Image: Bilbao y Valladolid, unidas por Viena

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Música

Bilbao y Valladolid, unidas por Viena

3 junio, 2004 02:00

Waltraud Meier, en la Walkiria del Real. Foto: J. del Real

En la Viena de 1900 se produjeron auténticos cataclismos culturales en todos los órdenes y parcelas, muy especialmente en la musical, dentro de la que sobrevino una absoluta revolución. Mahler comenzó a dinamitar paulatinamente la forma sonata, que era la adoptada y aceptada como básica. Las piezas orquestales de Mahler pierden toda coherencia y equilibrio para ser expresiones del nuevo orden, o, si se quiere, la nueva situación, en la que la jerarquía tonal ha desaparecido para dar paso a una suerte de caos; el preconizado y operado en otras artes también por el movimiento expresionista, que define y delimita el terreno y que busca sacar al exterior la auténtica expresión, el latido psicológico del hombre. Aun en perjuicio de la belleza. Corría el aire de otros planetas, en expresión de Stephan George. Y se producía lo que, en hermosa metáfora, denominaba Schorske "la explosión en el jardín". El jardín de la belleza, del esteticismo. El pintor Kokoscha y el compositor Schünberg estuvieron entre los principales representantes del nuevo estado de cosas.

Fue este músico judío, discípulo de Mahler, quien llevó las riendas de la música en estos tiempos críticos y abolió, ya de una manera definitiva, el orden tonal, se desembarazó de toda regla y construyó, ya en la primera década del XX, música atonal. Corriendo los años llegaría a edificar un sistema sustitutivo de la tonalidad: el dodecafonismo.

Este exordio nos coloca en el punto histórico adecuado para acercarnos a dos de las manifestaciones musicales más interesantes de estos días. Ambas tienen lugar hoy y mañana, con Bilbao y Valladolid como escenarios. El primero, a cargo de la Sinfónica de Bilbao, dirigida por Yaron Traub, tiene como protagonista a la conocida y valorada soprano alemana Waltraud Meier (en la imagen, en la Walkiria del Real) , que canta primero los hermosísimos Röckertlieder de Mahler, nostálgicos, tardorrománticos, y después la impresionante inmolación de Brönnhilde de El ocaso de los dioses, veinte minutos de música a plena presión, que exige auténticas proezas vocales de la soprano. Antes, una suite orquestal de la misma ópera y, como inicio del concierto, el Adagio de la Sinfonía nº 10 de Mahler, una página expresionista.

Tan atractivo como éste resulta el concierto de la Orquesta de Castilla León, para la que Josep Pons, que la dirige en esta ocasión, ha preparado uno de sus típicos y didácticos programas, que comienza, justamente, con el Preludio de Tristán al que se le suele unir la muerte de amor de Isolda, que se escuchará sin la voz. Porque la fémina que aparece en estas dos veladas vallisoletanas -la de Magriet van Reisen- sólo participa en una obra casi desconocida como es el ciclo de Cinco canciones para voz grave de Franz Schreker, un compositor decididamente expresionista. Con música de Schünberg, el poema Pelleas y Melisande, concluye el programa.