Música

Milán se prepara para su próxima escala

Un nuevo montaje de Aida abre la temporada del templo de la lírica

7 diciembre, 2006 01:00

Madama Butterfly en la producción de Keita Asari que se verá en la Scala

Pese a todos los vaivenes que ha sufrido en los últimos tiempos, el gran templo de la lírica mundial abre esta noche su temporada con la Aida de Verdi . Y lo hace por todo lo alto. Roberto Alagna y Violeta Urmana, entre las voces, Riccardo Chailly en el foso, y en un nuevo montaje de Zeffirelli. Con el nombramiento del gestor francés Stéphane Lissner, el teatro italiano consolida sus nuevas vías artísticas. Y a la espera del desembarco de Barenboim, se verá favorecido por el despliegue de grandes batutas como la de Gatti, Ono, Chung, Harding o la nueva estrella Dudamel.

Desde que se fue Abbado en 1979 las cosas, con Siciliani, Mazzonis, Zedda y Muti en los puestos de responsabilidad, empezaron a torcerse poco a poco en la Scala. La fuerte personalidad de Muti fue, a veces, un impedimento para que hubiera paz. Con el nombramiento del francés Stéphane Lissner, episódico director artístico de nuestro Teatro Real antes de su reapertura en 1997, se ha intentado partir en cierto modo de cero y replantearse la actividad del coliseo desde otros puntos de vista e iniciativas de reciente cuño.

La temporada empieza con el plato fuerte de Aida de Verdi en una nueva producción de Zeffirelli, que ya fue autor en 1963 de un montaje de esta ópera. Conociendo el modus operandi del ya anciano artista, no hay que suponer que su nueva propuesta vaya a ser rompedora. Todo estará en su sitio, eso sí, para que puedan lucirse dos de las mejores voces de la actualidad, la de la soprano lituana Violeta Urmana, hasta hace bien poco fornida y carnosa mezzo, que ha de cuajar una etíope de canto caudaloso, y el tenor francés Roberto Alagna, entregado ya al canto di forza que pide Radamés, aunque los restos de lirismo de una voz otrora fácil, igual y cálida, le han de ayudar a dar con el lado más entrañable del personaje. La húngara Ildiko Komlosi y el modesto barítono Carlo Guelfi han de cumplir en la celosa Amneris y el indomable Amonasro. La batuta de Riccardo Chailly es garantía de buen funcionamiento musical.

La temporada parece bastante equilibrada, aunque para algunos viendo los títulos suene más conservadora. Hay sin duda excelentes directores musicales, algo básico que no todos los teatros cuidan. Lo más novedoso es el estreno de Teneke de Fabio Vacchi, con libreto de Franco Marcoaldi, que adapta un relato actual del escritor curdo Yashar Kemal. En otro ángulo del repertorio se sitúa la ópera de GIovanni Paisiello Socrate immaginario, una buena muestra del estilo napolitano del settecento. Es una producción presentada por los conjuntos del San Carlo de Nápoles.

Gran repertorio
Veamos el gran repertorio. En la parcela romántica italiana tenemos, otro Verdi, La traviata, en la antigua producción de Liliana Cavani, que cuenta ahora con el protagonismo vocal de Angela Gheorghiu, que intentará reverdecer su interpretación discográfica con Solti. Aquí será Maazel el que empuñe la batuta. Daniele Gatti la tendrá en su mano para el romanticismo germánico de Lohengrin de Wagner, donde lucirá la puesta en escena de Lehnhoff, contratada también por Baden-Baden y Lyon. Una buena pareja encabeza el reparto, Anne Schwanewilms y Robert Dean Smith.

Dos verismos muy auténticos se dan la mano, el de Madama Butterfly de Puccini y el de Adriana Lecouvreur de Cilea. En aquélla el principal reclamo es Fiorenza Cedolins, magnífica artista muy apreciada por rigurosos catadores vocales españoles; en ésta es la muy avezada Daniela Dessì la que nos musitará aquello de "Poveri fiori." El japonés -parece muy propio- Keita Asari repone su excelente y exquisita producción escénica pucciniana, que cuidará en el foso el excelente Myung-Whun Chung. Se recupera asimismo la producción de Lamberto Puggelli de la otra ópera, dirigida musicalmente por Stefano Ranzani.

