Image: ABAO historia de un milagro

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Música

ABAO historia de un milagro

La Asociación Bilbaína de Amigos de la ópera celebra su cincuentenario

27 marzo, 2003 01:00

El ocaso de los dioses en la producción de Ginebra de esta temporada

La Asociación Bilbaína de Amigos de la ópera llega con gran fortaleza a su cincuentenario. Lo hace con un programa de celebraciones que se inicia en el mes de abril. La ciudad del Nervión ha mantenido, junto a Barcelona y Oviedo, la antorcha de la lírica en España contra todo tipo de vicisitudes. Tras años de esfuerzo, la ABAO se ha consolidado como una de las grandes instituciones operísticas de nuestro país. El Cultural analiza la labor realizada.

Llegar a los cincuenta años de actividad y, en ese punto, comprobar que las expectativas iniciales no sólo se han cumplido, sino que se han ampliado es algo que debe enorgullecer. Así se muestra hoy, pletórica, con toda razón, la Asociación Bilbaína de Amigos de la ópera (ABAO), que alcanza su primer medio siglo de existencia.

Es probable que en aquellas lejanas fechas de abril de 1953, pese al entusiasmo desplegado, nadie pudiera pensar que las cosas llegaran a cambiar tanto; generalmente para bien. No lo pensarían de seguro los cuatro mosqueteros que decidieron un buen día formalizar la actividad operística de la ciudad del Nervión, a fin de procurar dar un cierto carácter de cosa normal a las representaciones que, de manera irregular, se organizaban de vez en cuando gracias a la labor de arriesgados empresarios privados. Estos cuatro socios creadores fueron José Luis de la Rica, presidente, Guillermo Videgain, vicepresidente, Juan Elúa, secretario, y José Antonio Lipperheide, tesorero. Cuatro personas que actuaron de forma desprendida y que consiguieron levantar, en pocas semanas, un edificio que se mantiene más firme cada vez. Lograron captar la voluntad de 581 socios. Encontraron espacios para maniobrar entre aquella burguesía industrial, muy dada al acto social, conectado con un género que tenía buen caldo de cultivo en la zona. Era imitar, de lejos, al Liceo de Barcelona, la gran institución operística española. La llama prendería también, casi coetáneamente en Oviedo, cuyo Teatro Campoamor había sido reabierto en 1948. No eran muchas las ayudas, pero alguna, de carácter institucional, había. Entre ellas la dispensada por la Embajada de Italia, que duró unos años. Lo que ha de alabarse es que, desde el principio, la ABAO llevó las cuentas muy bien y que no se perdió ni una peseta. Aún hoy, cuando las ayudas privadas y las públicas se han robustecido y regulado en mayor medida, sorprende la eficacia gestora de la asociación bilbaína, que consigue que prácticamente un 60 o un 65 por ciento del presupuesto quede cubierto por los ingresos por abonos y venta de entradas. También es verdad que el número de socios no ha hecho más que crecer, hasta alcanzar en la actualidad más de 8.000.

Solidez económica
He ahí una de las razones de la solidez proverbial de la ABAO. Como lo es su adecuada articulación interna, con muy claras divisiones y responsabilidades. Con la presidencia de Eugenio Solano, a partir de 1977, y con el trabajo organizador de Antonio Amán -fallecido hace poco y creador del concurso de canto de Bilbao- se dio un cierto golpe de timón a las funciones de la entidad, que amplió su junta directiva y, de acuerdo con los nuevos tiempos, generó en su seno una serie de comisiones para mejor distribuirse el trabajo: comisión pedagógica -con actividades por los colegios-, comisión económica, comisión artística... Precisamente la existencia en esas parcelas de personas competentes y conocedoras ha sido una de las grandes bazas de la asociación. Nombres como los del mencionado Lipperheide -que es el socio número 1 en la actualidad-, Otto Vargas, Mikel Viar o Juanjo Maturana estaban detrás de muchas de las decisiones tomadas en esa época, que, aún hoy, con nuevos nombres en la directiva, se mantienen.

Lograr que las cosas funcionen durante tantos decenios no es fácil. Máxime cuando en ocasiones ese funcionamiento ha debido hacerse con medios muy pobres. Una de las carencias básicas, aparte la derivada de la estrechez presupuestaria, ha sido tradicionalmente la de las limitaciones del escenario y de la tramoya del Coliseo Albia, un local que puede albergar a casi 2.000 espectadores y que cuenta con una excelente acústica, pero no con las condiciones mínimas para montar adecuadamente una ópera moderna. Y que tampoco reunía del todo, por su aforo mucho menor, el Arriaga, que fue el centro de operaciones unos pocos años.

