Image: Reto lírico en Oviedo

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Música

Reto lírico en Oviedo

Alcina inaugura el curso asturiano

15 septiembre, 2005 02:00

Alcina en el montaje de MC Vicar. Foto: Ann Marsden

El Teatro Campoamor de Oviedo inaugura el próximo miércoles la temporada lírica española con un montaje de Alcina de Haendel que cuenta con la dirección musical de Paul Dombrecht al frente de un adecuado reparto. Entre los retos que deberá afrontar la capital asturiana a lo largo del curso destacan una nueva producción de La Favorita, la revisión del imposible Tannhäuser y Jenufa, en la versión de Robert Carsen.

Parece bien estructurada, adecuadamente equilibrada, sobre la base de un admisible eclecticismo, la temporada de ópera ovetense, que se inicia el próximo miércoles y concluye el 31 de enero.

Se abre la serie con una obra barroca, en la que el belcantismo más florido y arrebatador es protagonista: Alcina de Haendel (1735), que recrea un sujeto argumental, de Ariosto, muy tratado en la ópera de todo tiempo y que se solaza en los peligrosos amores del caballero cristiano Ruggiero por la maga Alcina. Este personaje, que estrenara la diva Anna Strada en Londres, es una pera en dulce para una soprano con hechuras, con fácil coloratura y una impoluta línea de canto. Es ahora mismo difícil de saber si la italiana Anna Chierichetti, tocaya de la creadora, está en posesión de todas las virtudes necesarias. Desde luego, pese a su juventud, es cantante de probada profesionalidad, como ha demostrado en Pésaro; aunque en partes de menor compromiso. La anunciada Jennifer Larmore, que iba a incorporar a Ruggiero -papel para castrado-, será sustituida por la valenciana Silvia Tro Santafé, una mezzo lírica de medios menos espectaculares, pero de una muy sugerente expresividad y un timbre bello y homogéneo. Chiara Chialli, también joven, seguidora de Scotto y Gencer y apadrinada por Zedda, será Bradamante.

Reparto español
Los restantes papeles están en las buenas manos/voces españolas de Ofelia Sala, Eliana Bayón, David Menéndez y Francisco Vas. El director musical anunciado, Giovanni Antonini, ha sido reemplazado también, creemos que con ventaja, por el belga Paul Dombrecht, uno de los nombres más activos en el campo barroco y clásico con criterios historicistas (cada vez más extendidos), que habrá de insuflar a los miembros de la muy profesional Sinfónica Ciudad de Oviedo. La puesta en escena, de estética muy bella, de la English Opera, viene firmada por el relevante David Mc Vicar.

A continuación, una nueva visita wagneriana. Le toca el turno a Tannhäuser (1845), en donde resplandece plenamente el poderoso romanticismo con el que Wagner, sobre la base de un tema legendario, pretendía, y conseguía, con un lenguaje cada vez más original, acercarse a los fundamentales valores e ideas de la existencia. Claro ejemplo del sempiterno mensaje redentor, que cristalizaría definitivamente en Parsifal. Friedrich Haider (1961) -al que ya hemos dejado de situar por ser marido de Gruberova- es director con cierta experiencia en estos menesteres, un vienés con tradición, y puede dar el requerido juego ante un reparto en el que sobresale el nombre de Emily Magee, durante unos años frecuentadora en Bayreuth de la Eva de Meistersinger. A su lado se presentan en la plaza voces que aún han de demostrar muchas cosas, como las de Andrew Greenan, aplaudido en los últimos tiempos como Marke (Landgrave), Wolfgang Millgramm, Tristán el año pasado junto a Nina Stemme (Tannhäuser), y la chilena Graciela Araya, de cierto relieve en Viena (Venus). Bruno Berger-Gorski es el responsable de la fantasiosa producción, a medias entre Oviedo y la ópera de Halle (la ciudad donde, precisamente, nació Haendel).

