Música

Barenboim tempera el clave

El director vuelve a Madrid y Barcelona para asumir el "Libro II"

12 enero, 2006 01:00

Barenboim. Foto: Klavier-Festival Ruhr

Uno de los acontecimientos pianísticos del pasado año fue la lectura del Libro I del Clave bien temperado de Bach a cargo de uno de los músicos más completos de los últimos decenios, Daniel Barenboim. El también director vuelve el 15 de enero al Auditorio Nacional de Madrid y el 17 al Palau barcelonés para asumir el Libro II de esta obra fundamental.

Desde hace muchos años se considera que El clave bien temperado de Johann Sebastián Bach es uno de los grandes monumentos de la historia de la música; no sólo por su belleza intrínseca, por la hondura de sus planteamientos y el vigor y variedad de su expresión. Pero es más relevante si pensamos que en realidad es una obra científica de soluciones poco menos que matemáticas que resolvió de la manera más lógica el problema del temperamento o afinación de los sonidos. La búsqueda durante años y años por parte de los estudiosos de un sistema de temperamentos iguales tuvo un fruto importante en la obra del alemán Andreas Werckmeister, publicada en 1691, que dividía matemáticamente la octava en 12 semitonos y permitía acordes precisos de los instrumentos de tecla.

En el Libro I de la obra de Bach, publicado en 1722 en Cüthen, se puede leer, (y ello nos aclara por dónde iban los tiros del Cantor): "El clave bien temperado, o preludios y fugas en todos los tonos y semitonos, todos ellos con la tercera mayor o do, re, mi, y con la tercera menor o re, mi, fa. Para la práctica y el provecho de jóvenes músicos deseosos de instruirse y para recrear a aquéllos que son ya duchos en este arte". El preludio era una forma libre, una suerte de improvisación, y la fuga la pieza arquitectónica por excelencia, capaz de desarrollar varias voces al mismo tiempo y que para Schumann, gran amante de la obra, constituía una verdadera partitura de carácter en el más elevado sentido de la palabra.

El sistema dispone la posibilidad de ejecutar y modular en todas las tonalidades. Resuelve los arduos problemas de la enarmonía, esos encadenamientos de notas de altura prácticamente igual pero cuya función musical puede ser distinta; por ejemplo, re sostenido y si bemol. La solución sigue la configuración completa del círculo de quintas, concepto armónico básico. Es claro que manteniendo este en principio rígido plan la obra resultante adopta una imagen racionalista, alejada de ese misticismo que a veces se ha atribuido al compositor.

Contra la teórica
Hay que anotar, sin embargo, como destacaba Schweitzer, la aversión que sentía el Cantor por todo lo que pudiera parecer una demostración teórica. Por eso en lugar de seguir el encadenamiento lógico de las tonalidades determinado por la mencionada sucesión de quintas, se ciñó a la escala cromática simplemente. Una razón puramente práctica. Después del éxito obtenido en 1722 por el Libro I, Bach decidió años después, en 1744 -aunque algunas piezas daten de mucho antes-, instalado ya en la iglesia de Santo Tomás de Leipzig, editar un segundo Libro, en el que volvió a reunir, con idéntico sistema, 24 preludios con sus 24 fugas -a veces la relación entre unos y otras es casi inexistente-. Es una prolongación del primero, bien que entre sus componentes haya menos unidad, métrica y de contenidos. Pero es más serio y concentrado. Basso se pregunta la razón de que Bach decidiera lanzar ese segundo cuaderno. Sería interesante profundizar en una búsqueda en el mundo de las alegorías y de los símbolos.

Obra impar, por consiguiente, a la que se viene acercando desde hace algún tiempo el ecléctico y talentoso Daniel Barenboim (Buenos Aires, 1942), uno de los músicos más completos de que se tiene noticia en los últimos decenios. Ibermúsica anuncia, para el próximo domingo en el Auditorio Nacional de Madrid, luego de que la temporada pasada ofreciera el Libro I, su interpretación del II, que tocará dos días más tarde en el Palau de la Música de Barcelona. El artista argentino posee, si está en buen momento y descansado, técnica y lucidez suficientes para prestar un magnífico servicio a la obra, que en sus dedos se aparta, por ejemplo, de la -aparentemente- fría y objetivada visión de Glenn Gould o de la fantasiosa y limpia de Friedrich Gulda; por supuesto de la antigua y tan romántica de Fischer, en cuya línea, pero más preciso y grandioso, se situaba Richter. Probablemente Barenboim pueda colocarse en el camino, fundamentalmente pianístico, de Andras Schiff, siempre claro aunque no del todo personal. Pero el sentido del rubato, el fraseo imaginativo, la musicalidad moderna de nuestro protagonista posibilitan un juego muy amplio de matices; ya lo puso de manifiesto en su trabajo sobre el primer cuaderno, lleno de curiosas soluciones expresivas y sonoras, bien que estilísticamente algo discutibles, grabado para Deutsche Grammophon. Dejamos fuera de este comentario las diversas interpretaciones a clave, más auténticas para muchos, entre las que sobresale la histórica y rigurosa de Gustav Leonhardt.