Gidon Kremer
Muchas estrellas se han vendido a la industria
23 febrero, 2006 01:00Gidon Kremer. Foto: Sasha Guzov
En el panorama musical, la figura de Gidon Kremer se ha consolidado como uno de los artistas más interesantes en su lucha contra los corsés del sistema. Después de haber realizado una extraordinaria carrera como violinista, intentó transmitir a las generaciones jóvenes sus conocimientos e inquietudes. De ahí nació la Kremerata Báltica, en la que confluye el buen hacer con la sana competencia. Tras su visita a Barcelona, ahora llega al Palau de Valencia con su conjunto y la semana siguiente actuará como solista con la Orquesta de la capital levantina. Con este motivo, Kremer ha hablado con El Cultural.
-¿No corre el riesgo de imponer al intérprete sobre el compositor?
- No. Sólo espero tener alguna vía de acercamiento sobre las obras que acuñe mi propia personalidad; ha sido uno de mis retos: vivir mi propia vida y buscar mi propio pathos, para no ser sustituido ni por un imitador o para que no se me considere un trasunto de otros músicos, por maravillosos que sean. No fue fácil. Hay que caminar a través de muchas cosas para encontrarse a sí mismo. Yo quiero hacer lo que considero importante o me interesa. Desde que me he hecho promotor de algunos compositores, he aprendido a ver, a través de ellos, lo que es importante; y desde que intento proyectar mi experiencia en los jóvenes, necesito pulsar a diario lo que necesitan.
-Y ahí está la Kremerata Báltica como resultado.
-La Kremerata es resultado de la pasión y, no olvidemos, de un esfuerzo económico. Está formada por músicos de mi país, Letonia, aunque ampliándose a los otros dos estados bálticos, Estonia y Lituania. Hay una diversidad de actitud, de conceptos -no se olvide que hablamos tres lenguas diferentes- pero buscamos cosas en común, como huir de la rutina. Quiero transferirles una actitud artística y vital a estos jóvenes con los que formamos como una familia. Mis propios hijos pasan menos tiempo conmigo. Los miro como una extensión de mi mundo musical. Mi actividad está ahora dividida: cincuenta por ciento Kremerata y cincuenta por ciento como solista.
-Usted fomenta una cierta competitividad entre ellos.
-No se trata tanto de tener éxito al ciento por ciento. Planteamos un juego honesto, los músicos son autocríticos porque así el concierto podrá ir bien. Nos interesan nuevas cosas, presentar la labor de muchos compositores contemporáneos. Nuestros proyectos van más allá de los conciertos. Además, el mundo de los discos pasa una etapa difícil; ya no se trata de grabar por grabar.
-Usted es un intérprete inquieto que ha tocado decenas de obras.
-Cada temporada cambio mi repertorio. No he tocado, en 10 años, Chaikovski o Beethoven, pero hice muchas premières desde Glass a Nyman. Me siento muy interesado en dar a conocer obras de calidad de autores como Gubaidulina, Schnittke, Adams, Kanchely. No soy de esas personas que pueden hacer una carrera tocando siempre los tres mismos programas. Uno de mis mayores descubrimientos ha venido después de 20 años de no tocar Bach. Dediqué dos a esa Biblia violinística que son las Sonatas y Partitas y me he sentido muy feliz de recuperar ese repertorio para mis conciertos.
-Sus discos están llenos de obras nuevas de todo tipo de géneros.
-La buena música, por mucha crisis que pueda haber, siempre interesará al público. Ahora bien, ¿qué es buena música? No es aquella hecha simplemente para agradar o la que se hace con las computadores. Necesita un mensaje que sea comprensible. Se hace demasiada música con excesiva tendencia al crossover, al easy listening, que suscite una satisfacción inmediata. Me parece peligroso. Aunque pueda ser bueno para el mercado no lo es para el alma. El oyente también debe hacer un esfuerzo. La música para mí es una necesidad y nuestra labor es incitar a la gente a un mundo de magia y que huya de la mala música, del mundo de sonidos feos, o esnobs.
-Usted ha colaborado con nombres como Harnoncourt, ¿le tientan los instrumentos de época?
-Nunca los he tocado, pero mi pensamiento abierto me ha influido en estos aspectos. Pero ¡ojo! no soy un musicólogo. Sobre todo me dejo llevar por mi intuición y tomo algunos detalles y elementos que influyen en mi manera de tocar. Harnoncourt es un verdadero artista y mi colaboración en la grabación de los conciertos de Mozart me llevó a aprender mucho sobre un estilo que muchos violinistas serían incapaces de tocar.
-El intérprete actual debe ser un campeón de la música de su tiempo, algo en lo que muchos no creen.
-La música no debe mirar sólo al pasado sino que ha de relacionarse con el tiempo actual y apostar por el futuro. Algunas de las piezas que he hecho son muy buenas. Eso no quiere decir que cada estreno sea un descubrimiento, pero me siento un privilegiado por mi relación con tantos grandes compositores.
-Como ganador de varios concursos, ¿qué opina de ellos?
-En su día fue imprescindible en la URSS, no algo que yo quisiera. Visto desde Moscú, no había otro camino para encontrar un sitio bajo el sol. Pero, tomando el lado positivo, no deja de ser una escuela para estar en el escenario. Porque, en cierta medida un concierto es una competición, una competición contigo mismo para la mejor presentación de la obra. Pero más que los concursos, la enfermedad "musical" de nuestro tiempo viene de no poder distinguir un intérprete de otro. Me siento incómodo con algunas "estrellas" que han llegado muy alto y, luego, han bajado sólo por comercializarse, después de alcanzar una gran altura personal. Muchos perdieron lo que el arte necesita en mayor medida: personalidad. Pero, de eso, no se puede echar la culpa a los concursos. Es el mercado, los promotores, las compañías de discos y, finalmente, la propia audiencia.
Gidon Kremer (Riga, 1947), nació en la Letonia soviética, aunque se formó en Moscú. Alumno de su padre, recibió también la influencia, en la capital rusa, del gran David Oistraj, a quien siempre se ha mostrado agradecido, pese a mostrar sus diferencias. "Su mayor lección me la dio después de numerosos años de relaciones después de un recital: Yo nunca hubiera tocado un programa así, pero tú debes porque estás convencido de tu camino". En 1981 fundó el festival de música de cámara Lockenhaus, que tiene lugar cada vereano en Austria. Entre 1997 y 1998 fue director artístico del Festival de Gstaad y crea la Kremerata Baltica. En 2002 gana un grammy por su disco After Mozart, grabado junto a su conjunto habitual.