Ninguna suspensión
Algo muy digno de tener en cuenta: en todos estos años la ABAO no ha suspendido ninguna representación; y van más de 500. Solamente en una oportunidad se estuvo a punto, cuando Mara Zampieri, el mismo día de un Macbeth, dijo que no podía cantar. Tras una rápida y trabajosa pesquisa se localizó una sustituta: Dunja Vejzovich, a la que se le puso un reactor a su disposición. La función comenzó con tres cuartos de hora de retraso, pero lo hizo; aunque la soprano llegó directamente del avión al escenario. Broncas, claro, hubo bastantes porque, además, el público bilbaíno suele entender de voces. Se menciona como una de las más memorables la que recibió Franco Bonissolli, que en unos Payasos lo único que hizo fue marcar sin cantar. Se detuvo la representación y se reinició, después de que Leo Nucci interpretara otra vez el Prólogo, sin la parte de tenor (!). Buenos o muy buenos cantantes, directores para ir tirando cuando no muy flojos y puestas en escena pedestres. Estas dos últimas cosas han mejorado, naturalmente, en los últimos tiempos, en los que además las temporadas se extienden a lo largo de varios meses, con una ópera cada cuatro semanas: se ensaya más y mejor, se buscan producciones de cierto relieve y todo aparece más acoplado y equilibrado; aunque quizá no existan ya las voces de oro de otro tiempo. Entre otras cosas, sin duda, porque esas grandes voces están desapareciendo de la faz de la tierra.

Otra cuestión de importancia es la de la programación. Tradicionalmente, la ABAO ha sido en este sentido, como otras instituciones de este tipo, reacia a las novedades. Era lógico que los organizadores quisieran en un principio atraer a un público amante sobre todo del repertorio romántico italiano y francés. Rossini, Verdi, Donizetti, Bellini, Gounod, Puccini eran los nombres repetidos. Algunos títulos emblemáticos -Norma, Rigoletto, Aida, Bohéme- se ponían a veces en dos temporadas seguidas. El primer Wagner, Lohengrin, no apareció, en italiano, hasta el 13 de septiembre de 1965. Poco a poco tanto el público como la crítica y la organización se van abriendo a nuevas experiencias, siempre necesarias para crecer. Desde la marcha al Palacio Euskalduna en 1999, ya se ha puesto una muy digna Tetralogía; y esta temporada Alcina de Haendel. Teniendo en cuenta de dónde se viene, es un gran logro. Como lo es poder desarrollar con medios las representaciones en un escenario adecuado y en un teatro moderno. Aunque en ocasiones los directivos de la ABAO hayan de luchar con la falta de sensibilidad musical de los dirigentes del edificio, que han de rentabilizarlo dedicándolo a otros menesteres.

Cantantes de leyenda
Uno de los factores que sin duda han contribuido a mantener ese milagro ha sido el papel prestado por algunas de las mejores voces del siglo. No se andaban por las ramas los primeros rectores de la Asociación. En la temporadilla inicial, que curiosamente fue doble, con cinco títulos en agosto y cinco en diciembre, se contó ya con cantantes como Gianni Poggi, Enzo Mascherini y un joven Carlo Bergonzi, recién desembarcado en la cuerda de tenor, que interpretó Ballo in maschera y Chénier. Los apellidos ilustres se agolpan a poco que se repase la lista de estos 50 años. Obsérvese, si no, este reparto para Trovador en agosto de 1956: Caterina Mancini, Mario Filippeschi, Giulietta Simionato, Ettore Bastianini e Ivo Vinco. Tampoco era malo el director, Argeo Quadri, que sobresalía por encima de las medianías habituales.

Simionato, la gran mezzosoprano italiana, fue una residente anual en Bilbao. Bastianini fue el protagonista de una sonada anécdota: enfadado consigo mismo y con los pocos aplausos, se negó a recibir la medalla de oro de la ABAO. El gobernador civil le impuso una multa. Otras voces importantes, que acudieron en sus mejores años, fueron, y citamos a vuelapluma: del Monaco, Valdengo, Crespin (¡qué tres cantantes para Otello!), D’Angelo, Kraus, Campó, Corelli, Taddei (estos dos últimos en la foto, en una Tosca de 1957), TebaldiTagliavini, Scotto, Madeira, Gencer, Aragall, Caballé, Pavarotti, Gulín, Carreras, Cossotto, Domingo, Devia, Ghiaurov, Kabaivanska, Marton, Pons, Milnes, Zajick, Blake, Horne, Valentini-Terrani, Jerusalem, Hass, Voigt, Price, Salminen, Gruberova, Dessay.