a dificultades económicas, a su mala salud, o fueron secuelas de una vida desordenada y bohemia a la que agregó un trabajo agobiante? Arcanos indescifrables del artista.

Son numerosas las zarzuelas compuestas por Gerónimo Giménez. Además de La tempranica, obra maestra recientemente editada por el ICCMU, se han grabado las preciosas partituras de El mundo de la comedia es o el baile de Luis Alonso (1896), y de La boda de Luis Alonso o la noche del encierro (1897). Se grabó también El barbero de Sevilla, escrita en colaboración con Manuel Nieto, El húsar de la guardia y La gatita blanca, ambas en colaboración con Amadeo Vives. Y también han pasado al disco algunos fragmentos sinfónicos de Los voluntarios (¿quien no ha escuchado en algún desfile militar la célebre marcha entonada por el coro en el primer cuadro de esta pequeña opereta?), Los borrachos, Cinematógrafo nacional, Enseñanza libre, Las mujeres, La torre del Oro, El patinillo y Soleares.

También las más altas divas han cantado una y otra vez la polonesa de El barbero de Sevilla y todas las orquestas y compañías de baile españolas han dado la vuelta al mundo con los preludios de El baile y La boda de Luis Alonso desde hace más de un siglo.

Sin Giménez no habría sido tan brillante la eclosión del sinfonismo español en el siglo pasado, ni la escuela nacionalista hubiera tenido tan claro su objetivo. Albéniz y Falla le respetaron y admiraron. Moreno Torroba convirtió en ópera La Tempranica y Joaquín Rodrigo le rindió homenaje a esta magna zarzuela en una de sus obras orquestales. Amadeo Vives dijo con razón que Giménez era "el músico del garbo". Sin duda lo fue, pero además poseía un sentido dramático certero y el día en que su obra sea publicada y mejor conocida se le volverá a aplaudir cual merece uno de los más auténticos maestros de la lírica española.