Verista es también, a su modo, Jenufa de Janácek, que se presenta en coproducción con el Châtelet de París de Stéphane Braunschweig. El joven director alemán Lothar Koenigs estará con la orquesta, mientras que la americana Emily Magee -a la que aplaudimos en un reciente Tannhäuser ovetense- encarnará a la desvalida campesina. Su madrina será la incombustible Anja Silja. Algo de verismo, con gotas de melodrama desorbitado e histriónico y de un expresionismo pasado de rosca, hay en Lady Macbeth del distrito de Msenks de Shostakovich, que viene en una producción del Covent Garden del neoyorkino Richard Jones. Kazushi Ono es el responsable musical. Buen trío protagonista: Evelyn Herlizius -una de las últimas Brönnhilde de Bayreuth-, Christopher Ventris y Anatole Kotscherga.

Anticipadora directa del expresionismo es Salomé de Strauss, que se presenta en la alucinada producción salzburguesa de Luc Bondy, con escena de Erich Wonder. La participación de Daniel Harding en el foso y de la alemana recriada en Norteamérica Nadja Michaels -Giuletta en Los cuentos de Hoffmann de estos días del Real- son, sin duda, dos buenas bazas. Como lo son, y nos vamos a la comedia parisina de los 40 del siglo XIX, dos voces de la calidad de la francesa Natalie Dessay y de el peruano Juan Diego Flórez para las tersas melodías, gorgoritos y sobreagudos de La fille du régiment de Donizetti, en producción Crivelli/Zeffirelli del Massimo de Palermo.

Comedia musical
Cerramos con otras dos comedias musicales. Una es la espumosa Candide de Leonard Bernstein, que recrea un sujeto argumental de Voltaire y que se representa en una producción del Châtelet de París de Robert Carsen, con Anna Christy y William Burden; otra es Così fan tutte de Mozart, ópera de tantas luces y lecturas, que va a subir a escena por el equipo de la Academia de Artes y Oficios del espectáculo del Teatro alla Scala, que han venido preparando la obra con la histórica soprano Leyla Gencer.

Hay previstas varias sesiones sinfónicas y de ballet y, como propuesta relevante, una colaboración con la ópera de Berlín, Unter den Linden. El proyecto conjunto tiene su primera muestra, antes de fin de año, en un Don Giovanni dirigido por la nueva estrella Gustavo Dudamel y por Peter Mussbach. En 2010 se producirán en la Scala las dos primeras óperas de la Tetralogía. Al año siguiente se harán en la Staatsoper las otras dos. Propósito general: contribuir a la apertura de nuevos horizontes para el diálogo y la edificación de una Europa culta. En julio la orquesta de la institución germana visita la Scala para ofrecer, con Barenboim y Boulez, las Sinfonías 5 y 6 de Mahler.

El huracán Lissner

Cuando Stéphane Lissner fue elegido máximo responsable de la Scala sucediendo a Muti, fue acogido por los sectores que reverenciaban a éste con distancia, cuando no desprecio, mientras que aquéllos que aspiraban a ver que Italia podía sumarse a la renovación operística, aplaudían su llegada con entusiasmo. Al final, Lissner llegó y montó una temporada más que notable tirando de su agenda -la cual le permite convencer a cualquier artista para que haga un hueco en el templo de la lírica-, y aguardó al segundo año para consolidar su proyecto. De entrada, una baza en la manga, el carismático Barenboim (a quien Maazel ha señalado como su deseable sustituto en la Filarmónica neoyorkina) aceptaba vincularse a su proyecto. Y guste o no, aquél es una de las contadas estrellas mediáticas de la batutería actual. Pero con un calendario abarrotado, el argentino no ha tenido tiempo de desembarcar. A la espera, Lissner juega la baza de los nombres consagrados como Chailly, Gatti y Maazel, las figuras del mañana, Daniel Harding, Lothar Koenigs y Gustavo Dudamel y, ¡atención!, dos excelentes batutas asiáticas Myung Whun Chung y Kazushi Ono, guiño dirigido al turismo del Extremo Oriente que ayude a equilibrar las maltrechas finanzas del teatro.

Luis G. IBERNI