Elección checa
Buen tanto es que los Amigos de la ópera hayan seleccionado este año una obra de signo verista, Jenufa (1904) en la que su autor, Janácek, instituía definitivamente un lenguaje que recogía pequeñas células musicales derivadas de la prosodia del idioma checo, en un continuum electrizante y con una poderosa intensidad lírica, aquí servidora de una auténtica tragedia pueblerina. La gran novedad es la presentación de la joven soprano vienesa Martina Serafin, discípula de la antigua wagneriana Hilde Zadek. Voz de ancho lirismo que debuta justamente la parte protagonista en Oviedo. El fundamental personaje de la sacristana, Kostelnicka, será encarnado por una soprano que fue alguien en su día en Bayreuth y el Covent Garden, Josephine Barstow. Stefan Margita e Ian Storey, dos tenores aceptables, serán, respectivamente, Laca y Stewa. El foso estará ocupado por el titular de la Sinfónica del Principado, Maximiano Valdés, hombre arrostrado a quien le gusta enfrentarse, con conocimiento de causa, a óperas exigentes; y ésta, con su centelleante orquestación, lo es. La puesta en escena, que juega con la luz y el espacio, tiene la garantía del canadiense Robert Carsen.

Alain Guingal, con la batuta, y Mario Pontiggia, regista, son los responsables de la producción de otro título verista, estrictamente coetáneo del anterior, Madama Butterfly (1904), que viene de Montecarlo y Las Palmas. Montaje muy tradicional. Verónica Villarroel, otra chilena, es Cio-Cio-San. Tiene temperamento, aunque quizá le falte, además de cierto temple en el agudo, cierta robustez de spinto para servir a esta trágica figura pucciniana. Suzuki es Marina Rodríguez-Cusí, que borda el papel. Fabio Sartori, buena voz de lírico que tiende a cubrir en exceso el sonido, es Pinkerton y el veterano José Ruiz será, una vez más, un magnífico Goro.

Se cierra la temporada con un título muy característico y muy querido, más allá de sus desigualdades y de su paupérrimo libreto; un Donizetti maduro, ferozmente denostado por los puristas (¡), La favorita (1840), en una coproducción doméstica, de Oviedo y el Baluarte de Pamplona. La contundente americana Dolora Zajick, una voz espléndida, de una facilidad insultante y un más discutible arte de canto, es Leonora. El eficaz José Bros, siempre cumplidor, que paulatinamente va enriqueciendo y robusteciendo su timbre y cantando con gusto e inteligencia, es Fernando. Dos Stefanos, Antonucci y Palatchi, personifican a Alfonso y a Baltasar. La cosa musical depende del práctico Maurizio Benini y la escénica de Tomás Muñoz.


Silvia Tro vuelve como Ruggiero
La cancelación, anunciada afortunadamente con tiempo, de la norteamericana Jennifer Larmore, que no podrá cantar el Ruggiero de Alcina, deja el paso franco a esta cantante valenciana, una mezzosoprano de menor entidad, de menor amplitud, de menor impacto tímbrico que los de la sustituida, si bien, en contrapartida, Tro, de menuda figura, goza de una salud vocal envidiable y posee un instrumento más equilibrado e igual, de color más homogéneo y de emisión más franca y dulce. No tiene mucho volumen, pero como proyecta muy bien el sonido, su canto es siempre perfectamente audible y pasa sin problemas por encima de la orquesta. Considerando además que, como cantante inteligente que es, se acerca al repertorio que mejor puede realizar, fundamentalmente Rossini -es una experta Rosina, Isabella y Angelina-, Mozart -sus Zerlinas y Cherubinos son celebrados- y Haendel -ha hecho muchas veces Sesto o Tolomeo de Giulio Cesare y Serse-. Ha colaborado, gracias a la flexibilidad de la voz, en varias ocasiones con el exquisito Jacobs, que la ha elegido para encarnar partes barrocas de alta dificultad, como el Rinaldo haendeliano o la Griselda de Scarlatti. La elegancia y suavidad de su canto, el ajustado fraseo, el conocimiento del estilo pueden favorecer su éxito en esta Alcina ovetense.